jueves, 20 de febrero de 2014

A todo dolor sigue un gozo

¿Quién es Jesús?  La pregunta nos la hace a boca'e jarro el mismo Cristo. "¿Quién dice la gente que soy yo?" Las respuestas, igual que las que dieron los apóstoles en su momento, seguramente serán variadísimas...

Para algunos, Cristo es casi un personaje de historieta, del que nos interesa saber su historia por lo magnífico y estruendoso de algunas cosas que hizo. Nos cautiva porque es como el Supermán, el Batman, el Capitán América, de los tiempos decadentes del Imperio Romano... Un cuento bonito que nos distrae en los momentos aburridos...

Para otros, Jesús es un revolucionario que se opuso a todo el orden establecido. Prácticamente un anarquista que nos habría invitado a todos a oponernos al orden constituido, al poder, a los gobiernos, poniéndose del lado de los más débiles y oprimidos. Por ello, tendríamos luz verde para oponernos en su nombre a todo lo que esté ordenado, a las leyes, a los principios básicos, a la convivencia fraterna y armoniosa... La finalidad es establecer una "nueva dictadura", la de los pobres, porque Jesús vino para lograr que ellos tomaran el poder y tomaran su turno para aplastar las cabezas de los ricos y poderosos...

La idea de otros es que Jesús es un espíritu tan elevado que su encarnación fue algo así como una condescendencia repugnante para poder hacerse presente en nuestra historia y hablarnos, a fin de conquistar nuestro espíritu y elevarlo a las más altas cotas celestiales. Nos invitaría a despreciar toda nuestra realidad actual, cotidiana, corporal, en aras de que podamos deslastrarnos lo más pronto posible de lo que impide nuestro vuelo a las nubes junto a Él... Nuestra posición corporal debe ser la de quien está sólo mirando al cielo, desentendiéndose totalmente de la realidad que tiene a su alrededor, la cual está viviendo como un mal menor, como una simple pesadilla que acabará, porque la vida real será sólo cuando estemos saltando de nube en nube con los angelitos del cielo...

Un grupo más piensa que Jesús es el que sufrió, sin vivir otro tipo de experiencias. Lo único que importaría saber de Él es que vivió una pasión terrible, que fue azotado vilmente, que se le cargó con una cruz pesada que tuvo que llevar casi en el extremo del vacío de fuerzas. Y el momento culminante de su vida fue cuando lo crucificaron, sufriendo la peor tortura jamás imaginada y que estuvo agonizando por tres horas colgado en ella. La estampa única que podemos tener de Él es la del hombre que yace inerme, ensangrentado al extremo, muerto en la Cruz. Por eso, nuestra posición debe ser la de la asunción del dolor, del sufrimiento, de la tristeza, como inapelables en nuestra vida, como realidades insoslayables y que tenemos que aceptar con resignación...

Existen quienes tienen a Jesús sólo como el personaje que nos revela la Resurrección, que ha alcanzado la gloria. No existe para ellos lo anterior, sino sólo la eternidad a la que entró triunfante después de resucitar. Lo que le daría sentido a la vida es sólo lo pascual, lo feliz, los gozos. Para eso habría venido Jesús y por eso no podemos dejarnos llevar por quienes nos invitan a conductas que traen sufrimientos o esfuerzos personales... Los sufrimientos serían una especie de maldición. Sólo es válida la luz, el goce, el disfrute. No hay oscuridades, dolores, tristezas que valgan la pena vivir...

Jesús tiene, sin duda, algo de esas concepciones. El problema de ellas está en las matizaciones que hacen y en su absolutización...

Finalmente, Jesús nos pregunta a nosotros directamente: "¿Quién soy yo para ustedes?" Pedro le respondió: "Tú eres el Mesías". ¿Qué respondemos nosotros? El Mesías es el esperado de Israel, el que venía a salvar al hombre de su indigencia radical por el pecado. Jesús mismo describe cómo será su itinerario: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días." Es un itinerario que abarca desde el sufrimiento hasta la muerte, finalizando con la resurrección. Es un todo que no puede ser soslayado ni silenciado. Para rescucitar, para triunfar, el Mesías debe morir, debe perder... Es el Jesús de los Evangelios tomados en su integralidad, el que nos habló del Reino de los Cielos, el que hizo milagros, el que nos dijo que ese Reino se alcanzará sólo con esfuerzo pues sufre violencia, el que nos dijo que no somos de este mundo pero que nos dijo que a Él lo encontramos en cada uno de los más humildes y sencillos de la tierra a los que teníamos que auxiliar desde el amor...

"A todo dolor sigue un gozo", decía el P. Cesáreo Gil. Y es la verdad. Jesús murió, pero no para quedarse oculto y vencido en la soledad del sepulcro, sino como paso previo y necesario para la gloriosa resurrección. La redención es eso. Es necesario morir para redimir, pues se trata de resurgir de la oscuridad para entrar en la luz maravillosa de la vida. Es todo el proceso que se da en los resurgimientos gloriosos de los hombres. Desde que Jesús inauguró ese camino, lo debemos seguir todos. Si queremos resurgir, debemos asumir el dolor como paso previo y necesario. Es el precio de la iluminación total. La muerte, el dolor, el sufrimiento, vistos así, unidos a los de Jesús, aseguran la resurrección. "Si nuestra existencia está unida en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya", nos dice san Pablo. Por eso es el Mesías. No sólo por el triunfo, que es la realidad final que resultará definitivamente, sino por todo el itinerario que necesitó recorrer para alcanzar la justificación eterna para todos...

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