La oración es la forma necesaria de mantener un contacto frecuente con Dios. Así como el cuerpo necesita de la respiración para mantenerse con vida, así mismo el cristiano necesita de la oración para mantenerse vivo, alimentando su vida de gracia, es decir, la presencia de Dios en sí. Si ese contacto, además, está sondeado por el sentimiento más puro que podemos guardar, como lo es el amor, ya no solo es una necesidad sino que es la forma más hermosa de vivir ese sentimiento. Los enamorados buscan el contacto frecuente, no por un capricho superficial, sino porque sienten que de esa manera viven con mayor intensidad la felicidad que les proporciona su amor. Dios vive también con intensidad este contacto que los hombres tenemos con Él. Ciertamente, nuestro amor por Dios se consolida en el contacto íntimo con Él en la oración. No sucede esto con Dios, pues su amor por nosotros será siempre sólido e inmutable, como ya lo ha demostrado suficientemente. Pero como nuestro Padre, siente infinita satisfacción cuando buscamos tener contacto con Él, y aprovecha esos momentos para derramar con mayor abundancia ese amor en nuestros corazones. Es la consolación que sentimos cuando nos ponemos ante Él y mantenemos un diálogo de amor mutuo. Santa Teresa de Jesús, maestra de oración, afirmaba que la oración tenemos que verla como el encuentro de dos corazones que se aman, el mío y el de Dios. Está claro que el amor busca la cercanía. Los enamorados quieren verse, hablar, tocarse. Y no es solo una cercanía física, pues el amor trasciende lo material. La cercanía es afectiva, y por lo tanto, espiritual. Si fuera solo física estaríamos dejando al amor solo en el ámbito del hedonismo y de lo pasional, cuando ciertamente va mucho más allá. El amor se consolida en un contacto espiritual y quiere la cercanía, pero no vive solo del contacto físico. Si no fuera así no se explicaría la capacidad que tenemos de amar a un ser querido en su ausencia. Los ojos del amor no son los de nuestro rostro. Se ubican en el corazón y no necesitan de la carne para poder mirar. Ni el tiempo ni el espacio lo condicionan, pues el amor no tiene confines. En la oración vivimos esta realidad en toda su profundidad y en toda su verdad. Dios y yo vivimos y expresamos nuestro amor en esa intimidad de corazones.
Por supuesto, la oración nos exige actividad. No es pasiva. Nuestro espíritu se mueve hacia Dios. Y en la medida en que más lo hace, mejor lo hace. Es una práctica que se va haciendo mejor cuando la ejercemos. Vivir la oración nos exige esforzarnos. El diálogo de amor va siendo más vivencial y convincentemente amoroso en la misma medida en que lo experimento. No puede ser ejercitado solo en los momentos de conveniencia, pues entonces deja de ser amoroso. Acercarse a Dios solo cuando lo necesito no es justo. Evidentemente en esos momentos debo hacerlo con mayor razón, pues la necesidad lo exige. Pero debemos cuidar de que no se reduzca a una relación de conveniencia. Aunque sea así, aunque obtengamos los mayores beneficios de Dios en el contacto con Él, el mayor beneficio siempre será el de sentir su amor en nuestro corazón. Y eso se consigue solo en una relación espontánea, motivada solo por el querer sentir la compensación afectiva, que es infinita en una oración íntima y sabrosa. Dios siempre actuará en mí cuando me encuentro con Él. Jamás dejará de proporcionarnos un beneficio. Cuando el hombre ora, algo pasa en su interior. Misteriosa y portentosamente, Dios deja siempre algún efecto positivo en el corazón de quien se abandona en la oración. Así lo afirma el mismo Dios: "Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo". Ese encuentro con Dios será de alguna manera fructífero para quien se acerca a Dios. El primer beneficio será seguramente el de consolidar el amor que sentimos por Él y el de sentirnos cada vez más resguardados en su corazón amoroso y paternal. No existe compensación mayor que el de sabernos amados por Dios. Con esa convicción podemos siempre afrontar cualquier situación que se nos presente en nuestra vida cotidiana, pues "nada nos puede separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro". Esto nos hace sólidos e invencibles, pues el amor de Dios es todopoderoso. Resguardados en Él podemos afrontarlo todo. "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". Solo podremos ser vencidos si nos ubicamos lejos de su amor y de su corazón.
Jesús, Señor y Maestro, respondió a la inquietud de sus discípulos. Necesitaban ese contacto con Dios para mantener y solidificar su experiencia de amor. Y les regaló, y nos regaló a todos, la mejor oración que podemos hacer. Si es buena la oración que hacemos nosotros, podemos imaginarnos lo buena que es si es el mismo Jesús su compositor. Con seguridad, de esa manera se dirigió Él mismo a su Padre Dios. Sabemos bien que Jesús fue un hombre de oración. Se retiraba con frecuencia y pasaba noches enteras en ese contacto de intimidad con Dios. Tan bueno fue su testimonio que los mismos apóstoles le rogaron que les enseñara a orar. Y surgió de ese corazón que se mantenía en constante contacto con Dios esta oración: "Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal". Es la oración de los hijos de Dios, en la que se asume la común filiación, la fraternidad global, la alabanza y glorificación de Dios, el abandono en su voluntad, la solicitud de su providencia y la necesidad de su perdón y de su apoyo para vencer en toda ocasión. Cuando en nuestra oración asumimos el Padrenuestro obtenemos la mayor de las riquezas, la mejor manera de comunicarnos con Dios. Y abrimos las puertas de nuestro corazón para que Él se comunique con nosotros. Al hacer nuestra esta oración, y dejarla surgir desde un corazón conquistado por el amor divino, Dios abre el suyo para dejar manar desde él su amor eterno e infinito y derramarlo en nuestros corazones. El Padrenuestro nos vacía de nosotros mismos y coloca a Dios en el lugar que le corresponde. Nos enriquece en nuestra experiencia espiritual, produce los mejores frutos en nosotros, y nos compromete a vivir para Él, para su amor y para el amor a nuestros hermanos.
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