Dios es el Dios de los anuncios y de los cumplimientos. Con frecuencia leemos en las Sagradas Escrituras, particularmente en el Nuevo Testamento, las acciones que van demostrando que se va cumpliendo lo que estaba ya previamente anunciado. Vemos frases como: "Esto sucedió para que se cumplieran las Escrituras". Los autores están escribiendo a hombres diversos, de públicos distintos, convertidos al cristianismo desde diversas raíces distintas. Un público proviene del judaísmo, algunos incluso radical. Otro público, del paganismo griego. Y aun otro más, del paganismo romano. Estos dos últimos paganismos entre sí son a su vez diversos. A los provenientes de judaísmo, en su preocupación por hacerles llegar la noticia de la salvación, los autores quieren que les llegue de la manera más clara posible la noticia del amor salvador de Dios, de la existencia de aquel Dios que desde que eligió a Israel como su pueblo se ha echado al hombro la tarea de procurar para él la felicidad plena, del deseo de rescatarlo de las garras del abismo y de la oscuridad del pecado, de atraerlo hacia su corazón de amor para que no eche en falta nada, de abrirle la perspectiva de una vida eterna en la felicidad plena que solo Él puede procurarle en Jesús. Además, a los paganos quieren convencerlos de la existencia de un ser infinitamente superior a sus supuestos dioses paganos, más grande que cualquiera de sus divinidades, con un poder que no se basa en la demostración brutal de una violencia, como la que esgrimen sus dioses, que venza cualquier oposición posible, sino que es un poder de signo distinto, pues se basa en el amor que al convertirse en tesoro del corazón humano, muta en un poder invencible, pues el corazón vencido por ese amor es más poderoso que mil ejércitos, infranqueable ante el ataque del mal, del odio, de la violencia, de la injusticia. Es el poder que demostró Jesús en la Cruz, admirablemente infinito en la estampa de la supuesta mayor debilidad que representaría la muerte del que sufre ese horror.
El paso por el mundo de Aquel que realizará esa gran obra, la venida de aquel Redentor, es anunciada desde el mismo inicio de la historia de amor y de pecado que está presente en la humanidad. El anuncio de la venida de aquel que viene a rescatar al hombre venciendo al demonio, con todo lo que representa de odio, de mal, de penumbra, no es nuevo ni reciente. Es tan antiguo como el mismo pecado. "Un descendiente de la mujer te pisará cabeza", sentenció Dios ante la serpiente, representante de Satanás. El Dios creador y sustentador, del cual se había "escapado" todo lo que existe por una incontinencia de un amor que por infinito es poderoso como para hacer existir lo que no existía, hecho patente en su punto cenital en el hombre, que es para Él su gloria -"La gloria de Dios es el hombre viviente"-, no podía ocuparse solo y simplemente de que aquel hombre existiera, sino que se preocupó también, por supuesto, como es natural en quien ama, de que aquel amado tuviera todas las condiciones necesarias para vivir feliz retomando el camino correcto y conduciéndolo a estar con Él para toda la eternidad, derramando su amor infinito, pues es su felicidad plena. La de Él y la del amado. Es una condición que será inmutable en el futuro eterno, pero que puede iniciarse aquí y ahora, si cada hombre rescatado hace que el Salvador sea su vida y su amor, que marque las pautas para una vida actual en su presencia, imprimiendo en todo lo que hace las riquezas de la paz, del amor y de la justicia que ya vive quien lo tiene incrustado en su ser. Por eso, cada autor busca, además de transmitir la noticia de la salvación y del cumplimiento de todo lo anunciado en el pasado, que quien reciba esta noticia tenga un encuentro personal con Jesús, el Mesías anunciado. No es suficiente escuchar o informarse sobre Él. Es absolutamente necesario encontrarse frente a frente con Él, con su persona, con su amor, con su deseo de rescate, con su gesto amoroso de entrega y de donación. Más que noticia es vivencia personal de Jesús. Él está vivo y es vivificador. Es su vida y la vida que quiere regalarme la que debo vivir al saber de Él. Así es el resumen de todo: "'(María), dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados'. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por el Profeta: 'Miren: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa 'Dios-con-nosotros'". Jesús -"Dios que salva"- es el Emmanuel -"Dios con nosotros"-. Viene a nosotros y por eso nos da la salvación cuando nos encontramos con Él y nos dejamos hacer de nuevo por su amor.
La noticia, en efecto, no es como la que aparecería en el diario que tenemos en nuestras manos y que leeríamos para enterarnos de las cosas que han sucedido. Es la buena noticia, el Evangelio de la salvación, que me implica profunda y esencialmente, que es capaz de hacerme mutar de condenado a salvado, que me hace un hombre nuevo, tal como quiere el Padre y por lo cual nos regala a su Hijo predilecto. "Este es mi Hijo amado, el predilecto. Escúchenlo", nos dice Él mismo, sabiendo que escuchar esa noticia y dejar que me transforme es la causa de mi renovación radical, la que me transporta de vivir del régimen del odio que impuso el pecado al régimen del amor al que me conduce la gracia que Dios derrama a través de Jesús. "Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre". Es la noticia más importante que podremos recibir jamás. Nada se le puede comparar por cuanto tiene que ver con mi vida actual y con mi vida futura. Por vivir esta realidad, mi vida es otra. Se transforma en mi aquí y en mi ahora, y colorea con los matices del amor y de la salvación toda mi eternidad. Aceptar lo que estaba anunciado desde antiguo y vivirlo hoy con mis hermanos en el amor, la justicia y la paz, me hace un hombre radicalmente nuevo, y me hará vivir la novedad que nunca pasará en el amor que será el ámbito de mi vida eterna junto a Jesús y su Madre María, en la presencia gloriosa del Dios del amor.
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