viernes, 10 de enero de 2014

Te amo y sé que me amas... Límpiame

Los encuentros cercanos de Jesús con algunos personajes del Evangelio son realmente entrañables. Basta imaginarse, en primer lugar, tener la posibilidad de mantener un diálogo con el Salvador del mundo para pensar en ese trato suave, amoroso, tierno, que Jesús tiene con cada uno. Si su misión en el mundo fue la da traernos el amor del Padre y hacernos sentir su misericordia, no es posible un trato distinto de Jesús con quien de verdad tiene cualquier necesidad. Él era la suavidad hecha persona. Y persona divina, por lo tanto, insuperable...

Pienso en los encuentros íntimos que tuvo Jesús con su Madre, conversando de cualquier tema, en los cuales Él, como hijo, escuchaba interesado lo que María le dijera. Imagino a ese Jesús niño y adolescente intercambiando con sus padres terrenos que le enseñaban lo necesario de la vida humana, y que Él iba sorbiendo sabrosamente de sus labios y de sus conductas. Pienso en esos encuentros que seguramente tuvo con sus amiguitos de juegos, con sus vecinos, que le enseñaron el concepto de la camaradería, de la amistad, del compartir sin mayores preocupaciones... Todo esto fue una ganancia que fue depositando en su mente y en su corazón para luego invertirla en su vida cotidiana cuando empezara ya en concreto su obra salvadora del hombre y del mundo. Lo de Jesús no fue un caer como paracaidista en la realidad humana, sino que fue un ir ganando paso a paso la experiencia propia para poder hablar y actuar con propiedad en ese futuro de Redención. El ser Dios no le había surtido de esa experiencia de vida humana. Esa la fue adquiriendo en sus días terrenos, y dentro de ellos, estaba la experiencia del amor humano, con un corazón de carne, que latiera distribuyendo la sangre que iba a ser derramada por su amor en sacrificio...

En esos encuentros de Jesús con los hombres, en particular con los que más necesitaban de su amor, encuentros entrañables e íntimos, se rezuma sin duda la finalidad que venía a cumplir entre los hombres. Él había venido a "anunciar el Evangelio a los pobres, a devolver la vista a los ciegos, a proclamar la libertad de los oprimidos y a los afligidos el consuelo, a anunciar el año de gracia del Señor"... Y esto lo iba a hacer no en una obra "general" que no tuviera concreción en personas particulares. Su misión, con ser para todos, era para cada uno. Él vino a anunciar el Evangelio a "este pobre", vino a devolver la vista a "este ciego", vino a liberar a "este oprimido", a consolar a "este afligido"... Para Jesús, la mejor forma de cumplir con la encomienda del Padre pasaba por el encuentro íntimo con cada necesitado y con cada una de sus necesidades. No era una obra "gerencial" o "ejecutiva". Era una obra concreta, específica, íntima, que tocaba el corazón de cada hombre...

Esta conciencia que tenía Jesús debía ser evidente para los que tenían necesidad del favor divino. Seguramente para muchos estaba claro que la obra que Jesús quería realizar entre ellos, pasaba por ponerse frente a Él, para que los viera. Muchos estaban conscientes de que en el encuentro con Jesús se obtenía con toda seguridad su amor convertido en compasión, en piedad y en misericordia. Por eso muchos se atrevían a "atravesarse" ante Él con todo desparpajo, pero con humildad, para solicitar que ese amor de Dios fuera derramado en ellos. Es lo que hace el leproso, cuando "al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: 'Señor, si quieres puedes limpiarme'"... La imagen es sobrecogedora... Este leproso, por supuesto, tiene que saber quién es Jesús, tiene que saber que ha hecho cosas maravillosas previamente, tiene que saber que Jesús tiene el poder de hacer maravillas, tiene que saber que Él no sólo usa de su poder sino que usa más de su misericordia infinita y de su amor para favorecer a quien tiene alguna necesidad... Tiene que saber que se conduele, pues ha venido "a anunciar el Evangelio a los pobres". Esa es su misión, y el leproso lo sabe. Por eso le pide su curación. El leproso quiere quedar limpio de su lepra que lo hacía impuro y rechazado, y por ello se pone confiada y humildemente delante de quien sabe bien que lo puede lograr... Jesús no se niega:  "Extendió la mano y lo tocó diciendo: 'Quiero, queda limpio'"... Es la voluntad de Dios... "Quiero". Y es su amor infinitamente poderoso el que lo logra: "Queda limpio..."

El leproso se abandona en la voluntad de Dios... "Si quieres..." No dice "si puedes", pues él sabe muy bien a quién se lo está pidiendo y sabe que puede. Más que en su poder, se abandona en su amor y en su compasión... Y habiéndolo hecho así, por haber confiado en el amor de Dios y haberse abandonado en su corazón y en su voluntad, logra la maravilla de su curación. El encuentro con Jesús fue para él la limpieza absoluta. Y seguramente esa limpieza no fue sólo de su lepra física, sino de todas sus lepras, incluyendo la espiritual, la del pecado, la del alejamiento de Dios...

Así como lo fue para el leproso, el encuentro con el Dios del amor y de la misericordia que está en Jesús trayendo el amor de Padre, es para todos los hombres igualmente sanador. Encontrarse con Jesús, postrarse a sus pies, abandonarse en su voluntad amorosa más que en su poder, es la salvación, es la curación, es la purificación, es la limpieza. Jesús nunca dejará sin resultados positivos un encuentro entrañable y confiado de quien tiene una necesidad y le implora que "quiera" salvarlo.

Ese leproso somos cada uno de nosotros. Encontrarnos de frente con Jesús, muerto y resucitado, es la salvación de los hombres. La salvación es una cuestión de encuentro. Es el encuentro del corazón de Jesús que busca al hombre para salvarlo, con el corazón del hombre que añora la salvación, que sabe que ésta sólo la puede dar Jesús y que se coloca humilde por donde va a pasar Él para implorarle la limpieza... No hay dudas en el corazón de quien implora. El "si quieres" no es desconfianza en el poder sino abandono en el amor. Y, como sabemos que ese amor es infinito, basta con que le digamos a Jesús "si quieres, puedes limpiarme", para darle "el permiso" de que derrame su amor en nuestro ser, y nos colme de la más extraordinaria limpieza que es la que da el amor misericordioso de un Dios que ha venido a eso: a salvarnos, a limpiarnos, para llevarnos con Él al cielo...

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