Dios es la suma de todos los sentimientos bellos, puros y nobles que existen. No hay en Él falta de ninguno de ellos, pues es la fuente de toda bondad. De Él surgen también para llegar y asentarse en cada hombre que existe. Cuando estamos conectados con Él esos sentimientos brotan en nosotros y los hacemos multiplicarse hacia nuestros hermanos. El "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" del principio, fue el designio para que fuéramos poseedores de aquellos sentimientos divinos por dispensación amorosa de su gracia, y para que que en cada momento de nuestra existencia pudiéramos reflejarlos en nuestras acciones. Nos hacemos más divinos no solo en la participación de su gracia, sino en la conducta acorde que podamos tener ajustada a lo que Él ha depositado en nuestros corazones. Entre esos sentimientos, embargados y marcados en su origen por su amor eterno e infinito, destaca por entrañable, su ternura. Dios es un Dios tierno. Nos da su cariño puro y gratuito, con la mayor dulzura, conociendo nuestra debilidad y lo hace con toda su delicadeza amorosa. Desde las expresiones amorosas que utiliza la misma Biblia, decribiéndolo como una madre amorosa que jamás puede olvidarse de su niño de pecho: "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré", nos asegura que esa ternura jamás se apartará de nosotros. "¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!" Es un Dios que no dejará jamás de mostrar su ternura por sus criaturas.
Es así como aquella figura entrañable del pastor que sale a rescatar a la oveja perdida, no es sino un reflejo más de ese Dios tierno que nunca dejará que se pierda uno solo de los suyos: "Supongan que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad les digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado". Es la oveja que más necesita de su ayuda. Las noventa y nueve que están a buen resguardo, están seguras. La que requiere de su solicitud es la que se ha extraviado. El amor y la ternura lo impulsan a no cejar en su esfuerzo por rescatarla hasta que la encuentra y festeja el hecho. Imaginemos a aquella oveja rescatada en los brazos de su pastor, feliz por haber recuperado la seguridad que había perdido y segura de que él jamás la dejará extraviarse, pues incluso estará dispuesto a dar su vida por ella. Es el sentimiento de seguridad que embarga el ánimo y que hace que se dé un abandono absoluto y confiado en sus brazos. "Mi Dios nunca me dejará y hará todo lo necesario para tenerme a su lado. Es un Dios tierno que jamás se dejará ganar en ternura y en generosidad en mi favor. Todo su amor es mío y nada ni nadie jamás me lo arrebatará". Esa ternura del pastor, Jesús que viene a salvarme, me asienta más en la conciencia firme de que su entrega no es motivada por ningún otro interés sino simplemente por su amor. Quien me ha creado y me ha puesto en el mundo no va a dejarme a mi simple arbitrio, sabiendo de mi debilidad, de mi torpeza, de mis fallas. Su ternura es la del padre que sabe que su hijo está en proceso de aprendizaje y que necesita del apoyo sólido de quien le está entregando las riendas. Y lo hace con el amor y la responsabilidad de quien es la causa de su existencia. Nunca nos abandonará.
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