lunes, 6 de enero de 2014

Nadie se queda fuera

Jesús es el Dios que se hace hombre en el vientre de una Virgen. Las profecías anunciaron una y otra vez la venida del Mesías, que sería la Luz que alumbraría a las naciones. Un mundo oscuro, que caminaba en tinieblas, en el cual "las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos", recibirá una iluminación inusitada con su llegada. Él, que es la Luz, será precedido por la gran luz de la estrella de Belén, que conduce radiante a los Reyes Magos a su encuentro. La Luz es precedida por la luz...

En esa venida del Redentor se dan las paradojas más marcadas. Su anunciación a la Virgen María es hecha en la intimidad más entrañable. La gloria de Dios, que se hace presente en el Ángel Gabriel que visita a María, se rebaja en un diálogo en el que "solicita" su participación en este paso que Dios quiere dar hacia el hombre. Hasta que María no da su aprobación, y no se pone a la disposición de Dios como su sierva humilde y sin condiciones, no sucede el hecho más grandioso que se ha verificado en la raza humana: Dios se hace uno de nosotros, uniendo desde ese momento y para toda la eternidad las naturalezas divina y humana. Dios "comparte", como un protagonista más, la historia del hombre y la eleva infinitamente en su dignidad. La raza humana ha recibido la visita más ilustre que jamás haya tenido...

José, en su experiencia dolorosa al descubrir el embarazo de María antes de convivir, decidió hacer lo que todo hombre israelita hubiera hecho: repudiar a su mujer que, en su criterio, le había sido infiel. Pero decidió hacerlo en secreto, sin denunciarla públicamente, pues la amaba realmente. Haberla denunciado hubiera significado para Ella la muerte, ya que era lo que exigía la ley. En ese dolor sorbido en la intimidad de su corazón, José es confortado por el mismo Gabriel que lo visita para convencerlo de que su mujer no le había sido infiel, sino que aquello era una obra directa del Dios de Amor en favor de los hombres. De nuevo, la gloria de Dios, presente en la figura del Arcángel, se hace presente en la humildad de un gesto puramente humano...

El nacimiento del Dios de la Gloria, Omnipotente, Infinito, Omnipresente e Inefable, se da en medio de las condiciones de máxima sencillez. Sus padres no tenían siquiera un sitio cómodo dónde colocarlo. Y la "bondad" de una familia de Belén les permite usar el establo donde guardaban los animales para que María diera allí a luz al que era la Luz. El visitante más ilustre que tenía la raza humana llega revestido de la mayor humildad imaginable. El Dios Creador, Sustentador y Juez de la Historia, llegaba en el sitio que usaban la mula y el buey para descansar y para comer... El pesebre de la comida de las bestias le servía de cuna. La gloria de Dios se había hecho nada, se había rebajado al máximo. Dios se había escondido en la pequeñez extrema de un niño recién nacido, cumpliendo con ello, quizás, el mayor de sus milagros: no manifestarse, como hubiera sido normal en su naturaleza, como la altísima divinidad que estaba presente en ese pedacito de carne que yacía en el pesebre...

Los pastorcitos tienen un encuentro con la gloria de Dios en el Ángel que les anuncia la llegada del Redentor, del Mesías, que tanto esperaban desde hacía tanto tiempo. El portento del Ángel que les habla les anuncia el signo por el cual descubrirán al Señor que les ha nacido para su Redención: "Verán al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre". Sólo porque lo anuncia así el Ángel son ellos capaces de descubrir que en ese Niño, nacido en condiciones tan extremas, en un sitio tan impropio de la gloria celestial, está el mismísimo Dios que nos visita. ¿Qué tiene de glorioso un recién nacido, envuelto en pañales, recostado en el sitio donde comen los animales, habitando un establo en el cual ellos viven? ¿Es que no se podría esperar de Dios una entrada más espectacular, unas condiciones más propias de la divinidad?

Esta paradoja gloria-humildad en la venida del Redentor tiene un momento culminante también en la Visita que hacen los Reyes Magos. La gloria de Dios se hace presente en la estrella que conduce a los Reyes hasta Belén, el pueblo de David. Ellos son paganos y desconocen completamente la historia previa de Israel. Sólo su acuciosidad en el estudio de los astros los hace descubrir que en el universo ha sucedido algo maravilloso, portentoso. Eso se lo dicen los astros. Una estrella les anuncia el nacimiento del Rey de los judíos, y se aprestan a ir a visitarlo... La gloria de Dios los acompaña hasta el sitio en el cual está ese Rey. Y descubren que es el mismo Niño que habían visto los pastorcitos, en las mismas condiciones en que aquellos lo habían descubierto. El mismo espectáculo que vieron los pastores es el que ven los Reyes de Oriente: "Un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre..." Sin embargo, la estrella que los ha venido conduciendo desde su tierra, se detiene sobre el sitio donde está ese Niño, y ellos descubren en Él a aquel al que han estado buscando insistentemente. Su gesto posterior es impresionante: "Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra"... Los Reyes Magos, paganos y adoradores de otros dioses, reconocen a Dios en ese Niño recién nacido. La adoración que le hacen es el signo claro del reconocimiento de la divinidad que hay en el Niño Jesús. Unos paganos reconocen al Rey y Dios de Israel... Y no dudan en adorarlo...

Dios se les revela a los Reyes venidos de Oriente. Ya se había hecho adorar por los ángeles al nacer, que prorrumpen en un canto de extrema dicha, con el "Gloria a Dios en el cielo..." Ya se había revelado a los pastores de Belén, que representaban en todo caso al mismo pueblo de Israel, sencillo y humilde, que reconocía a su Mesías, en la extrema sencillez de su nacimiento. Y ahora se revela a los paganos, representados en los Reyes de Oriente, que reconocen y adoran al Dios que viene a salvar a todos los hombres, sin distinción de raza, de nacionalidad, de color... Es el Dios del Universo entero...

Es la Epifanía, la manifestación gloriosa de nuestro Dios a todos los pueblos. Judíos y paganos reciben la revelación de Dios que nos dice así que ha venido a rescatarnos a todos, que nadie se queda fuera de su amor, que su amor es infinito y por lo tanto no hay nada que quede fuera de su intención de iluminarlo. Esa Luz que es Dios viene a destruir toda penumbra, a borrar toda oscuridad. Ya el tiempo de las sombras ha pasado pues nos visita "el Sol que nace de lo alto", guiado por una estrella luciente. La Luz es anunciada por una luz... No podía ser de otra manera. Esa iluminación de Dios es para todos los que estamos en tinieblas. Basta que nos pongamos bajo ella para que sea eliminada todo oscuridad en nuestras vidas, toda la oscuridad del mundo, y nos revistamos de la alegría de esa Luz brillante, que hace descubrir los colores hermosos que produce Dios y su amor en la vida de todo hombre...

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