domingo, 13 de junio de 2021

Jesús es el único Sembrador y Salvador. Nosotros, sus instrumentos

 El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la  semilla en la tierra – Arquidiócesis de Tijuana

Cuando Dios elige a Abraham para que fuera el padre de naciones, convocándolo a dejar sus tierras y sus posesiones, en una petición inusitada que seguramente el Patriarca no se esperaba de ninguna manera, deja claramente revelada su intencionalidad comunitaria en la elección. El hombre, en su esencia es reflejo de la íntima vida comunitaria divina y esa condición queda reflejada en la expresión clara de Yahvé al crear al hombre: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". El hombre no es un ser individual, aunque tenga su condición unitaria. El hombre es un ser social, pues está en la razón de su origen, tal como lo es Dios desde toda la eternidad. Por ello, querer deshacerse de esa condición natural es un total absurdo. Dejar de ser hombres sociales, es básicamente dejar de ser hombres. Esto, en la historia de la salvación, tiene consecuencias definitivas. Al estar en aquella raíz original jamás podrá faltar. Y como en todas las actuaciones de Dios, todo cobra sentido por su intencionalidad final: la elección del personaje individual, como en todas las Escrituras antiguas y nuevas, apunta a algo más. Dios nos dice que ellas deben marcar una pauta para el futuro, que al fin y al cabo apunta a los beneficios que Dios quiere seguir derramando. Estas elecciones descubren una intención final y definitiva. En ellas podemos tener un atisbo claro de la Iglesia, comunidad de salvación que Cristo establecerá para hacer llegar a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, esa salvación que ha logrado con su obra de rescate: "Esto dice el Señor Dios: 'También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto. Se hará un cedro magnífico. Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas. Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré". Esa nueva comunidad de la Iglesia que Jesús fundará en el futuro tendrá la tarea crucial de llevar a todos la salvación. Y lo hará en las mismas condiciones que lo hará Jesús: desde la humildad, el servicio, la entrega de sus miembros, conocedores de su responsabilidad. 

Para que esta nueva comunidad de salvados, la Iglesia, ejerza de la mejor manera su misión, debe asumir desde su modelo, Jesús, sus cualidades y características. Él la realizó desde la humildad y la entrega, sin renunciar a las exigencias propias de lo que la otra parte del pacto debía también asumir. Sin duda, la creación de la Iglesia es un gesto de amor infinito, pues el objetivo es el de que todos los beneficios sean derramados sobre los hombres. Pero, como es natural, debe ser también asumido con la buena disposición por los integrados a la comunidad. Por un lado, abriéndose cada uno a la salvación que Dios regala, y al mismo tiempo, haciéndose activo en la actuación de esa nueva comunidad en favor de los hermanos. Quien no cumpla, tal como el árbol que no dé fruto, será echado fuera. Por el contrario, quien se integra con alegría e ilusión, obtendrá la salvación y la alcanzará para los suyos: "Hermanos: Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal". La vida de la Iglesia es vida de profunda actividad. Es incansable, por cuanto llama al abandono de la pasividad, ya que se encuentra en juego no solo la propia salvación, sino la de todos los hermanos a los que la comunidad pueda alcanzar. Saberse responsable de la condición eterna que podrán alcanzar nuestro hermanos, debe bastar para abandonar el inmovilismo, si hemos sido convencidos de que nuestro rescate ha sido motivado solo por el amor infinito que Dios nos tiene a todos. Es la siembra que Jesús ha realizado como sembrador de su Reino en el mundo, y que necesariamente debe dar fruto en todos. Y Él nos ha asociado a esa obra de siembra, aunque realmente el único que realiza la siembra sea Él. A nosotros nos asocia, como miembros de su Iglesia, instrumento de salvación eterna.

En efecto, la Iglesia, comunidad de elegidos y convocados, y de enviados al mundo para anunciar el evangelio de salvación, tiene su tarea muy específica. En el reconocimiento de que existe un solo Salvador y un solo Sembrador, y asumiendo la humildad de su tarea de anuncio y de instrumento de salvación del mundo entero, está su gala y su orgullo. El cumplimiento tesonero y responsable de esa tarea le asegura el sentido de su existencia. Dios, a través de Jesús, seguirá realizando su obra amorosa de salvación. Pero requiere de esa comunidad de salvados que se convierte en antena y vector de salvación para todos los hombres. La Iglesia ha sido enriquecida con todos los bienes que necesita el mundo para salvarse. A través de ella, vivimos en una comunidad estructurada, que nos asegura seguir la Verdad de Dios, que nos pone bajo la cascada que nos baña de vida eterna, de santidad y de gracia, y que nos ilumina con la experiencia de vida que sabemos que es nuestro mayor tesoro y que nos hará llegar a la vida eterna feliz e inmutable: "En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: 'El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega'. Dijo también: '¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra'. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado". Todo está en las manos de Dios, y nadie puede arrebatárselo. Sería pretencioso. El único Salvador es Él. Y en sus manos están todos los destinos. Nosotros, desde la humildad que nos debe caracterizar, solo debemos ponernos a su disposición absoluta. Y esa será nuestra salvación y la que procuraremos para nuestros hermanos.

2 comentarios:

  1. Somos la tierra donde Dios ha depositado su palabra, él musmo la hace crecer porque la palabra tiene su fuerza, transforma la vida de cada ser humano y cambia el rumbo de su destino.

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  2. Somos la tierra donde Dios ha depositado su palabra, él musmo la hace crecer porque la palabra tiene su fuerza, transforma la vida de cada ser humano y cambia el rumbo de su destino.

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