domingo, 5 de enero de 2014

Bendecidos incluso en el pecado

La vida de los cristianos es vida que se desarrolla en bendiciones. Todo nuestro itinerario, desde nuestra aparición sobre la tierra, incluyendo en esos inicios hasta la caída por el pecado cometido, pasando por toda la historia maravillosa del pueblo de Israel y la venida del Hijo de Dio en nuestra carne, no es sino una continua bendición de Dios. Él "nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos", pues la relación que el Padre establece con los hombres a través de su Hijo Jesús siempre perseguirá que el hombre salga enriquecido en ella... No se puede pensar de otra manera en esta dinámica que Dios establece con los hombres, pues en realidad, no existe ninguna otra motivación en Dios que la del amor, y por lo tanto, la de beneficiar siempre al hombre con el cual entra en relación...

Desde la misma creación del hombre, hecha al final de la gran gesta creadora que emprende Dios y que, dada su omnipotencia y su infinitud -por las cuales se basta a sí mismo totalmente-, no tiene otra explicación posible que la de darse a sí mismo un objeto diferente al cual amar y bendecir en las cosas creadas, poniendo entre ellas, como centro y núcleo integrador y aglutinante de ese amor de donación, al mismo hombre, toda la historia posterior se desarrolla en medio de bendiciones, de las cuales el hombre, por ser el amado predilecto, es el principal beneficiario...

En primer lugar, Dios da al hombre la gran bendición de la existencia. De ninguna manera podemos imaginarnos bendición como la de existir, por cuanto la no-existencia es el vacío total, del cual ninguno tenemos la más mínima idea. No es posible ni siquiera pensar en ello, pues antes de la Creación del mundo y de nosotros mismos lo que había era la nada absoluta, en la cual sólo Dios estaba presente, amándose y bendiciéndose a sí mismo... Al no existir nosotros, ni siquiera podríamos plantearnos qué habría sido de nosotros, pues simplemente no éramos nada... Es un problema que, sencillamente, no existía. Nuestra creación, siendo colocados en el centro de todo lo demás, y que fue puesto a nuestro servicio por Dios, para que usáramos de todo a nuestro beneficio, y a nuestro placer, ya es en sí mismo una bendición... De la nada, de la no existencia, del absurdo de lo inimaginable, Dios nos ha traído al ser, al existir, y en ese regalo de la existencia, nos ha puesto por encima de todo. Ha sido un salto cualitativo inmensamente grande, casi infinito. De la nada a lo mejor. De la no existencia al dominio sobre todo lo creado. La bendición de nuestra existencia es la primera de todas en la que Dios "se luce" en el amo al hombre... De nuestra parte sólo habría la posibilidad del agradecimiento, pues de lo absurdo del no existir hemos sido llamados a la plenitud de la existencia...

Pero lo maravilloso de la obra creadora, en la cual sólo podemos encontrar beneficios para el hombre, sigue sorprendiéndonos, desde la voluntad amorosa de Dios en relación al hombre, pues la llamada a la existencia que Él nos ha lanzado, la ha hecho, además, haciendo posibles las condiciones óptimas para que ella se desarrollara en la mayor felicidad imaginable. No es una simple existencia en la cual el hombre caminaría sin norte, sin guía, sin meta... Sería terrible que camináramos sin saber hacia dónde dirigir nuestros pasos, vagando sin sentido por toda la ruta sin fin... "Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado". Dios nos llamó a la existencia feliz, pues no nos creó como una "cosa" más, o como una "ser animado más", sino que nos llamó a  formar parte de su familia, en su Hijo Jesucristo, manifestando con eso que nuestra felicidad por la existencia debía ser consciente, mantenida en ella misma cuando estuviéramos en su presencia, recibiendo su amor en plenitud, con lo cual no podríamos tener otra felicidad mayor que la de hacernos cada vez más suyos... Dios nos creó ansiosos de felicidad, con sed de eternidad, añorantes del amor y de la trascendencia. Pero no dejó nuestra naturaleza eternamente insatisfecha en estas necesidades, sino que se puso Él mismo como la causa que satisfaría absolutamente todas estas hambres. Y, lo mejor, se puso " a tiro" para que siempre lo tuviéramos a la mano. Inconscientes somos cuando no alargamos la mano y no nos agarramos a Ese que es la satisfacción plena de las ansias de felicidad, de amor y de eternidad... Lo entendió perfectamente San Agustín cuando dijo: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti"...

En el pecado, los hombres cometemos la torpeza mayor imaginable, pues ponemos un muro a esa presencia de Dios en nuestra vida, imposibilitándonos nosotros mismos alcanzar la plenitud a la que hemos sido llamados en nuestra existencia y quedándonos en la mayor de las frustraciones, añorantes siempre de esa plenitud. El pecado es como la manifestación de intención del hombre de querer valerse por sí mismo, para lograr la felicidad. Y así, es, en cierto modo, su decisión de vivir la frustración mayor, el sinsentido mayor de la existencia, pues se queda en lo creado, y no avanza hacia el Creador amoroso y providente... Pero el Dios de bendiciones, aún en esa torpe decisión humana, siendo infinitamente misericordioso, lo cual es propio de su naturaleza "bendecidora", nos sale al encuentro para decirnos que a pesar de nuestra torpeza, nos conoce perfectamente pues hemos salido de su mano, sabe que somos soberbios por naturaleza, y por eso es capaz de resarcir el mal que hemos colocado nosotros mismos en nuestro camino, y ya no sólo nos alarga su mano para que nos agarremos a ella, sino que viene a nuestro encuentro, colocándose en nuestro camino para que nos "tropecemos" con su amor... "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios...Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y henos visto su gloria..."

La mayor bendición que Dios ha derramado sobre nosotros: La mismísima presencia del Hijo en medio de los hombres. Hemos sido bendecidos infinitamente, pues Dios nos ama infinitamente. El Verbo eterno de Dios ha venido para darnos la mayor bendición: recuperar nuestra filiación divina uniéndonos a Él para ser elevados con Él. Ya no somos simples pecadores, sino que el pecado ha sido la puerta de entrada de la mayor bendición. Siendo malo, Dios lo convirtió en algo que utilizar para demostrar aún más grande y portentosamente su amor y su misericordia. La mayor bendición es la del perdón. Y Dios nos la da por su Hijo Jesús, que se ofrece como propiciación perfecta de los pecados... "Feliz culpa la que nos mereció tal Redentor.."

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