viernes, 30 de agosto de 2019

Rosa de Lima, de Perú, de América

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Santa Rosa de Lima, Santa Rosita, como se le conoce popularmente en Lima, es la gran santa de América. Es la primicia de los frutos de santidad de la América colonial, canonizada muy tempranamente, en el año 1671. La representante más alta de los frutos que iba dando la fe cristiana en las tierras del Nuevo Mundo. Coincide en su tiempo con otros grandes santos que pisaron tierras limeñas: el gran San Martín  de Porras, humilde y sencillo, esclavo liberto que con su inocencia y familiaridad con Cristo también es muestra de la santidad transparente y casi bellamente infantil; el obispo español Santo Toribio de Mogrovejo, insigne pastor de la inmensa Diócesis de Lima que para ese tiempo abarcaba más de la mitad de América del Sur; el misionero español San Juan Macías, incansable predicador de Jesús y de su amor por todos, especialmente por los más desplazados de la sociedad; y el otro gran misionero español de América del Sur, San Francisco Solano, entregado a los indios de toda la región. A ellos se añade la esclava negra Úrsula de Jesús, cuya causa está aún en proceso, pero de cuya santidad nadie duda.

Santa Rosa de Lima es la primera de la larga lista de bienaventurados peruanos y americanos. Y se ha ganado ese sitial en muy buena lid, no por gusto propio, por cuanto la humildad es la virtud que más destaca en ella, pero sí con suficientes méritos demostrados durante su vida entera. Su elección personal ha sido el seguimiento sencillo y escondido de Jesús. Puede decir junto a San Pablo, con todas las de la ley: "Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor". Para Rosita no existía realidad más importante que Jesús, al punto que llegó a celebrar sus propias nupcias místicas con Jesús, su Esposo amado.

Su itinerario espiritual es realmente impresionante. No tiene nada que envidiar a los grandes místicos occidentales, realmente maestros de la época de oro española, tales como Teresa de Jesús y Juan de La Cruz. Si Santa Teresa habla de su itinerario espiritual como de un Castillo Interior, en el cual se van conquistando sus distintas Moradas, Santa Rosa habla de la Escala Mística, que es igualmente un itinerario de ascenso a la contemplación, en la cual se va ascendiendo en cada escalón conquistado, hasta llegar a la cima. La meta es la unión sublime y espiritual con Jesús, el gran consuelo del alma contemplativa. Aun cuando Santa Rosa no llegó a ser religiosa estrictamente hablando, fue una laica consagrada como Terciaria Dominica, que llevó un itinerario espiritual riquísimo, en medio de los avatares del mundo. Por ello es modelo para los laicos que quieren seguir también el itinerario de ascenso hacia el Jesús de la Misericordia y del Amor infinito.

Su vida espiritual, aun siendo de apartamiento del mundo para mejor relacionarse íntimamente con Jesús, fue desarrollada también mediante el contacto cotidiano con la gente, principalmente con los más humildes y pobres de la sociedad limeña. La contemplación en ningún caso la hizo apartarse de la realidad que la circundaba. Se dolía de la situación de los más pobres y desplazados de la sociedad de entonces, buscando ayudar a mitigar un tanto su postración. La contemplación de Jesús en el contacto místico desembocaba en la visión concreta de Jesús en los pobres. "Cada vez que lo hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron", dijo Jesús. Y eso lo entendió perfectamente Rosa. "Tocar la carne de Cristo en la carne de los pobres", a decir del Papa Francisco. Eso hizo Santa Rosa de Lima.

Celebrar a Santa Rosita es celebrar la santidad que se vive en América Latina. Es asumir que esa posibilidad siempre está presente en todos nosotros. Que para ser santos basta poner la vida en las manos de Dios y dejar que Él sea quien escriba en el cuaderno de nuestras vidas. Es dejar a un lado todas las pretensiones personalistas, todas las vanidades, todas las falsas seguridades basadas en sí mismo, y asumir la sencillez de vida como norma, aceptando que sea Jesús el que dicte las pautas. Es ascender por la escala mística que propone Santa Rosa de Lima para subir a la altura donde se encuentra Jesús, sin despegar los pies de la realidad propia y manteniendo el corazón añorante de vida eterna feliz cobijando en él a todos los hermanos que tenemos alrededor, principalmente los más necesitados y desplazados. Que Santa Rosa sea, hoy y siempre, intercesora especial y modelo ideal de santidad para todos nosotros.

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