La espera del establecimiento definitivo del Reino de los Cielos, que se dará al final de los tiempos, no exime a la humanidad de seguir construyendo un mundo mejor para que sea un lugar ideal para la llegada de aquel imperio de paz, alegría, justicia, amor y armonía inmutables. Podríamos caer en el error de dejar todo en las manos de Dios, pues ya esa tarea ha sido iniciada por Él, y basta con que Él siga en su esfuerzo para que finalmente todo llegue a ese final ideal. No faltarán nunca quienes se dejen llevar por el entusiasmo de ver iniciada la empresa y se echen a esperar que ya no sea un simple espejismo avizorado en el futuro, sino que el mismo Dios fuera el único obrero de todo el entramado. Por eso San Pablo, descubriendo esa actitud en algunos, les llamó la atención y los invitó a reaccionar: "El que no trabaja, que tampoco coma". Todos debían seguir haciendo su parte para que el mundo fuera un sitio mejor para la llegada del Reino definitivo de Jesús. Aquel mundo futuro no quiere vagos entre ellos. Quiere trabajadores denodados que atraigan el bien con la semilla que siembren. Más aún, quienes hayan sembrado serán los únicos que tendrá derecho a disfrutar de la cosecha de amor eterno que se promete para ese tiempo final. El que no ha hecho su esfuerzo, no podrá disfrutar del fruto que otros con el suyo hayan alcanzado. La Ciudad de Dios será construida con aquellos que han entendido que la Ciudad del Hombre tiene tarea principalísima que cumplir. Aquella Ciudad de Dios eterna no será otra cosa que la Ciudad del Hombre que ha trabajado esforzadamente por transformarse en la primera.
Por eso Jesús, que viene a establecer un Reino definitivo echando las bases con su presencia -"Si yo hago estas cosas es porque el Reino de Dios ya está entre ustedes"-, no deja de establecer responsabilidades entre los que Él considera obreros principales en la construcción: "Vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis". Los signos de ese Reino son signos de fiesta, de felicidad, de gozo espiritual, de ausencia del mal, de victoria del bien. No puede ser de otra manera, pues es el Reino del Dios liberador que alcanzará al final el establecimiento de su amor y de su gracia. En el ínterin Jesús da la responsabilidad de echar las bases para su victoria final, a los discípulos. Son todos los redimidos los que tienen esta responsabilidad. Son todos los que han recibido el favor del amor infinito de Dios los que habrán de dar testimonio de ese amor en sus vidas. "Gratis han recibido, den gratis". No se puede pretender acaparar el tesoro que Dios nos ha regalado, pues ese amor derramado necesita ser traspasado a todos. Es imposible contener la difusión natural del amor. Quien recibe amor lo multiplica para sí mismo cuando lo comparte. Y es la manera como la Ciudad de Dios va embargando a la Ciudad del Hombre. El amor va haciendo ósmosis en el mundo y va construyendo el sitio ideal para que aquel Reino futuro vaya siendo una realidad. La vida comunitaria va haciéndose un reflejo de lo que será definitivamente en el futuro. El Reino no será un reino individual, sino que será un Reino comunitario en el que Jesús será el Rey y todos seremos sus súbditos amados.
Dios puede hacerlo todo por sí mismo. De eso no hay ninguna duda. Pero en el diseño de su plan los hombres redimidos jugamos un papel de primera línea. Y ese papel es el de ir echando las bases de un mundo más justo y más humano, más cristiano y más impregnado del amor divino, más justo y más solidario, en el que reine la fraternidad real, en el que no haya divisiones ni enfrentamientos entre hermanos. Es la tarea que nos corresponde a todos, de la cual no podemos abdicar. Si habrá justicia en ese mundo futuro es porque ya la hemos empezado a sembrar aquí y ahora. Si habrá paz, es porque la hemos intentado vivir aquí y ahora. Si lograremos vivir en el amor definitivo, es porque lo hemos sembrado en nuestro días. "La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes". Será la experiencia de aquella utopía final que no se quedará solo en un sueño, pues la haremos realidad desde ahora y se mostrará con toda evidencia en la vivencia final de la armonía absoluta que logrará Dios para todos, en la cual habremos tenido parte importante pues habremos puesto las bases para la construcción con nuestro esfuerzo denodado. Somos adelantados del Reino y el Señor nos quiere activos para establecerlo como su regalo de amor infinito para cada uno de nosotros.
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