miércoles, 19 de febrero de 2014

Si quieres perder, déjate llevar por la ira

Si queremos tener claridad meridiana en nuestra conducta cotidiana, debemos tener la Carta de Santiago como lectura diaria. En ella, con palabras sencillas y directas, el Apóstol nos da líneas de pensamiento y de conducta que nos sirven de guía para una vida buena, fraterna, que se desarrolle en la presencia de Dios y que construya una vida de comunidad justa, en paz, en armonía. Santiago es un buen pastor de su comunidad, que entregó su vida al anuncio de la Palabra, del Amor y de la Salvación de Jesús, y que, como todos los apóstoles, rindió honor a lo que hacía entregando su vida y derramando su sangre por aquello en lo que creía.

Es buen conocedor de la vida comunitaria. Lo que escribe en su Carta lo deja bien claro. No es posible escribir con tanta claridad si no se estuviera realmente imbuido en la realidad de lo que se vive, sobre lo que se escribe. Con toda seguridad se presentaban en Jerusalén, comunidad de la cual era pastor, situaciones conflictivas que tenían necesidad de ser bien iluminadas y bien conducidas por su labor pastoral. Por eso, por el conocimiento que tenía de ellas y por la responsabilidad de ser guía fiel de esa comunidad, se siente comprometido a dar su palabra. Y ésta, muy atinada, autorizada y orientadora...

La recomendación primera que hace a los miembros de la comunidad, sus "hermanos", como los llama, es ésta: "Tengan esto presente, mis queridos hermanos: sean todos prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira". Podríamos decir que esta recomendación es general. En toda situación humana debe darse. Los hombres debemos tener la capacidad de escucha necesaria que nos haga "agarrar" bien la posición de quien está frente a nosotros. Únicamente de esa manera podremos conocerla, "masticarla", discernirla, conocer las motivaciones profundas, descubrir las intenciones.. En general, debe ser así. También hoy. Paradójicamente, en una época como la nuestra, donde la comunicación es la reina, la falta de comunicación es también la "niña pobre" de la casa. Tenemos muchísima información de lo que sucede. Nunca antes como hoy estamos informados de los acontecimientos que suceden a nuestro lado y en el rincón más escondido del mundo. Pero, al mismo tiempo, nunca hemos estado tan lejanos unos de otros, nunca hemos sentido tan extrañas las causas de los otros, sus preocupaciones, sus intereses, sus alegrías, sus dificultades, sus conflictos... Nos marca el egoísmo, y a fuerza de desentendernos de los demás, nos hemos construido una "burbuja" en la que nos hemos encerrado. El mundo es una película que se nos pasa y en la cual somos simples espectadores...

Y como no "escuchamos", hablamos sin discernir ni saber bien a qué estamos respondiendo. Damos soluciones a problemas que no están planteados. Opinamos sobre temas de los cuales no tenemos ni idea. Nos "acercamos" al otro con palabras generales que no han cogido bien lo que realmente están viviendo... Cansan los argumentos gastados que usan los que hacen grandes discursos, y que buscan palabras nuevas, grandilocuentes, para mantener a la audiencia narcotizada. Y la audiencia aplaude sin saber ni siquiera lo que significan las palabras, con tal de que suene bonito. Lo importante es exacerbar. Y esa audiencia es un caldo de cultivo excelente...

Así, surge la ira de los hombres. Y en ella, naturalmente, somos irracionales. Por ella somos capaces de levantar la mano contra los hermanos, incluso contra los que considerábamos más cercanos. Basta con que no piense como yo para considerarlo mi enemigo, al cual debo hacer desaparecer a como dé lugar. La proporcionalidad se pierde, pues la exacerbación obnubila absolutamente los sentidos. No hemos captado al otro como a alguien que piensa, que siente, que se duele, que sufre, que respira, que vive sus problemas... Es simplemente alguien que no piensa como yo y que no acepta lo que le digo, y por eso debe desaparecer. En lugar de intentar atraerlo a lo que yo pienso que es lo bueno, lo elimino para que sea uno menos el que no piensa como yo... Es terrible. Es la suspensión total de la comunicación. La ira me deshumaniza, porque hace al otro mi enemigo, no mi adversario. De ninguna manera acepta que exista la diversidad como riqueza. Afirma que la diversidad es mala...

Santiago nos da la clave para que esto no nos destruya: "La ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere. Por lo tanto, eliminen toda suciedad y esa maldad que les sobra y acepten dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarlos". Sólo la Palabra de Dios, su voluntad y su amor, nos darán la clave para la verdadera justicia. Y con ella, vivir la fraternidad, la paz, la armonía, la tolerancia, la unidad... Nuestra sociedad será mejor, será ideal, sólo si dejamos que la justicia de Dios, que quiere sólo lo mejor para nosotros, sea nuestra guía. Aunque suene idealista, es el único camino que nos llevará a la paz. Si nos seguimos dejando por nuestra ira, todos iremos al foso. Todos moriremos. Todos perderemos. Es necesario que haya una reacción. Que asumamos que somos hermanos, todos hijos de un mismo Padre, que nos ha colocado juntos en el mundo pues sí podemos vivir juntos. Si no fuera así, no nos habría colocado en la misma ciudad, en el mismo barrio, en el mismo mundo. Nos hubiera puesto en burbujas que de ninguna manera tuvieran la posibilidad de comunicación y de compartir... No hubiera puesto el ideal de la fraternidad como camino para vivir en el mundo perfecto. No es un cuento de hadas. Es una realidad. En asumirlo y vivirlo, en hacerlo real, está nuestra salvación...

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