lunes, 26 de agosto de 2019

Para ser felices aquí y en la eternidad

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San Pablo alaba a los tesalonicenses de esta manera: "Tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia". La dos cartas de San Pablo a los tesalonicenses son probablemente los dos primeros escritos de todo el Nuevo Testamento. Es muy significativo que Pablo haga esta alabanza a estos cristianos primitivos, por cuanto la vivencia de las tres virtudes teologales son quizás el mejor índice para reflejar la propia experiencia cristiana. A decir de San Pablo, la comunidad de los tesalonicenses era ejemplar en la vivencia de ellas, al punto de que estaba continuamente en la mente del mismo Pablo. Y es que el cristianismo no tiene un desarrollo sólido si no se da a la par con el desarrollo de estas virtudes.

"Ustedes han manifestado su fe con obras". Pablo alaba la fe y las obras de los tesalonicenses. Viniendo de Pablo esto es tremendamente importante, por cuanto es el mismo apóstol el que afirma en la Carta a los Romanos que la salvación viene por la fe, no por las obras de la Ley. Tendemos a despreciar las obras basándonos en esa afirmación de San Pablo. Esto que dice a la comunidad a la que escribe pone las cosas en su lugar. Es cierto que es la fe la que nos salva, pero es también cierto que ella debe ser reflejada de algún modo. Y ese modo es con las obras. Lo entendió perfectamente el apóstol Santiago, quien en su carta, reta: "Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis obras te mostraré mi fe". Las obras, por sí mismas, vacías de contenido, no son nada. Pero si surgen de una vivencia profunda y comprometida de la fe, de quien está íntimamente unido a Jesús Salvador y Redentor, son salvíficas para sí mismo y para quienes las reciben.

"Ustedes han manifestado su amor con fatigas". El amor no descansa. Quien ama busca por todos los medios el bien del amado. Y lo hace sin sosiego, pues el bien no puede esperar. El momento de hacer el bien es ya, es ahora. Los hermanos en el mundo no tienen turno para esperar el amor. Por eso no podemos pretender aplazar las obras del amor. Quien entiende que debe amar no se da tiempo para el descanso. La Madre Santa Teresa de Calcuta afirmaba: "Ya habrá tiempo de descansar en la eternidad". Lo de ella era amar, en cualquier momento, desde la primera hora, sin dar turnos en su corazón. Así era la experiencia de los tesalonicenses. Buscar el bien del otro y querer hacer felices a los hermanos es la marca de quien ama. Y lo hace sin instancias temporales. Comprender esto es comprender lo que está en el sustrato de la vida cristiana. Nuestra competencia debe ser por demostrar quién ama más, a tiempo y a destiempo.

"Ustedes han manifestado su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia". La esperanza es lo que sostiene la vida de los cristianos en su vida cotidiana. Todo lo que hacemos en pro del bien y del amor, todo lo que construimos en nuestra tierra, fundados en la fe y en el amor, apunta a una experiencia futura que se añora. Hacemos el bien, vivimos en le fe, nos conducimos por el amor, no simplemente por perseguir una meta temporal actual. Eso apunta a algo superior. Está bien sentir la satisfacción del bien hecho, fundarse en la fe para estar sólidos en la vida del día a día, amar de tal manera de dejarse conducir siempre por el bien al que me lanza el amor. Pero mejor si todo esto tiene un sabor de eternidad. Hacer el bien, amar, tener fe, será más compensador si está motivado por la añoranza de llegar al cielo, a la eternidad feliz junto al Padre. Se trata de perseguir la meta final con ilusión y ansias de eternidad. No nos deja esto únicamente en el disfrute de lo temporal y lo inmanente, sino que nos hace esperar con añoranza ese futuro de eternidad en el que "veremos cara a cara y conoceremos como somos conocidos".

Ojalá que la alabanza de Pablo a los tesalonicenses pueda repetirla de nosotros y de nuestras comunidades. Si así fuera, estaríamos basando nuestras vidas en las experiencias más sólidas que podemos perseguir los cristianos: Vivir las virtudes teologales, dejar que tengan expresión cotidiana en nuestras vidas, dar testimonio de ellas delante de todos, y usarlas como el trampolín que nos hará llegar a la eternidad feliz junto a Dios nuestro Padre.

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