jueves, 10 de junio de 2021

Nuestra fraternidad es trampolín de eternidad

 Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no  entraréis en el reino de los cielos" - Evangelio - COPE

Relativizar la experiencia de la fe es uno de los grandes males que vivimos en nuestro tiempo. No es algo que sea nuevo, pues esa tentación ha estado siempre presente en la historia. Todos los hombres hemos tenido la tentación de poner toallas tibias a las exigencias de la fe, como buscando una justificación para poder realizar acciones en la que nos ponemos en la cuerda floja, de modo de sentir alguna sensación de libertad, de autodeterminación, de autonomía, de emancipación, contra alguna fuerza externa que pareciera querernos oprimir. Los últimos Papas han querido iluminar el camino de los cristianos para echar luces, de modo que se pueda encontrar un camino que, respetando el sentido de la justa libertad que Dios nos ha donado, no colija con ese don amoroso e inmutable. El Papa Benedicto XVI habló claramente de "la dictadura del relativismo", que se ha ido inoculando al hombre, al extremo de cambiar incluso la manera de pensar de muchos. La afirmación común: "Quien no vive como piensa, termina pensando como vive", se ha hecho una realidad contundente. Las presiones externas de un mundo que promulga "el dejar hacer", sin tener en cuenta a los hermanos, sino que invita solo a pensar en la conveniencia personal, en el disfrute que exaspera al hedonismo, que promulga el desentenderse totalmente de la necesidad de los demás, que, en definitiva, enarbola y promueve la vanidad, el egoísmo, el individualismo, es el seguro camino para la debacle de la humanidad. Jamás podrá ser bueno un mundo en el que nos desentendamos de los hermanos. Hemos sido creados para la felicidad, y esa felicidad solo está en la ruta de la unión con Dios y la de la fraternidad. Es la plenitud. Encerrarse en sí mismo es el camino errado, aunque en apariencia sea ese el de procurar alcanzar una supuesta libertad, ciertamente mal entendida, pues la libertad no está en hacer lo que venga en ganas, sino en lo que nos hace más humanos, no en lo que nos quita la riqueza del ser hombre, que está en el ser hermanos.

La realidad es que convertirnos en hombres que pierdan su referencia a las alturas, que fijen sus miradas solo en la realidad tangible e inmanente, la que con toda seguridad desaparecerá tarde o temprano, es reducir al mínimo la experiencia humana, llamada a mucho más. No es posible que nos conformemos con la idea de que "esta vida es una sola y hay que gozarla". Básicamente es cierta la afirmación, pero no en el sentido en que lo quieren hacer entender los que con más fuerza la promueven, sino en el de que es una vida que nunca se acaba, pues trasciende cualquier realidad que nos podamos imaginar. Somos y existimos para la eternidad. No vamos a desaparecer jamás, pues somos los seres creados para la resurrección, siguiendo los mismos pasos de nuestro Salvador. Él nos ha abierto ya el camino para esa eternidad. Por eso, el cristiano está llamado cada vez más, a no conformarse con mínimos. Los regalos del amor son lo suficientemente valiosos como para que valga la pena colocarlos en la prioridad. Y en este esfuerzo no debemos sentir ni temores, ni perplejidad, ni suspicacias, pues está claro que es el camino que nos lleva a lo que tenemos que ser, y que Dios ha establecido para nuestra felicidad. Debemos rasgar toda sombra de cualquier duda. No puede haber dudas en el camino hacia la plenitud: "Hermanos: Hasta hoy, cada vez que se lee a Moisés, cae un velo sobre los corazones de los hijos de Israel; 'pero cuando se conviertan al Señor, se quitará el velo'. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Mas todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; por la acción del Espíritu del Señor. Por esto, encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos. Y si nuestro Evangelio está velado, lo está entre los que se pierden, los incrédulos, cuyas mentes ha obcecado el dios de este mundo para que no vean el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y nosotros como siervos de ustedes por Jesús. Pues el Dios que dijo: 'Brille la luz del seno de las tinieblas' ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo". El camino es iluminado por la luz del Espíritu de Dios. Y donde está Él, solo hay luz, vida, confianza.

Esto tiene consecuencias para toda la vida del cristiano. Esta certeza de la felicidad futura no es para un disfrute egoísta, que compense solo a quien la recibe. Sería absurdo pensar que quien nos ha creado para el amor a Él y a los hermanos, vaya a estar satisfecho con la sola experiencia del hombre. Evidentemente está feliz de que cada uno la disfrute, y de que lo haga al máximo. Pero la intención es que aquello trascienda y se comunique a todos, pues esa es la verdadera base de la felicidad en la fe. Debe ser una fe convivida, en la que se asuma incluso que la salvación propia llegará a depender de la colaboración que ponga cada uno por salvar a los demás. No hay salvación individual. Hemos sido creados seres comunitarios, y en hacer eso cada vez más consciente y comprometido está nuestra salvación. Así lo enseñó Jesús a todos, seguramente con la sorpresa de quienes lo escuchaban y pensaban que bastaba con mantenerse siendo buenos íntimamente, para alcanzar la salvación. Cristo hace caer esa conciencia egoísta y establece el amor al hermano como única condición: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos. Han oído que se dijo a los antiguos: 'No matarás', y el que mate será reo de juicio. Pero yo les digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano 'imbécil', tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama 'renegado', merece la condena de la 'gehenna' del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras van todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo". Lo que importa es amar, a decir del hermano Carlo Carreto, gran misionero en el desierto. Nada mueve más al cristiano que el amor. Alejarse del excesivo inmanentismo que nos está destruyendo, y elevar nuestra mirada y nuestro corazón a lo trascendente, pisando sólidamente en nuestra realidad que, más que freno, se convierte en trampolín de nuestra salvación. Solo ese es el camino.

2 comentarios:

  1. Señor, queremos valorar lo que tú haces por nosotros, concédenos ser creyentes de tu Amor y Gracia😌

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  2. Hemos sido creados para la felicidad y esa felicidad solo está en la ruta de la unión con Dios y la fraternidad para llegar a la plenitud.Defender el derecho de nuestro hermano es nuestra vocación como seguidores de Cristo.

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