Nos encontramos ante el misterio más grande que podemos imaginarnos los hombres. La encarnación del Verbo eterno de Dios es el paso más gigantesco que pudo haber dado Dios hacia nosotros. Habiendo asistido a acontecimientos grandiosos y habiendo tenido noticia de los enormes gestos que Dios ha realizado en favor nuestro, como los son la misma creación del universo, la elección de un pueblo para que fuera su propiedad, la liberación portentosa de la esclavitud a la que había sido sometido por el imperio más poderoso de su tiempo, las demostraciones de su poder en favor de ese pueblo elegido para vencer a sus adversarios, el surgimiento de grandes personajes para que fueran su voz y su representación por medio de los cuales se dirigía a ese pueblo para que escucharan su palabra y sus indicaciones, ninguna de esas acciones divinas se pueden comparar con la grandiosidad que significa el que ese Dios decidiera en un momento de la historia no ser simplemente autor de esas maravillas, quedándose como espectador externo, sin involucrarse personal y directamente en ellas, sino entrar Él mismo a ser actor en ellas. Ya no solo movía el hilo de la historia, sino que ahora, además, Él se ataba a uno de esos hilos para pasar a ser no solo autor, sino además actor en todo ese entramado de amor del que Él era la causa primera y última. El mundo surge de su mano todopoderosa y llena de amor eterno e infinito por el hombre, y se dirige hacia esa misma mano que mantiene siempre tendida hacia la humanidad. Él es el Alfa y la Omega de la historia. De Él surge y hacia Él se dirige. Y entra Él mismo en esa historia, haciéndose uno más, habitando ese mismo mundo que quiere dirigir hacia la plenitud, que se alcanzará solo cuando ya todo esté completamente en su presencia gloriosa. "En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho... Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad". Es el resumen perfecto de lo que ha sucedido, de lo que ha hecho el mismo Dios, involucrándose en la existencia de todo lo que hay en el universo, y haciéndose Él mismo parte de esa historia de creación y de salvación, que tendrá como fin su reinado universal y definitivo.
En esa historia en la que Él se involucra plenamente y de la que se hace no solo autor sino actor principal, también cada hombre y cada mujer de la historia escribe su propio argumento. La historia personal de cada uno será gloriosa si se inscribe en la misma línea de argumentación que va escribiendo el autor de la vida, si la historia personal se hace y se desarrolla en la línea de la recepción y la experiencia personal del amor que Él ha venido a derramar sobre cada uno, si ese amor pasa a formar parte principal del argumento principal y da forma y color a todos los acontecimientos que queremos que formen parte de nuestro entramado. Es el amor el que hace que nuestra historia se haga paralela a la del Dios del amor. Es el amor el que hace que la ambientación de nuestra biografía nos haga encaminarnos hacia la meta que es llegar a estar eternamente en esa Omega final que es la eternidad en el Dios del amor. Si nuestra biografía se inscribe en el paralelismo del amor que vivió ese Verbo que se hizo carne, desde la humildad de un Niño recién nacido acunado en los brazos amorosos y protectores de sus padres María y José, sometido a la voluntad humana que lo formó y lo llenó de los valores y principios y que incluso lo enseñó a vivir en el amor humano más puro y entrañable, haciendo de ese amor su esencia vital, la que vivió en extremo hasta la entrega definitiva incluyendo la muerte ignominiosa en favor de sus amados, nuestra vida habrá tenido sentido y llegará a aquella plenitud que Él ha venido a regalarnos. El amor, como "nuestra marca de fábrica", no nos hace seres extraños, sino profundamente humanos, como lo fue el Dios hecho hombre. No hay realidad que nos haga más humanos que el amor que nos lleva al heroísmo de la humildad y de la entrega, en medio de un mundo que nos invita al comodismo paralizador y al egoísmo individualista. El ser más humano que ha existido es el mismo Dios humanado. Jesús es el mejor revelador de lo que debemos ser los hombres.
Ante esta realidad, se levantarán siempre voces que nos invitarán a lo contrario. Usarán frases hechas, altisonantes, que nos invitarán a vivir en el egoísmo más puro y destructivo. "Esta vida es una sola, hay que gozarla..." "Que cada quien se las arregle como pueda..." "Comamos y bebamos que mañana moriremos..." "Allá ellos..." "Mi cuerpo es mío, y solo yo decido sobre él sin que nadie venga a meterse en mis decisiones..." Son frases que nos descubren la creciente deshumanización del hombre actual. Son la negación del amor. De ese amor que es lo que nos caracteriza más como hombres. Y llega el momento de reaccionar, pues si seguimos avanzando por este camino nuestra meta será nuestra propia destrucción y desaparición. "Muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros". Sabemos que al final el amor vencerá. El amor siempre vence, pues es la fuerza más poderosa que existe al ser la esencia más pura y profunda de Dios. Pero todo lo que se le opone dará su lucha. No se dejará vencer fácilmente. Así como en la cruz Jesús fue aparentemente vencido, también en nuestra historia habrá cruz y muerte. Pero igualmente, así como en la aparente derrota de la cruz Jesús obtuvo su mayor victoria, también en la historia del hombre, esas pequeñas derrotas serán preludio de la victoria final y estruendosa del amor. Solo que nosotros debemos enrolarnos en ella, para ser vencedores con el amor. "En cuanto a ustedes, están ungidos por el Santo, y todos ustedes lo conocen. Les he escrito, no porque desconozcan la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira viene de la verdad". El odio, el mal, el pecado, forman parte de ese círculo de la mentira de la cual el demonio es maestro. Y ya el demonio ha sido vencido. Su rebeldía se mantiene, pero será siempre vencida. Al final, vence el amor, pues el amor es el mismo Dios. Esa es la historia que ha escrito Dios para cada uno de nosotros. Nos toca a nosotros hacerla realidad en nuestras vidas. Que escribamos nuestra propia historia en paralelo a la historia de amor que Dios ha escrito. Así, habiendo salido de Él que es el Alfa, nos encaminaremos hacia la Omega que es Él mismo que nos espera al final de nuestra historia con los brazos abiertos para recibirnos en la eternidad del amor y la felicidad que solo Él nos puede procurar.