La realidad material en la que estamos sumergidos los hombres nos hace correr el riesgo de adoptarlo todo como único y definitivo. Al ser el ámbito en el que desarrollamos nuestra vida diariamente, en el cual, además, llevamos adelante nuestras actividades rutinarias, englobado todo en un mismo accionar inmutable, alrededor del mismo ambiente y de las mismas personas, siguiendo siempre el mismo patrón de conducta, pues salirse de él implicaría una novedad que puede dar al traste con el "siempre se ha hecho igual", asumimos que nada debe cambiar y que nosotros no tenemos ni siquiera el permiso para osar intentar caminar en una dirección distinta. A esto se añade el que en la conducta de la naturaleza jamás encontraremos un accionar distinto del esperado, pues si llegara a suceder sería un verdadero fenómeno que subvertiría todo el orden natural y nos colocaría ante lo que es inaudito e inesperado. Nadie, por supuesto, esperaría que el sol dejara de salir en el día y comenzara a salir en la noche, que las estaciones no se sucedieran una tras otra en la interminable rutina anual, que los ríos saquen agua del mar en vez de aportársela, que las frutas surgieran espontáneamente de una semilla, que los animales salvajes vivieran tranquilamente sin perseguir y alimentarse de los más débiles, que los peces salieran del agua a caminar libremente por las calles. Todo esto, en cuanto a nuestras conductas aprendidas y en cuanto a las establecidas en la naturaleza, nos llevan a vivir una rutina continua en la que, si no estamos bien apercibidos de ello, corremos el riesgo del cansancio, del aburrimiento y hasta de la obstinación. Si no se asume con entereza y madurez, toda esta realidad puede hacernos caer en un pesimismo brutal y en un inmovilismo paralizante que destruirían la indudable belleza de la vida y la ilusión de tenerla y de vivirla. Ese continuo fluir de la existencia debe apuntar a la asunción de que lo establecido como lo normal no tiene por qué cambiar y que la novedad no estará jamás en lo que no debe estar sino en lo que el mismo hombre, como criatura que ha sido colocada en medio de todo lo que existe, con su actitud de continua novedad, puede aportar. Es absurdo, por supuesto, esperar la novedad en lo que nunca dejará de ser lo que es, porque ello tiene un programa establecido que no es capaz por sí mismo de dejar a un lado. Es absurdo esperar que el sol deje de iluminar y de dar calor. Esa es su esencia y es lo que está llamado a ser y a hacer para siempre. Por lo tanto, la novedad es necesario buscarla apuntando en una dirección distinta.
La conclusión de Qohélet, el sabio escritor del Libro del Eclesiastés, ilumina muy bien lo que llevamos dicho: "¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol, se afana por llegar a su puesto, y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur, gira al norte, gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol". Este supuesto pesimismo del sabio no es más que el intento que él realiza para que, en la sabiduría con la que ha sido enriquecido el hombre, con la inteligencia y la voluntad con la que el Creador lo ha favorecido, sea capaz de apuntar en la dirección correcta en la búsqueda de la novedad donde realmente se debe encontrar y en la asunción de la propia responsabilidad para lograr que esa novedad se dé. Centrarse exclusivamente en la espera de la novedad desde una fuente que jamás la aportará, cruzándose de brazos absurdamente y sin hacer nada para aportar a esa esperada novedad, es infructuoso. Es esperar algo que nunca sucederá y sería atribuir una capacidad irreal a lo que nunca la tendrá. Por eso, el hombre debe abandonar esa atribución que ha colocado como poder a la criatura, pues de ninguna manera su esperanza será cumplida. Destinar una esperanza de novedad en la criatura que no tiene la capacidad de tenerla ni de aportarla es un absurdo más que se añade a la larga lista de absurdos cometidos por el hombre desde que él mismo marcó su vida por el pecado. Con ello, el hombre estaría atribuyendo a la criatura una categoría divina o en el mejor de los casos una capacidad que solo posee él por donación de Dios. De allí que el sabio sentencie: "¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!" Cuando los hombres caminamos por esas rutas, estamos abdicando a nuestra responsabilidad de renovación, y lo que es peor, estamos atribuyendo a la criatura una prerrogativa que no le pertenece, dándole incluso la categoría de ídolo pues estamos poniendo en ella un atributo que de ninguna manera posee, poniéndonos nosotros mismos a su servicio para esperar de ella lo que nunca podrá darnos. Hoy no nos comportamos de manera distinta cuando esperamos del dinero, del placer o del poder, que nos llenen de novedad continuamente, colocando en ellos nuestra esperanza. Son los mismos ídolos pertenecientes al orden de las criaturas que nos hemos construido los mismos hombres, y los hemos revestido de una novedad que no tienen, pues siguen siendo exactamente los mismos ídolos de siempre.
Se hace necesario, entonces, iluminar la rutina con la luz que la arrancará de lo obstinante que puede llegar a ser. Es urgente para el hombre revestir de una verdadera capacidad de renovación lo que vive como cotidiano. Esa novedad no le vendrá espontáneamente de una fuente inexistente. Por un lado, le vendrá de sí mismo cuando asuma la novedad que su propia vida puede aportar a lo rutinario, asumiendo con esperanza y alegría todo lo que hace. Cuando asuma que su accionar cotidiano tiene que ver con el aporte personal que le corresponde en la procura de un mundo mejor para todos, cuando se percata de que aquello que realiza es el beneficio que le toca sumar para que el mundo sea un mejor lugar para todos, que su trabajo no es una simple tarea en la que se le va la vida sino la cuota de sangre que debe imprimir para legar al mundo un beneficio del que disfrutarán todos. Incluso, asumiendo su realidad en lo que le toca más de cerca, aceptar que todo lo que hace es un beneficio que realmente se suma como bien para los suyos, para las personas que dependen de él. Y debe dar un paso más, que le da aún un estatuto mayor al sentido que debe asumir su acción. Debe sentir la novedad también en la respuesta esperanzada y llena de ilusión que por lo que hace da al Dios que ha puesto en él esa responsabilidad. Necesita conocer mejor a Aquel que lo ha puesto en el mundo no como una simple ficha más, sino como un actor importante que cumple el crecimiento y el sometimiento del mundo a su amor que le ha encomendado el Creador. Debe conocerlo mejor para descubrir la motivación más pura que puede existir para avanzar en el empeño de novedad que existe de todo lo que ha sido puesto en sus manos. Sin esta motivación trascendente se corre el riesgo de dejarlo todo en el nivel de vanidad que afirmó el Qohélet. Con la mirada puesta en quien nos ha colocado en el mundo para vivir una rutina que no debe llegar a ser jamás obstinante, sino llena de novedad, de ilusión y de esperanza, podremos entender su motivación última. Él lo ha hecho en el arrebato de amor al crearnos, poniendo en nuestras manos todo lo creado, con la esperanza de que nosotros lo hagamos un sitio en el cual Él mismo sea el Rey, y de que procuremos por todos los medios que lo hagamos retornar a Él perfeccionado por nuestra propia vivencia del amor y de la novedad. Necesitamos conocerlo más para hacerlo mejor para nuestra propia vida. Como Herodes que, por razones diversas a las que podemos tener nosotros, expresó su deseo de conocerlo -"¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas? Y tenía ganas de verlo"-, hagamos nuestro esfuerzo cada uno para acercarnos a Jesús, para conocerlo mejor, para comprender su motivación de amor y para hacerlo vida en nosotros, de modo que seamos motivados a vivir la novedad de vida que Él nos trae, abandonando el aburrimiento por la ilusión de servirlo y por la esperanza de ser enriquecidos con su amor.
Señor, purifica nuestras intenciones y todas las actividades de este día😉
ResponderBorrarBonito mensaje, debemos conocer mejor a Dios, retornar a el y conocer su motivacion hacia el amor y hacerlo vivencia en nuestras vidas.
ResponderBorrar