La salvación que trae Jesús es una salvación integral. Se han equivocado de plano quienes han querido reducir esa salvación a un aspecto único, bien el espiritual o bien el material, de la realidad humana. La creación entera, íntegra, ha surgido de las manos amorosas del Creador y es toda ella la que necesita ser redimida, pues es toda ella la que ha caído en el abismo de la muerte y de la oscuridad a causa del pecado del hombre. "Pues sabemos que la creación entera gime y sufre hasta ahora dolores de parto", dice San Pablo, asegurándonos así que ella quiere ser también beneficiaria de la obra de rescate del Redentor. Nada de lo que es, existe sin que haya sido voluntad directa y amorosa de Dios. La realidad material surge toda de aquellos decretos majestuosos: "Exista... pulule la tierra, hágase, Hagamos..." Y la realidad espiritual, tanto el mundo angelical como el alma humana surgen también de su aliento de vida, que en el hombre está significado en el soplo de aquel hálito que insufló en las narices de Adán. Por ser así, la unidad integral que supone la complejidad de la composición humana, alma y cuerpo, debía ser tomada por las manos divinas amorosas y redentoras, para poder ser toda ella rescatada. No tiene sentido que se dé ese rescate solo de una de las partes complejas del hombre, el alma o el cuerpo. Al ser una unidad integral, debía ser rescatado integralmente. La simplicidad de Dios, que es solo espíritu, asumió la complejidad del hombre, que es alma y cuerpo, para hacerlo de nuevo digno de sí.
Esto lo vemos palmariamente en las actuaciones de Jesús en favor de todos. Perdona pecados, expulsa demonios, libera de enfermedades, da la vista a los ciegos, hace caminar a los paralíticos, devuelve el oído a los sordos, resucita muertos, cura a los leprosos, eleva la condición indigna de los despreciados, alaba a quienes se ocupan de los más débiles, reconoce la conversión y la fe de quienes se vuelven a Él, da de comer milagrosamente a multitudes, hace aparecer peces donde no había, se ocupa de resolver el problema del vino agotado de los recién casados, descubre el interior a veces vergonzoso de todos los que están a su lado... No existe un solo aspecto humano que no sea objeto de su denuedo ni de su preocupación. Abarca el abanico entero de la existencia humana y se aboca a darle un nuevo tinte, con aquel rescate que significará la nueva creación absolutamente luminosa para la nueva humanidad que surgirá de su obra redentora. Es todo el hombre y son todos los hombres los que están en su bitácora. Es toda realidad humana la que viene a rescatar. Reducir su obra a una acción solo sociológica, como si hubiera venido a establecer una especie de ONG, o a una acción solo espiritual, como si hubiera querido hacer de toda la realidad un pietismo inmóvil, es un reduccionismo injusto. Nada más lejos de su intención. El hombre, en su integralidad, es su objetivo. El rescate del alma humana, perdida en la oscuridad por el pecado al haber dado la espalda a su amor, y el rescate de la realidad temporal, que sufre todas las consecuencias de esa separación fatal. La debacle de la realidad material no es sino consecuencia del odio sembrado por el pecado. Por eso, toda situación de ignominia, toda miseria, toda humillación, toda violencia, toda herida a la vida, del hombre o de la naturaleza, es antievangélica y por ello es también objeto de rescate en la obra redentora de Jesús.
Aquel paralítico que es puesto delante de Jesús en aquel gesto solidario y atrevido de sus amigos bajándolo desde el techo, es un signo clarísimo de esto. Él añora ser sanado en su cuerpo. Quizá no tenía más intención que esa. Pero Jesús le abre un abanico mucho más dignificante: "Hombre, tus pecados están perdonados". Esto crea en los oyentes un escándalo: "¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?" Jesús es el Dios que cura y perdona. Esa es su tarea de rescate. Por eso responde: "¿Qué están pensando en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir: 'Tus pecados te son perdonados', o decir: 'Levántate y echa a andar'? Pues, para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: 'A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa'". Es toda la realidad del paralítico la que sale renovada. Son su cuerpo y su alma los que han sido sanados. No queda nada de él que no haya sido tocado por la gracia de Jesús. Y así es en todo. Jesús siempre actuará así. Nos quiere dignos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Solidarios y fraternos. Unidos a Él y teniendo una vida digna. Es el futuro definitivo que nos espera, cuando estemos ya gozando definitivamente de su presencia eterna: "Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción." Es una obra maravillosa que surge de aquellas manos amorosas que crearon todo, y que quieren rescatarlo todo sin dejar nada por fuera. Toda la creación es restituida en el amor y vuelta a la dignidad original que poseía. Hemos sido elevados en el amor. Nuestro cuerpo y nuestra alma pueden estar de nuevo en el lugar que Dios quiso desde el origen y nosotros debemos ponernos en la misma línea para mantenernos allí y disfrutar de ese amor eterno e inmutable.
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