Uno de los grandes logros de la humanidad en su lucha por ir avanzando en el bienestar de cada hombre, en el respeto de su dignidad y en la elevación de las consideraciones sobre sus derechos humanos básicos, ha sido el de la abolición formal de la esclavitud. Ha pasado el tiempo en el que algunos hombres eran considerados inferiores, hombres de menor categoría, una mercancía de compra-venta, que justificaba la existencia de entes que se aprovechaban de su comercialización y que lograban grandes réditos con los que engordar sus arcas, por lo que eran un excelente "negocio", y el de aquellos que los adquirían para las labores manuales en sus propiedades, realizando las tareas más despreciables que nadie se atrevía a realizar. Ciertamente fue una época oscura la que se vivió con casi absoluta normalidad, aceptada formal y oficialmente incluso en el régimen legal, por cuanto representó el desprecio más claro a los propios miembros de la misma humanidad que integraban, que al ser hombres como todos debían ser considerados hermanos, pero sin embargo a los que se trataba como si fueran poco menos que una "cosa". Fue una oscuridad muy larga, pues se tienen referencias de ella prácticamente desde el inicio de la existencia de la humanidad hasta fechas muy recientes. Es impresionante que a todos los niveles estaba muy bien justificada la comercialización de personas, basándose en criterios de raza, de religión, de casta, de rango social. Algunas culturas veían, y aún lo ven así, absolutamente normal el que algunos grupos humanos existieran ya con la condición esencial de esclavitud, asumida incluso por ellos mismos como algo que estaba en su "normalidad" de vida. Sin duda, el hecho de que el mismo hombre se haya atrevido a manifestar su inconformidad con esta práctica milenaria ha sido un inmenso paso adelante en la procura de la existencia de una humanidad nueva, con principios verdaderamente humanos, en la que el hombre sea realmente hombre y no haya entre ellos categorías de inferioridad o de dominio por ninguna causa. Aún así, con lo positivo que esto es, hay que seguir dando pasos en el establecimiento de estos criterios de libertad y de igualdad, pues no es un secreto que la práctica de la esclavitud, habiendo sido abolida y sin estar formalmente oficializada, sigue existiendo como criterio de conducta en muchas sociedades, por razones mercantiles, hedonistas o culturales, de las cuales se sigue sacando buen provecho, por lo que no se puede afirmar que haya un convencimiento total de la conveniencia de su desaparición en muchos.
Debido a eso, existen expresiones en la Palabra de Dios que pueden resultar malsonantes, pues implican la aceptación de una práctica despreciable, superada ya por una humanidad que avanza con paso firme hacia un humanismo en el que el hombre es promovido en el respeto de su dignidad y de sus derechos humanos básicos. No obstante, por un lado, debemos siempre evitar el anacronismo que pretenda hacer juicios a posteriori sobre una realidad antigua siguiendo criterios nuevos. No es justo sentar en el banquillo de los acusados a quien tenía un esquema de pensamiento concreto, formado bajo argumentaciones del tiempo, por lo cual estaba prácticamente imposibilitado de pensar de manera distinta, para juzgarlo con las categorías avanzadas que poseemos en nuestros días. Sería tan absurdo como pretender hacer burla de San Pablo por haber hecho sus correrías apostólicas caminando, o en el mejor de los casos a lomos de caballo, cuando hubiera podido hacerlo viajando en tren de alta velocidad. No cabe en la cabeza tal comparación, pues aún faltaban milenios para que esto último fuera una realidad. Por otro lado, a esto debemos añadir que la consideración de esclavitud a la que se hace referencia en las Escrituras es de una categoría muy diversa, incluso absolutamente novedosa, por cuanto va en la línea de la asunción de la misma en orden no al desprecio del hombre sino exactamente a lo contrario, pues busca la exaltación del mismo al ser colocado en la condición de ser servido para integrarlo al amor infinito que Dios le tiene, lo cual es su más alta dignidad. La esclavitud asumida de esta manera, no está motivada de ninguna manera por algo que pisotee la dignidad, sino por el amor al hermano, al que se quiere llevar a la presencia de Dios para que sea también beneficiario de ese amor infinito: "El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes". Esta esclavitud, lejos de pisotear la dignidad del que se ha hecho esclavo, lo ha elevado a las alturas más grandes, pues lo ha hecho servidor de Dios y de los hermanos por amor. De nuevo lo afirma San Pablo de esta manera: "Nuestra vocación, hermanos, es la libertad. No hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne, sino del amor por el que nos hacemos esclavos unos de otros".
En efecto, la esclavitud asumida libremente por amor no es tiranía, sino dulzura extrema. Nadie pisotea la dignidad de quien así se hace esclavo, sino que al hacerse servidor por amor, adquiere su más alta dignidad al ponerse en las manos del Dios del amor para "esclavizarse" a su voluntad y cumplir sus designios como hermano de todos. Evidentemente, esto requiere de una disciplina personal: "Un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado". Es la tarea que le corresponde al que quiere ser cada vez mejor esclavo en el amor. Hay que desmontar actitudes perjudiciales, procurando ser cada vez más iluminados por Dios para poder llevar a los hermanos de los cuales se quiere ser esclavo al camino de luz que es el camino del amor. Dejar la ceguera que puede ser estorbo para ello: "¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro". No se puede ser irresponsable guiando ciegamente hacia una meta desconocida. Y hay que deponer también actitudes egocéntricas que desdigan de la humildad necesaria y ensoberbezcan al esclavo, por lo que se hace necesaria una vigilancia continua sobre sí mismo, sobre las propias motivaciones, sobre la pureza del amor que siempre debe ser el motor principal: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Hermano, déjame que te saque la mota del ojo', sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano". El que se ha decidido a ser esclavo de los hermanos para llevarlos a Dios, no puede convertirse a sí mismo en la referencia central. La referencia es el Señor. Por ello, debe echar de sí mismo todo lo que desdiga de ese Dios al que sigue y al que quiere que otros sigan, y llenarse de Él, de sus criterios de amor y de sus deseos de salvar. No debe hacerse seguir a sí mismo, pues él se ha hecho esclavo de todos, habiéndose hecho esclavo de Dios y de su amor. Esa es su meta. No es de ninguna manera su indignidad, sino por el contrario, su máxima dignidad, su orgullo y su alegría. Se ha hecho esclavo del amor para llevar a los hermanos a recibir ese amor infinito de Dios y hacer que también su dignidad sea máxima.
Padre Santo ayúdanos a ser Misericordiosos y q no nos atrevamos nunca a juzgar a los demás
ResponderBorrarEn la escritura, el que se ha decidido a ser esclavo de sus hermanos para llevarlos a Dios, no debe convertirse en ser referente de sí mismo, el referente debe ser siempre Dios, el que guíe, para recibir ese amor infinito y misericordioso que viene de él. Amén.
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