jueves, 27 de febrero de 2014

Dios defiende al pobre

Dios se pone del lado de los pobres. No es nada nuevo. La doctrina bíblica, desde muy temprano, nos enseña que Dios siempre salió en defensa de los más débiles, particularmente de los más pobres, y más específicamente de aquellos que son oprimidos, humillados, despreciados y explotados por los ricos. Ponerse del lado de los pobres implica automáticamente la ira de Dios contra los que los oprimen, contra los ricos, pues son ellos, con sus ansias insaciables de riquezas, los que no se detienen en formas para obtenerlas, ni siquiera si esto implica la humillación de los más débiles... La Iglesia, siguiendo a su Señor, siempre ha manifestado en su Doctrina Social su condena a las injusticias sociales, en las que se debe afirmar rotundamente que la miseria es y lo será siempre antievangélica. La defensa que hace Dios de la pobreza no significa simultáneamente la declaración de "bondad" de esa condición, por lo cual ella invita a poner un fuerte empeño en procurar su desaparición...

Es cierto que Jesús mismo dijo que "habrá siempre pobres entres ustedes". Es un reconocimiento tácito a la condición de pobreza como algo que convivirá siempre en la sociedad. Pero esto no implica que sea algo contra lo cual no haya que luchar. Cuando en Puebla de los Ángeles, México, los Obispos latinoamericanos declararon la "Opción fundamental por los Pobres", no estaban sino poniéndose en línea con lo que la tradición ha vivido siempre, colocando a la Iglesia en defensa de los más humildes y sencillos. Esa opción significa que la Iglesia no puede nunca traicionar lo que ha sido su práctica común, y por el contrario, asistiendo al empobrecimiento progresivo de la población, particularmente en algunos países y sociedad, ha querido que los miembros de la Iglesia reaccionen y se pongan en un trabajo social, en respuesta al amor vivencial cristiano que no puede aceptar de ninguna manera la existencia de esta manera de opresión inhumana.

Sin embargo, la condición de pobreza por sí misma, no justifica al hombre, no le da la salvación. Tampoco la condición de rico lo condena automáticamente. No basta la condición "sociológica" en la que se nos define como pobres o ricos, para afirmar dogmáticamente una condición de eternidad feliz o infeliz. En el Evangelio, a la Bienaventuranza de los pobres de Mateo, le fue añadida por Lucas la de "pobres en el espíritu". Está más en línea con la enseñanza de Jesús. Y con su misma experiencia. La pobreza no es automáticamente condición de salvación, aunque sin duda el que no tiene bienes terrenales tiene mejor posición espiritual para ganar su eternidad feliz, por cuanto más difícilmente tiene apegos por los cuales lamentarse y que le roben el corazón. De la misma manera, la riqueza no es tampoco condición de condenación automática, pues aun cuando el riesgo de centrarse en la posesión de cosas es aún mayor, quien pone sus bienes al servicio del amor, hace de ellos el mejor uso. Podemos poner como ejemplo dos casos. Por un lado, el del joven rico, y por el otro, el de Zaqueo o José de Arimatea. El joven rico se apegó a sus bienes, por lo cual, según se concluye de las palabras de Jesús, se condenó. Por el contrario, tanto Zaqueo como José de Arimatea, siendo ricos, se hicieron amigos de Jesús, y siguiéndole, pusieron sus bienes al servicio de los demás. Nadie, en su sano juicio, puede afirmar que alguno de ellos se hubiera condenado...

En todo caso, Dios se pone del lado del más débil, del indefenso, del humilde y del oprimido. La historia nos enseña que en esta condición es más fácil que estén los pobres, pues a ellos es a los que se explota. El imperio del dinero los tiene como carne de cañón, como simplemente objetos de producción y números que sumar... Por eso, las palabras de Santiago son tan apocalípticas en su favor y en contra de quienes los explotan: "Ahora, ustedes, los ricos, lloren y laméntense por las desgracias que les han tocado. La riqueza de ustedes está corrompida y sus vestidos están apolillados. Su oro y su plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra ustedes y devorará su carne como el fuego... El jornal defraudado a los obreros que han cosechado sus campos está clamando contra ustedes; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos". La explotación de los pobres no queda sin escarmiento. Podrán acumular riquezas sin fin, pero delante de Dios están condenados y serán severamente castigados...

El camino correcto es el de la justicia social, no simplemente como solución sociológica. Los cristianos no nos movemos solamente por altruismo, que sería una especia de "amor laico". Los cristianos vamos más allá. Nos mueve la Caridad, el amor real, el que nos impulsa a procurar que todos vivan el bien y disfruten de la mayor cantidad de bienes posible y nos hace luchar para que así sea. Nos movemos en esas alturas en las que sabemos descubrir la presencia de Jesús en cada hermano, por lo cual hacemos propias las palabras de Cristo: "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron..." Lo reafirma Jesús al decirnos: "El que les dé a beber a ustedes un vaso de agua, porque siguen al Mesías, les aseguro que no se quedará sin recompensa".

La pobreza y la riqueza apuntan a condiciones que debemos asumir espiritualmente. Sería un reduccionismo ilegítimo referirlas sólo a lo sociológico, aunque es la base de la apreciación. Jesús nos invita a contemplarlas desde la condición espiritual, aquella que nos produce salvación o condenación, felicidad o tristeza eterna. Se trata de que nos pongamos delante de Jesús, lo escuchemos, nos opongamos a toda clase de explotación del hermano más débil, más aún a la humillación de los más pobres, y no tengamos apegos indeseables, rastreros y dañinos a los bienes terrenales...

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