martes, 8 de junio de 2021

Seamos el sí de Dios al mundo, como lo fue Jesús

 Brille así vuestra luz ante los hombres» - Alfa y Omega

La coherencia de vida, la transparencia, la serenidad que se alcanza al saberse fiel en el cumplimiento honesto de las responsabilidades, sin ocultamientos ni escondrijos innecesarios, es uno de los tesoros que debemos perseguir para poder vivir con la frente en alto, sin necesidad de estar buscando acomodamientos a los criterios del mundo, algunos muy contrarios a los designios divinos. Cuando vamos por caminos retorcidos, podemos vivir en el espejismo de que las cosas pueden ir mejor así, pues nos evitamos conflictos o desencuentros con muchos de los que nos rodean. Sería más cómodo ocultar la cabeza como el avestruz, pues así las dificultades serían menores. Pero también, aunque no hay ausencia de alguna gratificación momentánea, tarde o temprano la realidad nos explota en la cara y se nos pone en toda su crudeza en lo que es real. Se reciben decepciones terribles y dolorosas, pues jamás la acomodación a lo temporal podrá llegar a ser la compensación real a las añoranzas más profundas del hombre. El sentido de la vida del hombre, aun cuando está sustentado en la realidad en la que vive cotidianamente, no se acaba en ella. El hombre ha sido creado para algo superior, que trasciende lo que vive actualmente, y que por lo tanto no se puede acabar en ello. Dios nos ha creado para la felicidad suprema, y aun cuando hay atisbos y adelantos amorosos aquí y ahora, pues su fidelidad es eterna y nos dará siempre y en toda ocasión muestras de ella, la plenitud la tiene reservada para nuestra eternidad feliz, a la que nos dirige inexorablemente con sus dádivas y beneficios. Se hace necesario entonces, que nuestra vida y nuestro corazón mantengan una disposición continua de ser elevados hacia lo infinito, que es donde se encuentra el final de la meta y la plenitud a la que somos convocados al existir. Por ello, para evitar esas decepciones que pueden ser realmente destructivas para alcanzar la felicidad a la que somos llamados, necesitamos colocar nuestra prioridad en esa coherencia a la que nos llama Dios para disfrutar la magnitud de su amor.

San Pablo se lo quiere dejar lo más claro posible a sus oyentes. En el seguimiento fiel del prototipo del cristiano, Jesús de Nazaret, el Salvador del mundo que se convierte en modelo irrefutable e infaltable para todos, pues es el Señor que desde su aparición en el mundo se ha convertido en la referencia obligada para todos sus seguidores, está la manera perfecta de lograrlo. Él es el Dios fiel que lo dará todo, incluso su propia vida, para lograr la felicidad del hombre. Y además, nos mostrará claramente la forma en la que cada uno avanzará por esa misma ruta de realización personal. Así lo entendió el apóstol, cuando en el extremo del convencimiento de que estaba haciendo lo correcto, se propone a sí mismo como seguimiento, no por él mismo, sino porque está consciente de que era fiel a la voluntad de Dios: "Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo". La causa de la imitación no es él, sino Jesús. Y esto es lo que quiere transmitir a todos: "Hermanos: ¡Dios me es testigo! La palabra que les dirigimos no es sí y no. Pues el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre ustedes por mí, por Silvano y por Timoteo, no fue sí y no, sino que en Él solo hubo sí. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su sí en Él. Así por medio de Él, decimos nuestro “Amén” a Dios, para gloria suya a través de nosotros. Es Dios quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con ustedes; y además nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones". La incolumidad de Jesús en su determinación es la base sólida de toda la misión cumplida. Al haber sido una vez el sí de Dios, lo fue para siempre. Y eso fue lo que hizo válida totalmente su tarea y su misión de rescate. Esa es la solidez firme que tiene todo lo que hizo y lo que le da la consistencia y valor eterno. Ese efecto es eterno, se mantiene para siempre. Y es el modelo de consistencia para la actuación de todos los cristianos. De él debemos asumirlo y asimilarlo como nuestro para que la salvación de Jesús y la llegada a la meta sea una realidad para cada uno. La coherencia en esta vida es fundamental para todos los que queremos ser beneficiados.

Y es en este sentido en que cada discípulo será también vida para el mundo. Jesús nos ha hecho alcanzar el zenit de su rescate. Nos ha puesto de nuevo en el lugar que habíamos perdido. Nos ha alcanzado de nuevo la condición de hijos de Dios salvados desde el principio y nos ha abierto las puertas del cielo que nuestro mismo pecado había clausurado. Estamos, sí, de nuevo en el camino. Pero al haber cumplido Jesús su tarea perfectamente, nos ha trasladado el testigo a cada uno de los rescatados para que seamos rescatadores de los hermanos que están en el mundo y que nos ha dejado como responsabilidad. "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará". El mundo está en nuestras manos, pues allí nos lo ha dejado Jesús amorosamente. Él nos traslada, en un gesto de confianza infinita de su amor por nosotros, la tarea que vino a cumplir para que la hagamos llegar a ellos. Nuestra actitud ante este gesto extraordinario es hacernos sí como Él, para dar la gloria a Dios, que es a quien le corresponde. El sí nuestro debe ser en el mismo sentido del sí de Jesús. Ser el sí de Dios para nuestro hermanos implica la salvación de todos. No podemos renunciar a esta obligación: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos". Ser la sal y la luz es ser el sabor y la vida del mundo y ser la iluminación de la verdad con la cual Dios quiere favorecer a todos. En esto tenemos que ser coherentes. No buscar arreglos propios, acomodaciones, ocultamientos, pues sabríamos muy bien que no es nuestra esencia. Ser sal y luz es ser el sí de Dios, como el sí de Jesús. Ser coherentes con nuestra tarea es hacerse el sí que necesita el mundo para ser salvado.

1 comentario:

  1. Jesús les dijo a los discipulos " Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda la creación, el que crea y se bautice, se salvará" Señor Jesús, ayudamos a descubrir tus bienaventuranzas en nuestra vida diaria.

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