San Pablo afirma: "Lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres". Es una afirmación que nos coloca en la correcta comprensión de las dimensiones de las cualidades del Dios Creador en referencia a las cualidades que Él ha impreso en nosotros. Aquella condición original en la que fuimos creados, "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", puede darnos una pista para entender la magnitud de la marca de fábrica con la que el Señor ha querido favorecernos. Ciertamente participamos, por analogía, de aquellas cualidades divinas. Como Dios, somos libres, poseemos una inteligencia y una voluntad únicas entre todos los seres creados, somos capaces de tener la mejor cualidad que se puede poseer que es la capacidad de amar. Ningún otro ser de la creación posee estas cualidades. Por ello podemos decir que Dios nos ha creado "divinizados", pues aun cuando solo sea por analogía y no por una condición propia que habríamos adquirido por nosotros mismos, Él nos ha enriquecido con sus propias cualidades. Nuestra marcha por la vida se realiza con la intención de que nos divinicemos cada vez más, haciendo cada vez más nuestras esas cualidades, poseyéndolas más sólidamente y haciéndolas crecer más en nosotros. Nuestra vida no será mejor, como muchos piensan, en la medida en que más nos afirmemos en nosotros mismos, desapegándonos de nuestro Creador. Algunos creen que hemos venido a esta vida para crecer en una sabiduría solo horizontal o en un caminar más hacia una autoafirmación en la que no se necesite ningún otro apoyo o sustento. El "self-made-man" puede ser un camino riesgoso en el que dicha autoafirmación me convenza y me consolide en la idea de que no necesito de más nadie ni de más nada para ser yo mismo. Esta es una manifestación entre las más destructivas de las características que podemos poseer y de las cuales podemos hacer uso: la soberbia. Por la soberbia entró el pecado en el mundo, pues exacerbó y llevó al máximo esa idea: Podemos ser como dioses, y llegar a no necesitar de nada ni de nadie para existir y crecer. Fue lo que le dijo el demonio a Eva: "Ustedes serán como dioses".
La verdad es que nosotros no podemos renegar de nuestro origen. Venimos de Dios y hacia Él nos dirigimos. El desarrollo de la vida del hombre nunca será el correcto si desistiera de esta realidad absoluta. No asumirlo es ignorar nuestro origen y nuestra meta e implicaría vaciar completamente el sentido de nuestra vida. La vida, así entendida, consistiría solo en lograr metas de desarrollo humano sin sentido de trascendencia que, aun siendo probablemente de signo muy positivo, acabarían igual que la vida de quien las logra. Solo tendrían valor para el hombre mientras él viva, pero perderían ya todo valor al morir, pues no tendrían un sustento superior, de trascendencia y eternidad. Todo logro desaparecería con él. De allí que para que todo tenga un valor superior, que trascienda nuestra realidad y perdure, debemos en primer lugar hacernos conscientes de que nuestra vida no termina aquí, que es mucho mayor que lo que percibimos con nuestros sentidos, que tiene una componente vertical que la hace apuntar a lo alto, que no se acaba sino que trasciende y rompe el celofán de la temporalidad y se abre a la perspectiva de la eternidad. Por ello, es necesario mantener esa conexión con el Eterno, el que nos ha hecho participar de sus cualidades, del cual obtenemos todos los beneficios y hacia el cual todo se dirige. Reconocer que por ser Él la fuente, lo de Él siempre será mejor que lo mejor que yo pueda lograr por mis propias fuerzas. Así lo dijo Moisés a Israel, por mandato de Dios: "Yo les enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumplan en la tierra donde van a entrar para tomar posesión de ella. Obsérvenlos y cúmplanlos, pues esa es su sabiduría y su inteligencia". Son los mandatos y decretos del Señor los que descubren la sabiduría y la inteligencia. No son las propias normas que nos podamos dar nosotros. Las nuestras pueden tener valor, pero sucumben siempre ante las de Dios, que es infinitamente más sabio que nosotros. Nuestra inteligencia, participación de la inteligencia divina, nunca podrá ser superior que la de quien nos la ha otorgado.
Por eso, desde Dios solo obtendremos la confirmación de su propia sabiduría. En su condición de Dios amoroso quiere que nos convenzamos de que Él nos está ofreciendo lo que es mejor para nosotros. Además de habernos donado la participación en su inteligencia y en su voluntad, haciéndonos participar así de su sabiduría eterna, nos pone a la mano lo que nos hará elevarnos continuamente. No es mezquino en la repartición de sus bienes. El amor esencial que lo define en su más profunda intimidad lo hace querer seguir donándonos el tesoro de lo que es solo suyo. Lo de Él es, con mucho, mejor que lo nuestro. No es inteligente de nuestra parte querer quedarnos solo con lo que podamos mendigar con nuestra propia inteligencia y voluntad. Lo verdaderamente inteligente es asumir lo que Dios quiere que sumemos a lo que ya Él nos ha regalado. "En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos". No debemos entender esta sentencia de Jesús como una amenaza, sino como una invitación a valorar lo que de verdad es valioso. En su amor infinito Él mantiene su promesa de engrandecimiento para quien se une esencialmente a Él y a su amor. El más grande en el reino de los cielos es quien asume que su tesoro más valioso no es lo que logre en su autoafirmación, sino el que echando mano de la riqueza con la que el Señor lo ha beneficiado, la engrandece afirmándose cada vez más en Él, en su amor y en su sabiduría. No se trata de despreciar lo propio, pues es valioso al venir de la mano del Creador, sino de ponerlo en su justo valor y en su lugar correcto. Jamás por encima del amor y la sabiduría de Dios, sino siempre conectado con Él y dispuesto a seguir recibiendo el tesoro de todo lo que viene de su mano. Así, seremos grandes en el reino de los cielos y disfrutaremos ahora y eternamente de las mieles de Dios y de su amor, que nos hará vivir para siempre en la felicidad mayor.
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