Nuestra fe está basada en certezas, en la confianza que nos da el saber que la mano de Dios está tendida continuamente hacia nosotros en un gesto de amor eterno, misericordioso y providente. Se funda, sobre todo, en el conocimiento de que Dios está siempre a favor del hombre y nunca contra él. Tiene en cuenta la historia, que nos relata el sinfín de acciones favorables al hombre que el Señor ha realizado por amor a él. Esa historia es la repetición continua de las demostraciones a favor de su pueblo elegido, de la defensa a ultranza de ese pueblo que no tiene otra fortaleza sino la que el mismo Dios tiene, del poder infinito utilizado contra quien ha osado levantar su mano para herir a sus elegidos, de la salud que escapa de sus manos para curar a los enfermos, de la lucha contra los poderosos que pretenden dañar a los más débiles y oprimidos, de la vida que da en plenitud a quien en Él confía cuando es herida con el mal de la muerte. No existe un solo momento en el que Dios no sale, antes o después, tarde o temprano, en defensa de quien lo necesita. Quien está consciente de este continuo accionar de Dios no puede sino confiar firmemente en que ese amor todopoderoso estará siempre dispuesto a actuar a su favor. La fe es la certeza que tiene el corazón que se sabe amado y que por ello sabe que nunca será defraudado, pues el amor de Dios nunca falla y por lo tanto nunca defrauda. No se trata de una seguridad científica, basada en demostraciones fehacientes que hayan resultado de una experimentación, sino de una certeza serena que descansa en la confianza de que el amor de Dios no dejará jamás de actuar, pues Dios mismo nunca dejará de amar. El corazón que ama y confía en Dios espera sereno el paso de la acción de la gracia divina a su favor. Nunca desconfía, a pesar de que haya signos que lo inviten a ello.
Esa fe es la que arranca de Jesús los favores. Es la que escucha de los labios de la Madre de Jesús la invitación: "Hagan lo que Él les diga", en la confianza absoluta de que de las manos de su Hijo saldrá el portento necesario. Es la que espera confiada el momento en el que Dios determina su actuación, sin querer "programar" a Dios. Es la que sabe que toda la perspectiva está completa ante Él, y por tanto, sabe mejor que nadie, mejor que tú y que yo, cuál es el momento ideal para actuar. Es la que sabe que la acción de Dios se dará siempre para el bien de su amado y que por lo tanto se abandona confiado y sereno esperando ese momento ideal de Dios. Es la que sabe que Dios tiene para cada uno un destino final de felicidad plena, que se va construyendo con ladrillos de pequeñas felicidades cotidianas en las que se van solidificando esa confianza y esa certeza en Dios. No se trata de un edificio ya construido, sino que va proveyéndose de pequeñas certezas por los logros que se van alcanzando, hasta llegar a ser un edificio sólido que no podrá ser jamás derribado. Se va avanzando en su construcción y se va haciendo cada vez más sólido. Es la solidez de aquella mujer que se acerca sigilosa a Jesús con la confianza tierna, firme y serena, de que apenas al tocar sus vestidos quedará sanada de sus flujos de sangre. Es la fe que salva, que sana, que abre la perspectiva de la vida a una dimensión infinitamente superior a la que se vive ordinariamente, pues permite la entrada de la mayor riqueza que puede poseer, que es la presencia de Dios, en esa perspectiva de trascendencia y de eternidad que le da la plenitud. "El vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel. A los que queden en Sion y al resto de Jerusalén los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida."
Es una fe que convoca a todos y que no deja a nadie por fuera. Todo hombre es llamado a vivir estas certezas de la fe, pues todo hombre está llamado a la salvación. En la perspectiva divina no hay reduccionismos. Se abre a todo y a todos. Por eso todo hombre tiene la posibilidad de vivir esta riqueza inabarcable que Dios quiere derramar sobre el mundo. Incluso el Centurión romano, considerado enemigo de Israel, tiene la posibilidad de abrirse a la experiencia del amor sanador y providente de Jesús. No encierra Jesús su poder en las fronteras humanas. Su amor y su poder no tienen confines. No existen para ellos. "Dios quiere que todos los hombres se salven". Por ello, permite que su gracia se derrame abiertamente sobre todos. La certeza del Centurión es premiada. Demostró una confianza superior a la de muchos de los fieles seguidores de Jesús: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano". Tenía la certeza absoluta de que el poder de Jesús era suficiente de cualquier manera. Y por ello, Jesús, admirado, sentencia: "Les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos". Es la perspectiva de la salvación universal, por demás lógica, pues el amor de Dios no puede quedar reducido como favor para nadie. El corazón de Dios es amplio. Más aun, es infinito. En Él cabemos todos y de Él salen favores para todos. Es a todos que nos quiere tener junto a sí, y hará todo lo que sea necesario para que así sea. Basta que fundemos nuestra vida en aquella perspectiva de trascendencia, con la certeza que nos da la fe que nos lanza a la eternidad, confiando infinitamente en el amor y la providencia divinas.
Hoy es cortar y pegar. Son palabras que nos hacen ver los planes de Dios y la salvación partiendo de la confesión del centurión. El centurión también encontró abierta la puerta del Señor y puso de su parte lo que le pexís el Señor. Su confianza en el poder de salvación que viene de Cristo.
ResponderBorrarLa certeza del Centurión es premiada. Demostró una confianza superior a la de muchos de los fieles seguidores de Jesús:
"Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano".
Tenía la certeza absoluta de que el poder de Jesús era suficiente de cualquier manera. Y por ello, Jesús, admirado, sentencia: "Les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.
Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos".
Es la perspectiva de la salvación universal, por demás lógica, pues el amor de Dios no puede quedar reducido como favor para nadie.
"El corazón de Dios es amplio. Más aun, es infinito. En Él cabemos todos y de Él salen favores para todos. Es a todos que nos quiere tener junto a sí, y hará todo lo que sea necesario para que así sea.
Basta que fundemos nuestra vida en aquella perspectiva de trascendencia, con la certeza que nos da la fe que nos lanza a la eternidad, confiando infinitamente en el amor y la providencia divinas".
Mons. VILORIA.