De entre las imágenes a las que recurre más la Escritura para describir la acción de Dios en nosotros encontramos la de la Luz. Ella se contrapone a la oscuridad. La dialéctica Luz-oscuridad, noche-día, iluminación-penumbra, busca describir la lucha entre el bien y el mal, la gracia y el pecado, la vida y la muerte. Todo lo que es tenebroso, que está envuelto en penumbras, sería la representación del pecado, del dominio de satanás. Es el mundo de la perdición del hombre, en el cual éste se encamina por una ruta contraria a la del encuentro con el Señor, alejándose cada vez más de Aquel que es el origen de su propia existencia, por lo cual estaría cada vez más perdiendo el sustento de su vida. El resultado de este periplo fatal será, sin duda, el vacío total. Quien se sume en las sombras de la lejanía del amor de Dios, pierde absolutamente todo sustento y por ello se encuentra en la oscuridad más profunda. No hay una perspectiva de esperanza, sino solo la seguridad de encontrarse con la nada en la que está sumido todo lo que prescinde de Dios. La oscuridad lo envuelve de tal modo que lo único que se puede esperar es dar pasos inciertos y sin brújula hacia la debacle total, lo que lo hará caer en el abismo más profundo. La belleza y la frescura que se pudo haber vivido manteniéndose unido a quien es la fuente de la vida, se pierde totalmente, teniendo como consecuencia una vida triste, sin norte, sumida en la más cerrada penumbra. Es la ceguera espiritual que borra todo panorama de frescura y de esperanza. Por el contrario, lo que es luminoso, lo que está lleno de la Luz de Dios, es una vida que está llena de esperanza, de ilusión, de gracia, de paz y de felicidad. La Luz que Dios provee a quien se mantiene cerca de Él y lucha por mantener continuamente esa cercanía, llena de un sentido pleno la vida, pues se establece en la certeza de haber alcanzado el camino hacia la plenitud a la que está llamado y que es la meta para la cual ha sido creado. Unirse a Dios y luchar por ocupar siempre ese lugar privilegiado constituye la acción más importante del hombre.
La obra grandiosa que Jesús ha realizado se resume en haber arrancado nuestras vidas del imperio de las tinieblas, llevándonos a la Luz con la que Dios quiere proveernos. Es la Luz de su vida y de su amor, que nos ilumina el camino desarraigándonos de las sombras y de las obras de la oscuridad. Jesús vence al demonio, padre de las tinieblas, quien lucha por mantenernos en su reino de oscuridad. Con su poder divino, Jesús lucha por ganarnos para el Padre y lo logra victoriosamente: "Ustedes antes eran tinieblas, pero ahora, son luz por el Señor. Vivan como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. Busquen lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas". Jesús vence, y con ello nos regala su victoria. Y a la vez, nos compromete a que nosotros nos mantengamos como hijos de la Luz. Si hemos sido arrancados de las tinieblas y hemos sido llevados al reino de la Luz admirable de Dios, mediante una lucha que tanto le costó a Jesús, al extremo de morir en ella, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante los nuevos embates que seguramente sufriremos desde el reino de las tinieblas que no se conformará con perdernos. Nos corresponde unirnos de tal manera a esa Luz, que de ella misma saquemos las fuerzas para seguir venciendo a la oscuridad e ir progresivamente haciéndola desaparecer, por la iluminación que llevemos en todos nuestros ámbitos con la Luz de la que Dios mismo nos provee. Esa Luz de Dios es poderosa, por cuanto vence a la oscuridad que propicia el demonio y nos fortalece para que nosotros hagamos lo mismo.
La Luz con la que nos enriquece Jesús elimina nuestra ceguera. Al ciego de nacimiento le eliminó la ceguera física: "En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: 'Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)'. Él fue, se lavó, y volvió con vista". A nosotros nos elimina la ceguera espiritual, por la que nos hemos hecho incapaces de percibir su presencia en nuestras vidas y todas las riquezas con la que ha llenado nuestra existencia. No se trata simplemente de que seamos capaces de percibir lo que hay a nuestro alrededor, sino que seamos capaces de ver con los ojos del corazón, haciéndonos así conscientes de toda la riqueza espiritual con la que el Señor nos favorece continuamente. Lo decía el Principito: "Lo esencial es invisible a los ojos". Debemos evitar la tentación de quedarnos solo con lo evidente. Cuando el Señor elimina nuestra ceguera, nos está abriendo la posibilidad de ir más allá, a la sustancia, a lo esencial. Descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas y los inmensos tesoros con los que nos enriquece es imposible solo con la vista material. Hay que ser acuciosos en procurar abrir los ojos espirituales para poder hacerlo. Y eso solo lo podremos lograr con la obra amorosa de Jesús que con su barro de ternura eliminará nuestra ceguera espiritual y abrirá los ojos de nuestro corazón. Miles de años antes que el Principito, lo dijo Dios: "No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, más el Señor mira el corazón". Él nos da la capacidad de mirarnos hacia dentro, hacia lo que es esencial, hacia nuestro corazón. Y nos invita a descubrir en él el verdadero tesoro: la Luz con la que nos quiere envolver para que podamos vencer al demonio y a su reino de tinieblas, y hagamos que venza esa Luz que iluminará toda nuestra existencia y nos servirá para eliminar las sombras que haya en nuestra realidad.
Doy gracias a Dios por las veces que esa luz divina ilumina mi alma y me hace ver su Misericordia en mi ser.
ResponderBorrarDios me hizo ver de nuevo esa luz que necesitaba .para darme cuanto nos ama y nos da mas de lo que merezco.
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