viernes, 13 de marzo de 2020

Aunque yo te desprecie Tú me seguirás amando eternamente

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El gesto de la Redención que Dios realiza en favor del hombre demuestra el tamaño infinito de su amor y la pureza eterna con la que Dios ha amado, ama y amará siempre a la humanidad salida de sus manos. Todo lo que sale de las manos de Dios es bueno, como lo atestigua el autor del Génesis al relatar la creación de todo lo que existe. Y alcanza su perfección con la creación del hombre: "Vio Dios que todo era muy bueno". De "bueno" pasó a "muy bueno" con la presencia del hombre, la criatura predilecta de Dios y razón última de todo lo que existe. El superlativo usado denota la suprema altitud que alcanza todo cuando el hombre se hace presente en el mundo. Podemos imaginarnos la satisfacción de Dios al ver que todo lo que había diseñado estaba en la perfección que Él deseaba. Aquel amor que era suficiente en sí mismo en el disfrute íntimo de la Santísima Trinidad, ahora era también expresado en el amor al hombre y a todo lo que había sido creado para él. Todo se encontraba en su plenitud y existía en la armonía absoluta, pues todo estaba transcurriendo según los designios divinos, lo cual aseguraba ya el orden perfecto. La libertad con la que el hombre había sido creado, mientras era usada para decidirse a seguir siendo fieles al Dios de amor que solo quería el bien y la felicidad suya, aseguraba el mantener la bendición de esa paz de base con la que todo transcurría. Pero esa misma libertad, en un momento de la historia, se convirtió en el arma de doble filo que más daño podía llegar a hacer al mismo hombre. El demonio, amante del desorden y del caos, no podía resistir esa absoluta armonía que se vivía, por lo cual, aprovechándose del tesoro más valioso que tenía el hombre, su libertad que continuaba a decidirse por el bien mayor, que era seguir fielmente al Dios de amor, aprovecha ese único resquicio para entrar y promover ese caos en el que él era feliz. Y logra desencajar totalmente el designio divino, colocando al hombre frontalmente contra Dios y promoviendo un desorden total, con lo cual tenía el caldo de cultivo perfecto en el cual podía reinar a sus anchas. El amor infinito de Dios resulta así herido gravemente. Pero el amor nunca es vencido, por lo cual Dios, obstinadamente, desde ese amor eterno e infinito hacia el hombre, diseña el plan de Redención, que deja al descubierto lo inmenso de su amor.

El amor creador que había quedado totalmente satisfecho cuando apareció el hombre en el mundo, es herido por la infidelidad del hombre. Pero esa herida se convierte en una invitación a reponerse y a dejar más claro aún cuál es su medida. Se convierte entonces en un amor de rescate, en el amor redentor. No se queda escudriñando en la posible culpabilidad del hombre. Es impresionante pensar en que Dios no se duele de sí mismo, habiendo sido traicionado, mirando con dolor o rabia a quien le ha sido infiel, sino que mira hacia sí mismo para descubrir en su propio corazón el mismo amor con el que creó al hombre, que ahora urge ser transformado en amor de rescate. No pide satisfacción, sino que ofrece por sí mismo esa satisfacción para que el hombre pueda ser elevado del fango en el que él mismo se había sumido. Quien no tenía ninguna culpa se ofrece a sí mismo para asumirlas todas y lograr el rescate. La inocencia es la mejor arma para rescatar a los culpables. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", se escucha decir al Verbo eterno. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley", es la voluntad de rescate del Dios de amor. "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él". El amor de rescate, amor redentor, es amor de entrega desde la inocencia. Quien redime no tiene ninguna culpa, sino que las asume todas y las carga en sus espaldas para satisfacer en vez de los culpables. La Redención debía hacerse desde la absoluta inocencia, por lo cual, podía ser hecha solo por el Hijo de Dios que asumía la condición humana en su inocencia más pura y original. El no culpable se hace culpa inocentemente.

Es la prefiguración que nos presenta la Escritura en la persona de José, hijo preferido de Jacob. Es vendido por sus hermanos, movidos por la envidia, prácticamente motivados idénticamente al demonio, quien no podía resistir el orden existente. Jacob amaba a José y todos vivían en armonía radical, pues su padre estaba totalmente satisfecho y procuraba la mejor vida para todos, pero eso no gustaba a sus hermanos. Para ellos era mejor que no existiera José entre ellos, por lo cual deciden quitarlo de en medio pensando incluso en matarlo. Al final, deciden hacerlo desaparecer de la vida de ellos vendiéndolo como esclavo. Ya veremos que esta entrega resultará posteriormente en su salvación. José, en cierto modo, en su absoluta inocencia, será el salvador de Israel, amenazado de morir de hambre en el desierto. Y Jesús lo prefigura también en el desprecio que demuestran los viñadores por el dueño de la viña y por sus enviados, incluso por su hijo, que van a cobrar lo que en justicia le correspondía. En el desprecio de sus hermanos a José y de los viñadores a los enviados por el dueño de la viña, se manifiesta claramente lo que está anunciado. Los enviados de Dios, aun por encima del desprecio de los beneficiarios, serán los que finalmente lograrán el rescate. No importa el desprecio, con todo y la carga negativa que ello conlleva. Importa el amor con el cual Dios se involucra en la historia de la humanidad. Su empeño es el rescate del hombre para que siga a su lado. No quiere dejarlo a un lado, lo que representaría su muerte. Y Dios no ha creado al hombre para la muerte, sino para la vida. Por ello lo da todo, sin guardarse nada para sí. A pesar del desprecio de los hombres Él seguirá insistiendo: "¿Ustedes no han leído nunca en la Escritura: 'La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?'". El amor creador es ahora amor redentor. Dios hará lo necesario siempre para tenernos junto a Él. No nos ha creado para dejarnos abandonados a nuestra suerte. En nuestras propias manos, esa suerte seguramente es la muerte eterna. En las manos de Dios, esa suerte es vida eterna. Y Dios nos mantiene en sus manos amorosas creadoras y redentoras.

1 comentario:

  1. "Importa el amor con el cual Dios se involucra en la historia de la humanidad".Un amor del cual no soy merecedora, pero me hace hija predilecta. Que el Espíritu Santo me ilumine para que agradeciendo esa bendiciòn sea luz para mis hermanos. Amen, amen y amen.

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