martes, 11 de febrero de 2014

"Dominar" a Dios

¿Es que realmente algo puede contener a Dios? Lo tenía muy claro el Rey Salomón, que había construido el fabuloso Templo de Jerusalén para "albergar" a Dios: "¿Es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido!" La presencia de Dios en el mundo es plena y nada lo puede contener. Por eso, al final de su oración, Salomón afirma: "Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu nombre". Tiene que aceptar que Dios está por encima del Templo y que este es simplemente el asentamiento del Nombre de Dios, por lo cual se convierte sólo en referencia para invocarlo y pedir su bendición y su favor sobre el pueblo de Israel. No es sitio que pueda contener a Dios, pero sí es referencia para entrar en contacto con Él.

Podemos entender que esta relación del pueblo con Dios necesita una referencia específica. Los hombres somos seres materiales y para poder entrar en contacto con la divinidad, con la realidad espiritual que nos supera y escapa de nuestro "control", necesitamos de las mediaciones humanas y materiales, que nos conectan con el mundo espiritual. En eso se convierte el Templo.Por tener a la mano una realidad que nos conecta con lo espiritual, podemos entrar en un contacto más confiado con Dios. Es, en cierto modo, una condescendencia amorosa de nuestro Dios con los hombres. Sabiendo que nuestra realidad corporal nos limita infinitamente, hace posible que esa misma realidad material pueda elevarnos a categorías espirituales en las cuales el mismo espíritu humano se encuentra más cómodo. Es una cierta "seguridad" que necesitamos para poder estar confiados en que entramos en contacto con el mundo espiritual, que es la riqueza infinita que Dios ofrece a los hombres. A través de eso material, Dios nos "eleva" a lo espiritual. Es la dinámica de la sacramentalidad. A través de ella, hacemos presente por signos concretos un mundo infinitamente trascendente, que es el de Dios. Y Dios "se esconde" en eso para "dejarse" encontrar por nosotros en los signos que nos traen la salvación.

Lamentablemente, el espíritu humano, por naturaleza acucioso e insaciable, frecuentemente no se contenta con esta posibilidad de tener "contacto" con Dios, sino que de alguna manera quiere "aprovecharse" de esta cualidad que Dios le ha regalado, y cae en tentaciones que desvirtúan la riqueza y la convierten en contaminación terrible que lo daña a sí mismo. Por eso, colocando a Dios como excusa, justifican su codicia y su egoísmo. Es lo que reprocha Jesús a los fariseos y a los escribas: "El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres". Muchos se creen con el "poder" de dominio sobre esta realidad espiritual. Confunden la condescendencia de Dios con la transmisión de algún poder sobre Él. Se erigen algunos en censores de los hombres "en nombre de Dios", descalificando del todo esa misericordia infinita de Dios al dejarse "agarrar" por el hombre... Peor aún cuando se pretende "dominar" el mundo espiritual con artes esotéricas y misteriosas, pensando que a Dios se le puede dominar y colocar bajo el arbitrio de sus manipulaciones. Es lo que pretenden los espiritistas, los brujos, los videntes, los hechiceros..., que presuponen que Dios "se dejará controlar" o que dejará controlar la realidad espiritual, con lo cual buscarían dominar a los hombres temerosos o ingenuos, para sacar buenas tajadas crematísticas, de poder o de honor...

Pero el nivel más bajo de esta pretensión es cuando se cae en el empeño de disfrazar de bondad lo que es de por sí malo, por cuanto significa de desprecio a los hombres y al mismo Dios. Es la verdadera actitud farisaica que considera la relación con Dios como algo simplemente externo, sin implicaciones interiores, sin compromisos personales. Incluso llegando al extremo de instrumentalizarla para sacar buena renta de ella. Bastaría, en este caso, "guardar las formas", sin importar mucho el fondo. Es el empeño de mostrar una faceta que no es real, sino simplemente una fachada que "dejaría bien parado" delante de los demás. Un empeño absurdo, pues Dios sabe bien lo que hay en el corazón de cada hombre. El que es "experto" en el mundo espiritual no debería caer en este juego en el que sabe bien que no saldrá bien parado. Pero pesa más el empeño en engañar a los hermanos, de quedar bien delante de ellos, por encima incluso de quedar bien delante de Dios, que la necesidad absoluta de la transparencia delante de Dios y de los demás. La doble fachada se convierte así en una "bandera" que debe ser defendida absurdamente, para no quedar en evidencia delante de los demás. Empeño absurdo que no logra sino la destrucción del hombre en la presencia de Dios, aunque quede inmaculado delante de los demás...

Nuestra meta debe ser honrar a Dios por encima de todo, sin importar ni siquiera cómo quedamos nosotros delante de los demás. Lo que importa es Dios y nuestra relación transparente y honesta con Él. Teniendo buena relación con Dios se asegura una buena relación con los hermanos. Es imposible estar bien con Dios y a la vez estar mal con los hermanos. Lo contrario sí puede suceder... Que no sea dirigido a nosotros el reproche de Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí"...

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