Cuando hablamos del amor de Dios estamos hablando de su esencia más profunda, de aquello que queda en lo más íntimo cuando eliminamos absolutamente todo lo que no es Dios. Si emprendiéramos un viaje imaginario, como una especie de expedición, en el cual fuéramos descartando cada vez más cosas que han venido a la existencia gracias a la voluntad divina y así estuviéramos acercándonos a lo más puro de aquello que existía antes de todo lo demás, y que además fuera la causa de la existencia de todo, vamos entrando en la identidad más profunda, en la luminosidad más clara, en la sensación de afecto más satisfactoria que podemos vivir. Al descartar todos los "añadidos", nos encontramos con lo más puro y lo más denso que hay en Dios. Nos encontramos con su amor. En Él hay sabiduría infinita, poder infinito, magnitud infinita, presencia infinita. En todo caso, precisamente por ser de orden infinito, es decir, inconmensurable, muchos de estos atributos pueden pasar, como efectivamente pasan, desapercibidos para nosotros. Pero el amor, sea infinito o no, jamás pasará desapercibido, pues significa la mejor compensación y el mayor regalo con el que Dios quiere satisfacernos. Ese amor, que define lo más profundo de su ser, quiere salir de sí para darse a los otros seres existentes. El amor es naturalmente difusivo. En la intimidad divina era la corriente que unía, y que sigue uniendo, a la Santísima Trinidad. Después de la creación es además la corriente que hace que todo exista y que todo se mantenga en la existencia. Es ese amor esencial de Dios, que define más claramente su identidad más profunda, lo que nos presenta el mismo Dios cuando se revela a los hombres. Podríamos decir que poco le importa a Dios ser reconocido por su poder, por su sabiduría, por su tamaño, por su presencia, si no llega a ser reconocido por su amor, porque de no ser así entonces no se sabe realmente quién es. San Juan lo define claramente: "Dios es amor".
Tener esta experiencia del amor de Dios es lo más enriquecedor que podremos jamás vivir. Y todo por una sencilla razón que ha hecho, por así decirlo, más práctica y cercana, más vivencial y experiencial, la vivencia del amor divino. Paradójicamente, la experiencia del pecado ha hecho que el amor de Dios por los hombres haya sido "puesto a prueba". Y, sin duda alguna, ese amor ha salido estruendosamente triunfante y vencedor. El amor en condiciones normales, es normal. Pero cuando es exigido, debe mostrar lo alto de su cualidad. El verdadero amor es, está y existe, sin más. Casi podríamos afirmar que es un absurdo decir si se ama más o menos, si hay más o menos amor. Si el amor está, solo puede manifestarse en toda su expresión. Es imposible dosificarlo. Porque ama, Dios crea con todo su amor. Porque ama, Dios sustenta con todo su amor. Es lo normal. Pero también porque ama, perdona con todo su amor cuando es ofendido. El amor no sería real si dejara fuera de sus objetos algo que siempre debe ser amado. Si así fuera, ya no es amor. Dios no puede impedir que su naturaleza se exprese en ningún caso. Su amor estará impedido de llegar a alguien solo en el caso que ese le cierre las puertas para que no pase. El amor de Dios estará tocando las puertas sin desistir, hasta que el sujeto se deje amar. Esta seguridad de un amor que nunca dejará de serlo pues es la esencia divina, nos llena de una esperanza y de una alegría sin límites. Si dejara de existir el amor, dejaría de existir el mismo Dios, causa de todo lo creado, lo que implicaría la desaparición de todo. Y que el amor existe y está ahí para nosotros, queda totalmente demostrado cuando escudriñamos en nuestras propias vidas y nos encontramos con todas las veces que hemos recurrido al amor de Dios, implorando que se transforme en amor de piedad y misericordia, para que no se quede mirando mi falta, mi traición y mi pecado, sino que mire a mi arrepentimiento y a mi humildad, para que me conceda su perdón. El perdón es la expresión más probada del amor.
Eso fue lo que experimentó el hijo pródigo, como nos lo relata Jesús en la parábola. Él experimentó el amor en el hogar de su padre. Fue por ese amor que nació y creció en esa familia. Fue por ese amor que disfrutó de todos los bienes. Fue por ese amor que se atrevió a pedir la herencia anticipadamente. Fue por ese amor que se sintió "libre" de hacer lo que le viniera en gana. Pero ante la debacle de su vida, la que se había procurado él a sí mismo, fue por ese amor que se atrevió a volver a la casa del Padre. Imploró que ese amor se transformara en perdón misericordioso. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". Por supuesto, del padre no podía alcanzar otra cosa que lo que solicitaba. El amor no puede comportarse de manera diversa. Si el amor tiene que transformarse en perdón lo hace sin dudarlo, pues ese es amor probado. El perdón es la victoria del amor. Es el amor que no puede negarse, pues si lo llegara a hacer, ha debido impedir desde la eternidad la existencia de quienes en su momento implorarían ese perdón. El amor sigue siendo superior y sigue triunfando, aunque haya quien no entienda ese amor perfecto, que se expresa por encima de cualquier circunstancia y supera cualquier consideración humana, como sucede con el hermano mayor de la parábola: "En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado". Así como exige reconocimiento humilde, arrepentimiento, acercamiento, alcanza perdón y misericordia, que es la perfección del amor. Él es el Dios del amor que cuando es necesario deja que ese amor mute en perdón y misericordia, es decir, deja que se haga más entrañable y apetecible: "Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar. Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres." Es nuestro Dios. Es a nosotros a quienes ama y perdona.
El perdón es la victoria del amor! Pongamoslo en práctica!
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