Una de las formas principales de oración de los cristianos es la de la petición. Podemos dirigirnos a Dios para alabarlo reconociendo su gloria, para glorificarlo, para reafirmar nuestro reconocimiento de su absoluta trascendencia. También podemos hacerlo agradeciendo su providencia amorosa por la cual procura para nosotros todos los bienes y nos da todos los beneficios que podemos disfrutar de la creación que Él ha puesto en nuestras manos. Igualmente nuestra oración puede estar motivada por la absoluta humildad de reconocernos necesitados del perdón amoroso y misericordioso de Dios, fuente de toda piedad, y el único que puede realmente perdonar nuestras faltas. Alabar, agradecer y pedir perdón son las formas mejores por las cuales podemos dirigirnos a Dios. Si pudiéramos hablar de grados de perfección, en el orden en que están nombradas son más perfectas. Todas son buenas, pues todas nos ponen en contacto con Dios, y nos aseguran que al ponernos en contacto con Él lo estamos haciendo presente en nuestra vida cotidiana, y no estamos reduciendo su presencia a algunos momentos "estelares" de ella. El mismo Dios no quiere estar confinado en un rincón de nuestra existencia, del cual lo sacaríamos ocasionalmente para pedirle algo, para solicitar su perdón, para esperar su consuelo... Sería un contacto con Dios reducido casi solo a una relación de conveniencia, que tendríamos únicamente para la obtención de beneficios. No es esa la relación que Él quiere tener con nosotros. Su presencia en nuestras vidas ciertamente es continua. Y la meta a perseguir es que cada uno pueda hacerse consciente de ello.
Esta es la invitación que nos hace Jesús, cuando nos llama a pedir, a buscar, a llamar. Nos asegura que obtendremos respuesta, pues nos encontramos ante un Dios bueno, que no dejará de llenarnos de beneficios: "Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre de ustedes que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas". Dios ha creado todo lo que existe para nosotros y lo ha puesto en nuestras manos. Todo lo que necesitamos está en nuestra manos, en la medida en que la accesibilidad a los bienes sea más sencilla. Cuando los beneficios no son ordinarios, es decir, no están a la mano, sino que entran en un ámbito superior, de bendición y de providencia, basta que se lo pidamos al Señor, dador de todos los bienes, y Él en su providencia amorosa, viendo la mejor conveniencia para nosotros, nos lo concederá. Él es ese Padre amoroso que jamás dará una piedra o una serpiente a sus hijos amados. Es el Padre que nos ha creado, haciéndonos surgir de la nada y nos ha colocado en un mundo también creado por Él para nosotros, en el cual encontramos todo lo que nos sirve para subsistir. Si esto se da en el orden material, con mayor razón se da en el orden espiritual, que es en el cual obtendremos siempre las mayores riquezas.
La razón última de la acción de Dios en nuestro favor es el reconocimiento de nuestra indigencia, de nuestra absoluta necesidad de Él en nuestra vida. La oración de petición tiene su fundamento en el reconocimiento de que Dios es la fuente de todo beneficio, de que en ningún otro obtendremos lo que necesitamos para poder subsistir y seguir adelante. A la oración de alabanza, de acción de gracias y de perdón, le sigue en perfección la oración de beneficios. Es la menos perfecta de todas, pero es a la que nos invita Jesús con mayor vehemencia. Sabe que somos necesitados y por ello nos llena de la esperanza de que esa necesidad siempre será cubierta por el Dios de amor y de providencia. Así debemos entenderlo todos: "Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de cuantos están de acuerdo con él. Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación". Ésta no es una oración que busca beneficios materiales. Aquí se solicita de Dios su compañía para vencer al enemigo. Es una oración que exige de quien la hace la humildad del reconocimiento de que de Dios solo obtendremos los beneficios que necesitamos, y que nunca nos negará esos beneficios que vienen solo de Él. Solo quien es verdaderamente humilde delante de Dios y se acerca a Él en el reconocimiento de que es la fuente de todo beneficio, material o espiritual, abandonando la pretensión de poder lograr individualmente la meta que se quiere alcanzar, obtendrá de Él el pan de su bendición y el pescado de su providencia. Él es el Dios de amor y de providencia, el que nos ha creado y ha puesto en nuestras manos todo lo que necesitamos para subsistir, y quien se ofrece para que tengamos siempre lo que necesitamos, especialmente aquello que no está siempre a la mano, y que surge de su corazón de amor, pues al habernos creado se ha comprometido con nosotros a hacernos llegar todo lo que necesitemos. Por un lado está, entonces, su amor todopoderoso y providente. Y por el otro, estamos nosotros, que debemos considerarnos indigentes y absolutamente necesitados de Él y de su amor.
Que belleza es entender el Amor.infinito de.nuestro Padre.Y quizá no entenderlo tanto, sino abandonarse a El... y a veces tan solo decirle Gracias mi escudo y mi refugio, Dios misericordioso al que tanto amo
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