jueves, 16 de enero de 2014

A todo el hombre y a todos los hombres

La obra de Jesús busca salvar al hombre integral. Es para el hombre todo, y es para todos los hombres. El amor del cual Jesús es instrumento y que lo define esencialmente, no puede ser de ninguna manera parcelado. En el amor no hay exclusión de nadie ni de nada. Incluso a lo que está en la oscuridad el amor lo quiere iluminar. Y a quien ya está iluminado, lo quiere seguir iluminando... Por eso Jesús, que es la Luz que alumbra a las naciones, va por su camino iluminando, amando, sanando, curando... No hace distinción de nadie. Cuando se afirma que se ama, nadie puede quedar fuera de ese amor. El mismo Jesús ha dicho: "El sol sale para todos, para justos e injustos, para buenos y malos". Más aún, en la dinámica del amor se debe entender que quiere iluminar más a quien más lo necesita...

En los movimientos del amor, quien mejor nos enseña es Jesús. Y el amor de Cristo es sanador, es curativo. Él mismo lo ha dicho: "No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos". Si hay algo que explica la venida del Verbo en carne humana, es precisamente la necesidad de ese amor en el hombre pecador. Si no hubiera habido pecado, no hubiera habido necesidad de la Encarnación. Antes del pecado, la presencia de Dios en el mundo era algo "natural". Recordemos que Yahvé venía al atardecer al Edén para tener unas buenas conversaciones con sus amigos Adán y Eva. Esa presencia fue borrada por el acontecimiento del pecado, cuando los hombres decidieron desobedecer a Dios, porque querían ser "como dioses". Desde ese momento Dios fue "expulsado" del mundo y de la vida del hombre...

Es el empeño del mismo Dios el que hace que se "inaugurara" una historia de salvación, en la que el mismo Dios buscaba poner remedio a la infidelidad de los hombres para poder estar de nuevo "naturalmente" entre ellos. El Protoevangelio del Génesis -"Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya... Un descendiente de ella te pisará la cabeza"-, marca el inicio de la intención divina de rescatar al hombre y de restaurar las buenas relaciones que existían. No se iba a quedar Dios de brazos cruzados viendo que aquél al que había creado desde lo más profundo de su amor, y sobre quien quería derramar toda su ternura, la primera que derramaba sobre alguien distinto de Él, estuviera fuera de su alcance... La historia de salvación está en continuidad con el poder y con el amor de Dios. Como es Todopoderoso puede restaurarlo todo de nuevo y volverlo a colocar en el orden primigenio. Y como es Todoamoroso hará todo lo que le indique el amor, todo lo que sea necesario para hacerle entender al hombre que no es bueno para él mantenerse lejos de su origen y de su providencia. Y si en eso se le debe ir la vida, lo hará asumiendo la naturaleza que puede morir para demostrar ese amor infinito...

En ese gesto amoroso y poderoso queda resumido todo lo que Dios y su amor quiere hacer por todo el hombre y por todos los hombres. Así fue anunciado por todos los profetas, que recibían las inspiraciones divinas para que las fueran transmitiendo a los hombres. Ese Mesías Redentor venía "a anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo; a dar la vista a los ciegos; a anunciar el año de gracia del Señor". El Siervo de Yahvé aprenderá "sufriendo a obedecer", "no apagará la mecha humeante ni quebrará la rama cascada", "tomará sobre sus hombros todas nuestras infidelidades". Sufrirá el desprecio de todos, será abofeteado, escupido, golpeado... Y al final, "por sus llagas habremos sido curados"... Es una mezcla de gesta heroica y de sufrimiento extremo. El Mesías será el Rey, la Luz, el Poderoso, el Liberador... Pero a la vez será ese Siervo sufriente que entrega su vida para que nosotros la recuperemos...

Y así, en efecto, es. El poder del Mesías será un poder divino, por lo tanto, infinito.Con su obra realizará la nueva creación en la cual todo vuelve a su gloria original. Pero lo hará en la demostración más evidente de debilidad. Una debilidad asumida voluntariamente -"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"-, con la cual demostrará el máximo poder. Esa debilidad que tiene su manifestación más rotunda en la muerte por martirio de ninguna manera es tal, pues en ella no es vencido Jesús, sino el mismo pecado, la misma muerte. Con la muerte de Cristo mueren el pecado y la muerte. Y ello queda portentosamente demostrado con su resurgimiento victorioso de la oscuridad y la soledad del sepulcro...

La victoria de Jesús es para todo y para todos. El hombre corporal y espiritual es restituido. Son curadas sus enfermedades -"Quiero, queda limpio"- y es limpiada también su alma -"Tus pecados quedan perdonados". "Porque ha demostrado tanto amor, perdonados son todos sus pecados"-. Y es para todos los hombres -"Tengo que ir a otras ovejas que no son de este redil". Es "la Luz que alumbra a todas las naciones"-. Porque Dios ama, nadie queda fuera. Son todos los hombres los que vienen a ser salvados. Y es todo el hombre -alma y cuerpo- el que es rescatado. Jesús es el Salvador de la humanidad que tiene muy clara su misión. Es una misión de amor, de salvación integral, en la cual no puede nadie quedar fuera. Lo exige el mismo amor, pues el amor jamás es excluyente. Excluir, en el amor, es matar al amor... Amar es incluir a todos en el corazón, lo cual lo expande más y hace que puedan entrar más. Y así es el corazón de Dios...

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