jueves, 24 de junio de 2021

Confianza y humildad, para recibir toda la ternura de Jesús

 La petición de un leproso a Jesús: "Si quieres, puedes limpiarme" -  Evangelio - COPE

Nuestras relaciones con Dios deberían tender siempre a ser lo más fluidas posibles. No está reñido el que sean relaciones serias, maduras, sopesadas, conscientes, con el que tratemos de que sean sencillas, cercanas, tiernas, amorosas, joviales. Tendemos a colocar el listón tal alto, que nuestra relación, siendo seria y profunda, la llevamos muchas veces al extremo de hacerla excesivamente formal, incluso llegando al acartonamiento, logrando con ello un cierto alejamiento de la figura cercana, fresca, amorosa, de un Dios que es Padre amoroso, comprensivo y que busca y lo hace todo para que nos sintamos en absoluta confianza ante Él, pues lo que desea es que estemos siempre a su lado, mientras Él derrama todos sus beneficios sobre nosotros. La clave de la confianza en Dios no está nunca, ni nunca lo estará, en mantenerlo lejos de lo afectivo, tan esencial para la vida de la los hombres. Por ello debemos siempre luchar por ni siquiera dar la impresión de tener a un Dios lejano, que no tiene ternura hacia nosotros, o que es también lejano, como si procurara mantener una distancia que no tiene sentido. El buen estado de ánimo, en este sentido, juega un papel muy importante. Quienes se sienten cercanos a Dios, están siempre bañados por el bienestar. Y ese bienestar Dios lo convierte en alegría, en buen carácter, en jovialidad. Sobretodo en lo que refiere en la relación personal con Él, pero que también tendrá repercusiones en la relaciones con los demás, produciendo en todos una sensación de paz y de serenidad tan necesarias en esas relaciones. El seguidor de Dios se convierte así en factor de armonía que, indudablemente, deja su semilla en otros. Y no es que vaya a vivir en un mundo de fantasía, como queriendo dar a entender que no asume su realidad con la seriedad de cada caso. La asume, y quizás con mayor solidez que cualquiera. Solo que ha añadido el sabroso ingrediente de la confianza en Dios, pues sabe que ante cualquier circunstancia vital, Él está presente con su amor, con su poder, y con la inyección de la esperanza.

Cuando se da esa combinación fabulosa de la confianza extrema en Dios y de la alegría, la ternura, el afecto de saberlo siempre allí y que nunca faltará, se dan los casos de mayores beneficios que compensan infinitamente a quien vive esa fidelidad radical. De nuevo nos sale al encuentro la figura gigante de Abraham, nuestro padre en la fe, que ha llegado a un punto extremo de esto que llevamos diciendo. Es tremenda la cascada de bendiciones que Dios está dispuesto a derramar sobre su elegido. Sorprende la cantidad de detalles que Dios tiene con él. Pero es razonable que así sea, pues es el elegido para la obra augusta de la creación de ese nuevo pueblo que será la puerta de entrada para la bendición de la humanidad entera. No puede Dios actuar de otra manera, sino siempre a favor de ese que será personaje fundamental en esa larga y gloriosa historia de salvación que el Señor va escribiendo. En esta ocasión asistimos a la promesa maravillosa de bendecir a Abraham con descendencia. En su ancianidad, ya había permitido que tuviera un descendiente en Ismael. Condescendiendo por la esterilidad de su mujer, le permite unirse a la esclava y de ella tiene a su primer hijo. Pero Dios adelanta su don y hace que Sara, su mujer, pueda tener un hijo, carne de la pareja, con lo cual quedan bendecidos por partida doble. Un regalo de amor que será quien producirá la existencia de esa pléyade de humanidad que invadirá el mundo con la alegría de la Redención futura. La alianza de esa situación de felicidad plena que hará Dios con Abraham tiene su prenda en Isaac. Es tanta la confianza que tiene el patriarca con Dios que se atreve incluso a sonreír en su presencia, en un gesto de incredulidad por la magnitud de la promesa y de la alianza que Dios está dispuesto a hacer por su elegido: "Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: 'Yo soy el Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto'. El Señor añadió a Abrahán: 'Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la alianza que habrán de guardar, una alianza entre yo y ustedes y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre ustedes'. El Señor dijo a Abrahán: 'Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, a quien también bendeciré. De ella nacerán pueblos y reyes de naciones'. Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo, pensando en su interior: '¿Un centenario va a tener un hijo y Sara va a dar a luz a los noventa?' Y Abrahán dijo a Dios: 'Ojalá pueda vivir Ismael en tu presencia'. Dios replicó: 'No, es Sara quien te va a dar un hijo, lo llamarás Isaac; con él estableceré mi alianza y con sus descendientes, una alianza perpetua. En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer sobremanera, engendrará doce príncipes y lo convertiré en una gran nación. Pero mi alianza la concertaré con Isaac, el hijo que te dará Sara, el año que viene por estas fechas'. Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró". Las bendiciones sobre Abraham nunca cesaron. Y hoy somos todos beneficiarios de ellas.

Por esa confianza madura y tierna, serena y feliz, de estos personajes que entendieron que el Señor nunca pone barreras para que nos sintamos a gusto junto a Él, se obtienen los mayores favores de su mano amorosa y poderosa. Tener a Dios en el corazón, en la actitud más cercana que podamos alcanzar, como respuesta a su amor, confiando radicalmente que esa alegría que produce estar seguros de que con Él nunca será traicionada, produce las alegrías mayores. Y nos lanza a manifestar nuestra confianza de que jamás seremos rechazados. Dios nunca rechazará a quien se acerca a Él manifestando la mayor de las confianzas. El amor no actúa así jamás. Más bien atrae y confirma en el amor. Por eso, en esa comprensión clara de quién es Dios, aquel leproso se lanzó en los brazos del amor. Conocedor de su situación legal, que lo lanzaba a la mayor execración legal y social, asumía su condición dolorosa con resignación. Expulsado socialmente, se atrevió a sobrepasar las restricciones que se le imponían, y con la confianza de saber que estaba delante de quien todo lo podía, se le acerca con humildad y confianza a solicitar el mayor  favor que podía recibir: "Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: 'Señor, si quieres, puedes limpiarme'. Extendió la mano y lo tocó, diciendo: 'Quiero, queda limpio'. Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: 'No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio'". En ese extremo de humildad y confianza, no exige. La decisión final es la de Jesús. Él es el Dios poderoso que tiene el amor suficiente para concederle el don. Y en sus manos lo deja. "Si quieres..." Y por supuesto, Jesús siempre quiere. "Quiero, queda limpio". Jesús ha venido para hacer el bien. Y todo el que se acerca a Él para recibir el beneficio, lo recibirá. A ninguno de nosotros nos dejará a un lado, sin manifestarnos su amor y su ternura. Todos somos beneficiarios de ese amor y de ese poder. Solo que ante Él debemos ser nosotros también tiernos en esa relación, manifestando nuestra madurez en nuestra experiencia, y abriendo nuestro corazón, dispuestos a recibir ese amor profundo, y a responder profundizando cada vez en la confianza y la humildad delante de quien es el más tierno de todos, nuestro Dios de amor.

2 comentarios:

  1. Señor Jesús, cúranos de todo lo que nos aparta del camino del bien☺️

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  2. Tener a Dios en el corazón es la respuesta a su amor y la seguridad da una alegría a nuestro ser, de que nunca seremos rechazados. Cada vez que nos acerquemos a él sentiremos esa confianza.

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