San Pablo afirma contundentemente que la fe viene por el oído: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! ... Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo". Esto lo entendió perfectamente la Iglesia naciente, que fue enviada en los apóstoles por Jesús a anunciar el Reino de Dios a toda la creación: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". El hacer llegar la noticia de la irrupción de la salvación a todos; del amor de Dios que se derrama sobre todos y cada uno de los hombres, en cualquiera de las latitudes en las que se encontraba cada uno; hacer que todos conocieran la mejor noticia que podía ser transmitida y en la que anunciadores y destinatarios estaban personalmente involucrados y eran beneficiarios de ese acontecimiento singular, era la tarea que le correspondía realizar a la Iglesia que Jesús había fundado y que comenzaba así su tarea como el instrumento de salvación que Él había dejado en el mundo para hacer llegar la salvación a todos. Luego vendrán las otras acciones, de gobierno y dirección y de instrumentalidad de la Gracia sacramental. Lo primero era hacer llegar esa grandiosa noticia de la salvación. Los hombres de todo el mundo eran desconocedores de la obra salvífica que había realizado Jesús en favor de todos ellos. No era tarea fácil la que se le encomendaba a los apóstoles, por cuanto fuera del contexto hebreo y del que de alguna manera habían tenido contacto con él, era ínfima la cantidad de personas que hubiera podido sentirse involucrada en esa noticia. Se trataba de derribar el muro del desconocimiento. Para ello, se necesitada, por un lado, de una palabra convincente y contundente que venciera toda oposición y que convenciera no sólo con argumentos sólidos, sino también con experiencias que los sustentaran y, por otro lado, de una humildad y apertura de corazón que hicieran que se diera una buena disposición en los oyentes para recibir tan grata noticia.
Es la dinámica que debe presentarse siempre en la vida de quien quiere avanzar en la fe mediante la conversión. La Iglesia, atendiendo al mandato de Jesús, siempre tendrá predicadores bien dispuestos a ser anunciadores de la salvación que Él ha venido a traer. Esos anunciadores no deben ser solo comunicadores de una buena noticia, sino portadores de ella por haber tenido la buena experiencia de su propia salvación. La noticia la dan más porque la han vivido que porque la "conocen". Los que los escuchen tendrán una mejor disposición porque más que escuchar la Buena Nueva, la "leen" en sus vidas, y se convencen de que es una realidad innegable pues la ven hecha verdad en sus vidas. Por ello en los destinatarios se debe dar también una actitud de conversión, por la que estén dispuestos a deponer actitudes antiguas de soberbia, de vanidad, de egoísmo, que los anime a reconocer que lo que se les está presentando es mucho mejor que lo que han estado viviendo hasta ese momento. La conversión es tomar un camino diverso al que se lleva y asumir la nueva dirección con alegría e ilusión. Es descartar lo viejo y asumir lo nuevo. Es dejar lo que lo sume a uno en el odio para tomar lo que lo eleva en el amor. Es arrepentirse de todo lo anterior que alejaba de la vida de Dios, y con humildad, con buena disposición, con valentía, tomar la ruta nueva que lleva hacia Él y llena el corazón de la añoranza de tenerlo siempre para nunca más abandonarlo., Requiere de firmeza de carácter, de convicción, de valentía, pues es colocar ante el espejo la propia vida, para reconocerse en lo que verdaderamente se ha sido hasta ese momento, para desplazarse en una ruta diversa que lleva a la plenitud en Dios, quien es el único que puede darla. Es el camino que se nos presenta a todos y al que todos estamos llamados. No dejemos de colocarnos ante él y decidámonos con valentía a seguir el camino de nuestra elevación, para vivir el amor en plenitud.
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