En la espera del Señor Jesús, actitud que vive la Iglesia principalmente en el tiempo de Adviento, surgen tres personajes emblemáticos que nos dan esa carga de espera, de ilusión, de invitación expectante que llaman a tener un espíritu pronto a dejarse invadir por el gozo ante el avizoramiento de aquel futuro glorioso que vendrá para toda la humanidad. Este tiempo es realmente una concentración nuclear de lo que es la actitud general que debe vivir la Iglesia en toda su existencia en nuestro tiempo, por cuanto todo él es preparación para aquella segunda venida gloriosa de Jesús, triunfador y rey. El Adviento litúrgico es, realmente, signo del Adviento total que vive la Iglesia en el mundo. Estos tres personajes, cada uno a su manera, nos llaman insistentemente a disponer bien nuestro ser para tenerlo pronto a la recepción del triunfo definitivo y del establecimiento pleno del Reino de los Cielos entre nosotros. Ellos son, en primer lugar, los profetas, representados en los más emblemáticos de entre ellos, como los son Elías e Isaías; en segundo lugar, el gran Juan Bautista; y en tercer lugar, la Virgen María; cada uno de ellos, con sus características propias y los diversos matices con los cuales cumplieron perfectamente la misión que se les había encomendado. Los profetas del Antiguo Testamento se prestaron a echar las luces necesarias en el camino sombrío que debía recorrer la humanidad que suspiraba expectante por el cumplimiento de aquella promesa de liberación que Yahvé había lanzado desde el inicio. Para ello, era necesario colocar a Israel ante sí mismo y ante su pecado de traición, ponerle por delante la alternativa gloriosa que se daría si recuperaba su fidelidad, urgirle a poner de su parte para adelantar la llegada de aquel tiempo futuro de armonía y paz absolutas. Juan Bautista representaba la inminencia de la llegada de aquel liberador de Israel por lo cual ya no había tiempo que perder, pues "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" se había hecho ya presente en medio del pueblo. Y la Virgen es la espera cumplida, la Madre del Amor Hermoso, la que ha dado su Sí definitivo por el cual la venida de aquel tiempo de cumplimiento es una realidad hecha concreta y definitiva para siempre.
En este ámbito de espera y de preparación, el papel del Bautista es fundamental, por cuanto está presente en el periodo de transición entre la espera y el cumplimiento, entre la sombra y la luz, entre la perplejidad expectante y la llegada definitiva. No es un tiempo fácil pues implica la asunción de toda la carga que existía por el conjunto de acciones de espera y expectativas que se habían ido acumulando en el espíritu del pueblo de Israel. Juan Bautista debía dejar bien claro que el cumplimiento de aquella promesa no había de considerarse como "un derecho", sino como un don de amor, un regalo amoroso del Dios misericordioso y providente, que surgía no por los méritos de alguien que hubiera llegado a ganárselo, sino por su absolutamente libre voluntad que se mueve por el amor al hombre, su criatura predilecta. A la vez, tarea primordial del Bautista era la de llamar con urgencia a los hombres a iniciar un camino de conversión que demostrara su buena disposición a hacerse dignos de esa liberación que venía a traer el Salvador. "Preparen el camino al Señor" era su grito de batalla. No simplemente como un eslogan atractivo sino como una actitud necesaria para que la liberación llegara a ser una realidad. Esto implicaba también cumplir con la incómoda tarea de denunciar todas las actitudes que impedían que ese camino que se abriera al que venía a liberar a Israel fuera más expedito. Poner a los hombres ante sus infidelidades y proponerles el camino que debían transcurrir, y que implicaba para muchos la renuncia a situaciones placenteras fruto de la vanidad, del egoísmo, del hedonismo, del materialismo, era una tarea nada fácil. Jesús da la clave para la comprensión de esa figura fulgurante del Bautista: "¿Qué salieron a contemplar ustedes en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fueron a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron?, ¿a ver a un profeta? Sí, les digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: 'Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti'".
En nuestros días sigue siendo necesario echar la mirada al Bautista, escuchar su voz insistente, oír su llamada a la conversión. Y existen hombres y mujeres entre nosotros que nos siguen llamando a la conversión con su vida de fe y su llamada de atención. Quizá no se tomen conscientemente su papel por cuanto son denuncia viva y llamada de atención con sus estilos propios de vida. Pero sí son voces que claman en el desierto "preparen el camino al Señor". En cierto modo cada pastor de la Iglesia es una voz similar a la de Juan Bautista cuando nos llama a vivir más como hermanos, más en una espera activa y dichosa de la presencia de Jesús en el corazón de cada uno, más en la renuncia a los propios intereses cuando estos van en contra de los de nuestro hermanos más necesitados. Desde el Papa hasta el más humilde de los agentes de pastoral de la Iglesia es una voz que "clama en el desierto". Y más allá de los confines de la institucionalidad de la Iglesia, está la voz de cada hombre y de cada mujer que grita, quizá silenciosamente, la injusticia en la que muchos viven, lo antievangélica que puede estar siendo su situación, denunciando las injusticias de un sistema que puede ser humillante para las condiciones en las que muchos de ellos viven por razón de las heridas que reciben en su condición de humildad, de desventaja, de esclavitud, de opresión, de víctimas del ataques a los derechos, de la violencia, de la discriminación, de la tiranía ideológica. Juan Bautista puede ser cada uno de ellos. No solo el que levanta su voz para ser escuchado, sino incluso el que no tiene fuerzas para alzarla, pero que espera ser objeto de la atención de los que queremos que llegue ya el reino definitivo del Gran Liberador del Pueblo de Dios, Jesucristo, Dios y Señor de la historia.
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