Cuando uno está tejiendo sus sueños de juventud sobre lo que hará en el futuro, se coloca normalmente en los mejores escenarios. Se va construyendo en la mente un futuro idílico de triunfos, de fama, de prestigio. Apunta siempre a metas alcanzadas victoriosamente, avizorando así una vida futura de reconocimientos y de buena posición. En lo profesional, se ubica en la cresta de la ola, destacando siempre por sus logros, por su renombre, por su carrera triunfal. En lo familiar, la ensoñación es el lograr tener una pareja ideal, con la cual construir una familia modelo. En el ámbito de las amistades se proyecta en medio de un grupo de amigos leales, con lazos indestructibles, a los cuales se puede recurrir para tener excelentes momentos de distracción o apoyos sólidos en los momentos duros. En general, el ideal siempre es algo superior a lo que se vive, algo que va más allá de lo simplemente bueno. No se nos ocurriría nunca pensar, y en consecuencia planificarlo así, en una vida llena de obstáculos, de sufrimientos, de torturas o de dolores. El ideal es siempre algo bueno, y en función de lograrlo, colocamos todas nuestras fuerzas. Sería una locura pensar que alguien pueda luchar denodadamente por construirse un futuro devastador en el cual solo se obtenga dolor y sufrimiento. Y como ese ideal apunta siempre a algo superior y mejor, aunque de momento solo tenga que ver con los sueños de futuro, de alguna manera se va haciendo también inventario de los elementos que podremos tener a la mano para avanzar en el camino de su consecución. A medida que avanza el tiempo, se va concretando el camino de ese ideal y se va tomando en serio aquello que en su momento fue solo un sueño juvenil. La vida misma va reclamando que se vaya tomando en serio aquello que se ha ido forjando en la mente y en el corazón. Llega así el momento de tomar decisiones y afrontar con madurez creciente ese futuro posible. El sentido de madurez y de responsabilidad con el cual se emprende la concreción de ese futuro no solo apunta a afrontarlo para alcanzarlo, sino que exige en cierta manera el hacerlo con la mejor calidad posible. Eso significa destacar en lo que se hace. Buscar ser el mejor profesional, el mejor esposo, el mejor padre, el mejor amigo. La madurez y la responsabilidad llaman a no contentarse con la mediocridad, sino a tratar de ser los mejores en todo. Y para ello, se asume como natural el esfuerzo que haya que realizar para lograrlo. Si hay que esforzarse, hay que hacerlo. Y punto. No hay otra consideración posible.
Si esto se da en lo material, en las actividades cotidianas del día a día, se debe dar también en la realidad espiritual de nuestras vidas. Los hombres somos espíritu y cuerpo. Tenemos la doble componente de lo espiritual y lo material. En cierto modo el compromiso de crecimiento se debe asumir en la integralidad de nuestro ser. Sería un monstruo el que hubiera crecido exteriormente muchísimo, pero se queda enano en lo interior. O al contrario. Basta con imaginarse los fenómenos humanos en los cuales no hay proporción física entre alguno de los miembros del cuerpo con lo demás. Un brazo doblemente largo, una pierna recrecida desproporcionadamente, una mano con más dedos de lo normal... Así como produce en nosotros repulsión una vista de algo así, así mismo podemos pensar en la repulsión que podría producir en nosotros el verificar una vida materialmente perfecta y cuidada ante una vida espiritual totalmente descuidada y abandonada que se diera en la misma persona. En efecto, para esa vida espiritual el Señor nos coloca la meta, que se debe convertir en nuestro ideal, ante el cual tendremos que responder para poder crecer también hacia adentro de nosotros mismos: "Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma. Hoy has elegido al Señor para que él sea tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos. Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor, tu Dios, como prometió". El crecimiento debe ser, entonces, proporcionado. Si crezco en lo material, debo crecer también en lo espiritual, asumiendo la integralidad de mi propia vida, para no parecer un fenómeno repulsivo.
También Jesús va en esa misma línea de exigencia. Así como se asumen las metas superiores en lo humano y se hacen los mejores esfuerzos para alcanzarlas, queriendo ser el mejor profesional, el mejor esposo, el mejor padre, el mejor amigo, así mismo y con la misma ilusión se debe emprender el camino de la fe. Quien asume el deseo de ser mejor cristiano siguiendo las huellas de Jesús nunca podrá contentarse con los mínimos. La mediocridad nunca podrá ser su medida. Así lo coloca Jesús: "Ustedes han oído que se dijo: 'Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo'. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos". La perfección es la meta de los cristianos, hacia la cual deben tender siempre. No es la medida común, sino la extraordinaria la que quiere Jesús que nos pongamos por delante. Y nos invita a hacerlo con una lógica muy sólida: "Porque, si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto". Si quiero ir a la perfección, debo abandonar lo que haría simplemente cualquiera y apuntar a lo que me exigiría el avanzar en la perfección. Jesús sabe que esto exige un esfuerzo superior. Nosotros solos no podremos hacerlo, pues es superior a nuestra fuerzas. Jesús lo sabe bien: "Sin mí no pueden hacer nada". En el inventario de los elementos que tenemos a la mano para echar adelante, nos encontramos con las fuerzas de Cristo. Esa frase puesta en sentido contrario es: "Conmigo lo pueden hacer todo". Y así es... Lo entendió muy bien San Pablo: "Todo lo puede en aquel que me conforta". Ese es Jesús que coloca sus fuerzas en nosotros cuando somos dóciles y humildes ante Él. Solos no podremos jamás alcanzar esa meta. Con Él y poniendo nuestro mejor empeño, es seguro el avance hacia ella. Mi camino es de perfección y no voy nunca solo para poder llegar a la meta. Voy con Jesús, con su amor y su poder. No quiere que yo sea un frustrado que no alcanzará nunca la meta, sino un campeón que llega a la meta junto a Él, a su amor y a su poder.
También Jesús va en esa misma línea de exigencia. Así como se asumen las metas superiores en lo humano y se hacen los mejores esfuerzos para alcanzarlas, queriendo ser el mejor profesional, el mejor esposo, el mejor padre, el mejor amigo, así mismo y con la misma ilusión se debe emprender el camino de la fe. Quien asume el deseo de ser mejor cristiano siguiendo las huellas de Jesús nunca podrá contentarse con los mínimos. La mediocridad nunca podrá ser su medida. Así lo coloca Jesús: "Ustedes han oído que se dijo: 'Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo'. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos". La perfección es la meta de los cristianos, hacia la cual deben tender siempre. No es la medida común, sino la extraordinaria la que quiere Jesús que nos pongamos por delante. Y nos invita a hacerlo con una lógica muy sólida: "Porque, si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto". Si quiero ir a la perfección, debo abandonar lo que haría simplemente cualquiera y apuntar a lo que me exigiría el avanzar en la perfección. Jesús sabe que esto exige un esfuerzo superior. Nosotros solos no podremos hacerlo, pues es superior a nuestra fuerzas. Jesús lo sabe bien: "Sin mí no pueden hacer nada". En el inventario de los elementos que tenemos a la mano para echar adelante, nos encontramos con las fuerzas de Cristo. Esa frase puesta en sentido contrario es: "Conmigo lo pueden hacer todo". Y así es... Lo entendió muy bien San Pablo: "Todo lo puede en aquel que me conforta". Ese es Jesús que coloca sus fuerzas en nosotros cuando somos dóciles y humildes ante Él. Solos no podremos jamás alcanzar esa meta. Con Él y poniendo nuestro mejor empeño, es seguro el avance hacia ella. Mi camino es de perfección y no voy nunca solo para poder llegar a la meta. Voy con Jesús, con su amor y su poder. No quiere que yo sea un frustrado que no alcanzará nunca la meta, sino un campeón que llega a la meta junto a Él, a su amor y a su poder.
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