Los últimos Papas nos han alertado de diversas dictaduras que subyugan a nuestro mundo en los últimos tiempos. Nos han hablado de la dictadura del relativismo, de la dictadura de la indiferencia, de la dictadura de la cultura de la muerte... Nos alertan ante ellas por cuanto estamos siendo sus víctimas casi imperceptiblemente, pues nos las presentan revestidas de un halo de superioridad intelectual y moral en las que brillaría el respeto a la libertad del hombre, a la posibilidad de elección, a la supremacía de la independencia y de la autonomía, a la defensa del medio ambiente. Cualquier intento de oponerse a estas libertades sería un atentado contra el hombre, contra su progreso, contra su bienestar. El hombre es la medida de cualquier decisión y por encima de él no existe nada. No hay norma superior a la que se dicta él mismo. Y lo justo sería colocarse en esta misma línea, siendo quienes propongan algo diverso unos indeseables que se han quedado anclados en el pasado y no se han alineado con el progresismo "constructivo" que representarían estas ideas. Pensar de manera distinta sería incluso vergonzoso, por lo que quien así lo hiciera debe ser señalado como retrógrado y execrado de los círculos sociales. Hablar de verdades inmutables, de valores inamovibles, de criterios firmes, ya no tendría ningún sustento. Absolutamente todo es relativo y cambiante y lo inteligente es adaptarse, incluso en lo esencial y más profundamente identificante, a lo que dicta el momento. El mundo, así, estaría fundado en arenas movedizas que nunca dejarán de cambiar. Lo absoluto desaparece para dar lugar a lo móvil. Esta dictadura, que podríamos englobar como dictadura del mal, exige que cualquiera que se le oponga sea echado a un lado, aislado, anulado. Por un lado, porque a pesar de que dicen que no hay nada absoluto, afirman rotundamente que sí es absoluto que todo es relativo, y, por el otro, que es necesario desechar todo intento de oponerse porque pondría en riesgo su hegemonía. Es necesario dar la impresión de que no hay nada más inteligente que lo que ella propone, por lo cual hay que ridiculizar y acabar con todo lo que se le oponga, erigiéndose incluso en norma moral para todos.
El fundamento de esta pretensión no es nuevo. Se equivocan quienes se consideran "modernos" por tener estas ideas. Ya lo vivieron los justos, muchos años antes de Cristo: "Se decían los impíos, razonando equivocadamente: 'Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable. Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes'". Decir la verdad ante quien defiende la mentira revistiéndose de superioridad intelectual o moral, les resulta incómodo, por lo cual, lo mejor es quitarlo de en medio. Quieren imponer el absurdo de que eliminando a quien proclama la verdad, eliminan la verdad. Lo cierto es que la verdad es eterna y se impone por sí misma. Jamás una pretensión humana hará que una verdad eterna deje de existir y de echar en cara los propios entuertos. Por mucho que se quiera imponer el relativismo, siempre brillará en lo más profundo de las convicciones la existencia de un ser superior al que muchos llamamos Dios, del cual provenimos, que nos invita a la superación no por desechar lo que somos en lo más íntimo, sino por consolidarnos más en nuestro propio ser, defendiendo nuestra esencia como criaturas dependientes de Él, y que ha colocado en nosotros una ley natural inmutable que por mucho que se luche contra ella siempre estará inscrita a sangre y fuego en nuestros corazones. Que somos seres con un componente espiritual que jamás podrá ser anulado aunque sea una de las más absurdas pretensiones, por lo cual nuestra vida no termina con los logros que tengamos aquí, sino que darán un resultado que nos favorecerá o nos perjudicará en una vida eterna que nunca terminará, en la presencia de Dios o lejos de Él. Que la inmutabilidad de algunos valores nos llaman a la defensa de la vida por encima de cualquier pretensión de eliminarla por cualquier medio y en cualquier estadio de la misma, a la defensa de la familia natural por encima de cualquier intención de desenfocarla en diversas uniones. Que nuestra vida no nos pertenece y nadie tiene derecho, ni siquiera nosotros mismos, a querer controlarla por cuanto es de Dios, pues de Él ha venido y a Él volverá. Que somos absolutamente libres de decidirnos a ser de Dios, aunque los "progresistas" quieran ridiculizarnos, aislarnos, desecharnos de la sociedad por ello...
También Jesús sufrió esta pretensión de ridiculización. Cuando se acercó después de las fiestas de las Tiendas, algunos de Jerusalén se preguntaban: "¿No es este el que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías?" La verdad que proclamaba Jesús era ya bastante incómoda para los jefes de los judíos, por lo que buscaban quitarlo de en medio. Pero el hecho de que apareciera públicamente hacía que los judíos bromearan respecto de los jefes, suponiendo su "conversión". Jesús respondía claramente, basándose en la verdad inmutable de su origen: "A mí me conocen ustedes, y conocen de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese ustedes no lo conocen; yo lo conozco, porque procedo de él y Él me ha enviado". Jesús es la Verdad inmutable. Así lo proclamó Él mismo: "Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida". Y cuando Pilato le preguntó cuál era la Verdad, Jesús guardó silencio por cuanto Él era la Verdad, y la tenía enfrente. La dictadura del mal quisiera eliminar la inmutable Verdad de Dios, y todas las verdades que de Él se originan. Se repite la historia de los antiguos que quieren eliminar toda proclamación de la Verdad, para eliminar la Verdad. No es nada nuevo. Es la pretensión de todos los hegemones del relativismo. Los que queremos mantenernos como adalides de la Verdad debemos asumir que nuestros tiempos nos llaman a solidificarnos no solo en la proclamación de la Verdad, sino en la vivencia profunda y convencida de ella. A pesar de los embates, de las burlas, de los aislamientos, a los que seremos sometidos, tenemos la fuerza de esa Verdad que se impone por sí misma y que jamás podrá ser desechada o eliminada, por cuanto es Dios mismo. Dios es más poderoso que todas las dictaduras y quienes nos ponemos de su lado lo seremos con Él. La Verdad siempre triunfará, pues Dios siempre triunfará.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario