miércoles, 19 de febrero de 2020

Recibo tu Palabra de salvación y se la llevo a mis hermanos

Resultado de imagen para designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos


La valoración de la Palabra de Dios influye mucho en el efecto que ésta pueda tener al recibirla. Cuando sabemos que recibir la Palabra de Dios implica para nosotros el inicio de un camino de conversión que nos conducirá a la meta final, que es nuestra salvación, evidentemente abrimos nuestro corazón esperanzados para que Ella produzca en nosotros esos frutos que el Señor quiere. Por el contrario, cuando no sabemos de esos frutos o los despreciamos, nos cerramos a Ella y queda infructuosa, dejando solo frustración en el esfuerzo de Dios por procurar derramar en nosotros su gracia, que es su vida, para nuestra salvación. En Israel, los repetidos anuncios de la venida del Mesías, produjo en muchos la añoranza de la llegada de ese tiempo de bendición y de liberación por lo cual, cuando se hizo presente Jesús en medio del pueblo anunciando la llegada del Reino de Dios, estaban muy bien dispuestos a abrir sus corazones para que esa Palabra se instalara en ellos y empezara a dar esos frutos queridos por Dios. Pero también se dio el efecto contrario. Muchos se encerraban a Ella y quedaba frustrada. Unos, por ignorancia y otros, por ver en peligro sus privilegios y su dominio espiritual sobre el pueblo. Este último era el caso de los fariseos que subyugaban al pueblo y lo tenían sometido bajo una supuesta exigencia de fidelidad a la Palabra, de la cual ellos presumían ser sus adalides. Paradójicamente, siendo quizá los que más conocían de la Palabra, fueron los que menos la reconocieron al llegar. Su corazón estaba tan endurecido que no fueron capaces de abrirse a la acción de la gracia y como añadido se convertían en muro para que esos efectos no llegaran a sus destinatarios. La frustración de esa Palabra en ellos fue total. Ni siquiera con los enfrentamientos duros con los que Jesús los retaba fueron capaces de reaccionar. Los privilegios de los que gozaban y que querían conservar a toda costa, los obnubilaban por completo y los colocaban en una situación de total rechazo a la Palabra, a Dios y a su amor. Pesó más lo inmediato que lo futuro. Era más importante para ellos el estatus actual que la ganancia futura.

Esa acción de los fariseos cundió en muchos judíos. Al extremo de que se mantuvo incluso después de la muestra extraordinaria de la obra redentora de Cristo, al vivir su pasión y su muerte, y al triunfar sobre la muerte con su maravillosa resurrección. Para muchos, esa fue la muestra definitiva de que Dios había cumplido su promesa y había hecho buena su palabra empeñada en el inicio de la historia de la salvación. Los repetidos anuncios de la venida del Mesías para liberar al pueblo del yugo del pecado se habían verificado en la Pascua de Cristo. Toda su vida, sus mensajes y sus portentos, la cima alcanzada en su muerte y su resurrección, fue para muchos la muestra de que todo lo anunciado estaba cumplido. Pero para otros eran hechos que no significaban nada. Azuzados por los escribas y fariseos, prefirieron cerrarse al anuncio de la llegada de la salvación. Los apóstoles, enviados por Jesús "a todo el mundo a predicar el Evangelio", esa noticia feliz de la redención, cumplieron estrictamente con la misión encomendada. Iniciaron esa labor en la que ciertamente encontraron muy buena recepción en muchos. Su testimonio de vida y de palabra conquistaba muchos corazones, por lo cual se sumaban cada vez más seguidores de Cristo. Pero también encontraron muchos corazones cerrados en los cuales no podía entrar la Palabra salvadora. Ante esta cerrazón, "Pablo y Bernabé dijeron a los judíos: 'Teníamos que anunciarles primero a ustedes la palabra de Dios; pero como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, sepan que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: 'Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra'". Esa cerrazón de los judíos fue razón suficiente para que el anuncio se abriera a quienes estaban mejor dispuestos a recibir el anuncio de salvación. Los gentiles, los no judíos, a los que elegían Pablo y Bernabé para ir a anunciarles la salvación, vivieron una alegría extraordinaria al saberse también ellos destinatarios y beneficiarios de la obra redentora de Jesús: "Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región". Aquellos que desconocían los anuncios hechos desde antiguo, no despreciaron la oportunidad que les ofrecía Dios de recibir también ellos la salvación que había alcanzado Jesús con su Pascua.

En efecto, Jesús quiere que esa salvación que Él logró con su sacrificio sea beneficio para todos los hombres. No quiere que sea apenas un puñado los que la disfruten. Por ello, desde su paso por el mundo, en los días de su misión terrenal, empezó a asociar a los apóstoles en esta obra de anuncio de la llegada del Reino, de modo que los corazones de los hombres estuvieran cada vez mejor preparados para recibir la redención: "Los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él". La conducta absolutamente confiada en la providencia divina que debían tener esos enviados iba a ser el mejor testimonio para los que escucharan el anuncio. No debían poner su confianza en lo que llevaran, sino en lo que el mismo Dios les procuraría. Esto sería un testimonio sólido en que Aquel que los enviaba era poderoso y buscaba el bien de todos, al punto de que Él era la fuente de todos los beneficios y se los procuraba en todo momento: "Miren que los mando como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saluden a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan primero: 'Paz a esta casa.'" La obra que llevaban a cabo era una obra de Dios, por lo que ellos debían de ser signos de que únicamente de Dios venían los beneficios. Así debían entenderlos los destinatarios. Quienes estuvieran con el corazón dispuesto y bien preparado, llenos de la esperanza en el cumplimento de la Palabra salvadora de Dios, recibirían con alegría el anuncio. Los que esperaban que Aquel que venía a anunciar la llegada del año de gracia del Señor, estuviera ya haciéndolo, abrirían su corazón con alegría y humildad. Por ello Jesús les dice a los enviados: "Si entran en una ciudad y los reciben, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya, en ella y díganles: 'El reino de Dios ha llegado a ustedes'". Ese Reino es la presencia de Jesús actuando en favor de aquellos que esperaban con ansia que Dios cumpliera su Palabra. Eran los humildes que abrían su corazón a la obra redentora de Cristo. No habían endurecido su corazón y por eso se ganaban el favor redentor de Jesús. Ojalá también nosotros entendamos los signos de la llegada del Reino a nosotros, abramos nuestro corazón a esa obra de Cristo, y luego nos convirtamos en anunciadores de la llegada de la salvación, como los obreros de la mies que quiere asociar Jesús para que sean sus apóstoles enviados al mundo. 

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