miércoles, 15 de enero de 2014

Todo el mundo te busca...

El mejor resumen de la figura de Jesús, de su mensaje y de su obra, es el que nos dan los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro, en su conversación con Cornelio, dice. "Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él". Él mismo hace el resumen de lo que debe hacer misión encomendada por el Padre y aceptada voluntariamente por Él: "Para eso he venido"... Es la confirmación de lo que eternamente dice el Verbo de Dios ante el Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

La venida del Hijo del Hombre se explica sólo desde la perspectiva del pecado. Porque el hombre le dio la espalda a Dios prácticamente en el inicio de su existencia, queriendo "hacerse como un dios", el mismo ofendido, Yahvé, anuncia la venida de aquel personaje que "pisará la cabeza de la serpiente". La historia de la salvación es, de esa manera, historia de rescate del hombre, que se puso de espaldas al amor y prefirió vivir en el odio y en el vacío de la ausencia de Dios. Jesús pasa haciendo el bien no sólo porque logra romper la dinámica de la separación del hombre en referencia a Dios, sino porque en cada obra que emprendió no hizo otra cosa que gritarle al hombre el amor de Dios y su añoranza por tenerlo a su lado de nuevo... La obra de rescate que Jesús emprende no se refiere sólo a lo espiritual, pues siendo esa la raíz, las consecuencia son globales. El hombre quedó roto interiormente por el pecado, pero esa rotura tuvo consecuencias en todo lo que él vivía. Era necesario restaurarlo todo, desde la raíz, pero también en todas sus consecuencias...

La obra de Redención es una obra impresionante. No sólo por lo que se refiere a demostración de poder de parte de Dios, que es inmensamente grande, más aún, infinito. Redimir en este caso significa re-crear. Es decir, crear de nuevo. Si Dios hizo acopio de ese poder infinito en la creación primera, que hizo surgir todo de la nada -una nada objetivamente neutra, ni mala ni buena-, ahora toca demostrar aún más poder, pues aquello que había pasado de la nada a la existencia positiva, ahora debe pasar de la existencia negativa -abismo en el que se había caído por el pecado-, a la existencia positiva de nuevo, pero ésta, ahora, glorificada, superior... El salto cualitativo es inmensamente superior. Al inicio había pasado de lo neutro a lo positivo. La nueva creación lo hará pasar de lo terriblemente negativo a lo gloriosamente positivo...

Pero a lo impresionante que es la Nueva Creación por la Redención en cuanto demostración portentosa de poder divino, se añade algo que toca más interiormente al hombre, en una vivencia entrañable, que lo hace sentir no una "cosa" que se rescata, sino un "ser amado", por el cual el mismísimo Dios considera que vale la pena hacer lo que sea necesario, sea lo que sea, para rescatarlo y tenerlo de nuevo a su lado. No medirá Dios esfuerzos, acciones, consecuencias. La finalidad es únicamente la de tener de nuevo a quien ama consigo, al que es predilecto en su corazón, aquél que fue la causa última por la cual fue capaz de desplegar todo su inmenso poder y demostrar su infinita gloria...

La obra de la Redención, de esta manera, no se entiende sólo como un despliegue de poder infinito, sino como un volcamiento total del amor de parte de Dios hacia el hombre. Entenderlo sólo como obra de poder puede hacernos caer en el error de entenderla sólo como una "acción burocrática" del Dios que podía hacerlo porque es todopoderoso, sin mayor implicación personal... En cambio, entenderla como obra del amor divino es colocarse en el ámbito del corazón divino que se derrite de amor por el hombre y por el cual es capaz de llegar a lo que sea... Por eso, en los días de Jesús, el amor de Dios es demostrado con tanta intensidad. Jesús "pasó haciendo el bien" para que entendiéramos que Dios lo da todo, hace todo, llega a lo que haya que llegar, para rescatarnos, porque nos ama infinitamente. Dios, literalmente, "se vuelve loco de amor" por nosotros...

Contemplar este misterio de amor y dejarse invadir, imbuyéndose en la dulzura del Dios que se abaja al máximo, es una experiencia realmente entrañable. Es nadar en el misterio más profundo pero más a la mano del Dios del Amor. Es sentirse privilegiado por estar en un lugar de primer orden en el corazón amoroso de Dios, escondido, resguardado, sorbiendo las mieles más dulces de ese amor. Por eso San Agustín, arrebatado en la contemplación de este misterio tan profundo y tan a la mano del Amor de Dios, no pudo contenerse y afirmó: "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor". Es impresionante... Dar gracias por el pecado, pues sin él, la historia de Jesús no se hubiera presentado nunca ante nosotros. Tuvo que existir el pecado para que se hiciera presente el Verbo, encarnado en el vientre precioso de la Virgen María. Y por esa encarnación sabemos del amor de Dios que se hizo carne, y por eso curó enfermos, expulsó demonios, multiplicó los panes, miró con amor tierno a la mujer adúltera, lloró por Lázaro, se condolió de la viuda de Naim a la que se había muerto su único hijo, se erizó con el gesto de la mujer pobre que echó todo lo que tenía para vivir en el cepillo del templo, rió cuando tenía todos los niños a su alrededor... Por eso lo vemos cargar con la Cruz y sufrir lo indecible, pues "por sus llagas hemos sido curados". Por eso lo podemos ver inerme en la Cruz, habiendo entregado su espíritu al Padre para satisfacer por el pecado que nosotros habíamos cometido y no Él, pues no tenía ninguna culpa... Y por eso lo vemos glorioso surgiendo del sepulcro, para refrendar con esa gloria su obra de Redención y su amor entrañable e infinito por toda la humanidad...

"Pasó haciendo el bien", no hay duda... Y por eso, en su tiempo, habiendo experimentado ese amor todopoderoso y todoentrañable, la gente lo seguía, buscándolo para recibir algún gesto de amor. "Todo el mundo te busca", le dicen los apóstoles. La gente estaba ávida del amor. Y al haberlo conseguido en Jesús, no querían perderse ni una sola gota de ese amor... ¡Cuánto amor añora el hombre de hoy!¡Cuánta sed de dulzura, de ternura, existe hoy entre nosotros! Y tenemos a Jesús, que sigue dispuesto a ser quien sacie esa sed y nos colme de todo el amor que necesitamos. No hay mucho que buscar. Sólo mirar a Jesús que camina a nuestro lado, que está ahí, dispuesto. Contemplar la imagen de ese amor descuartizado en la Cruz, sin nada más que el interés de que lo sintamos, de que abramos nuestro corazón para recibirlo... Es el Dios del Amor, que es Amor para nosotros. Ojalá entendamos que basta con acercarse simplemente y decirle: "Aquí estoy yo, Señor... Lléname de tu amor infinito, pues me hace muchísima falta hoy y siempre..."

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