Entre las cualidades que deben caracterizar mejor a los cristianos nos encontramos con la coherencia de vida, con la fidelidad a las ideas y a las conductas exigidas, con la transparencia y la ausencia de oscuridades u ocultamientos, con la transigencia o la búsqueda de situaciones de conveniencia. El cristiano debe evitar siempre reptar para buscar su acomodamiento de acuerdo a la situación que esté viviendo. Si se llegara a asumir una conducta de esa calaña, se estaría desdiciendo lo esencial que significa el ser de una sola faceta, descubriendo la poca importancia que se estaría dando incluso a la conducta del mismo Jesús que llegó al sacrificio extremo precisamente por mantenerse fiel a sus ideas y a su misión, poniendo ello por encima de su propia conveniencia o de su propio bienestar. Quien actúa siempre de acuerdo a sus principios, con transparencia y fidelidad, transmite una sensación de solidez que se convierte en un atractivo definitivo. Si el sacrificio de Jesús ha llegado a ser atractivo y ha arrastrado a hombres y mujeres durante toda la historia es, entre otras cosas, producto de la sensación de verdad y de solidez que da el hecho de haberlo asumido como el único camino posible para alcanzar el objetivo final que se había propuesto el Padre al enviarlo para la liberación de los hombres. Si Cristo hubiera transigido con las ideas de búsqueda de la propia comodidad, de huida del compromiso, de alejarse de las consecuencias de sufrimiento y de dolor, escuchando voces que hubieran pretendido convencerlo de ahorrarse momentos de incomodidad, no hubiera podido llevar adelante su misión y no hubiera cumplido con el objetivo trazado para su venida al mundo, lo que por supuesto lo hubiera hecho pasar por uno más del montón, un perfecto charlatán que a las primeras de cambio hubiera traicionado su propia enseñanza. Jesús así sería un personaje que hubiera pasado sin pena ni gloria por la historia y sería, en consecuencia, un total desconocido. Lo que ha hecho de Jesús el personaje más importante de la historia de la humanidad fue la envergadura de su acción, asumida con toda la responsabilidad y llevada al extremo, por encima de las propias conveniencias y asumiendo todas las consecuencias. Para los cristianos ese es el modelo ideal, el único que podemos seguir, por cuanto es nuestro Maestro y nos ha indicado la senda por la cual debemos todos transitar, pues fue la que Él mismo transitó. "No puede ser más el discípulo que el Maestro", como nos lo enseñó Él mismo. Y así fue asumido por los primeros cristianos y por todos los que han querido ser fieles a Jesús durante toda la historia de la Iglesia, hechos palpables claramente en el ingente número de mártires que la han enriquecido, quienes, por mantenerse fieles por encima de todo, llegaron incluso a entregar su vida por la causa de la verdad y del amor. La coherencia para ellos fue fundamental en su condición de cristianos: "Que la palabra de ustedes sea siempre sí sí, no no".
De todo ello se desprende que el cristiano actual debe asumir con seriedad su condición esencial y huir definitivamente de la búsqueda de acomodaciones. Actualmente existe una corriente de búsqueda de comunión con todo lo que hay en el mundo. Es una especie de deseo, que incluso se presenta con una fachada de bondad, en la que es necesario transigir con todo, no buscar enfrentamientos, no permitir que haya desencuentros. Es una invitación a comportarnos con mano de seda en todo. Ya San Pablo VI ponía sobre aviso a los cristianos, invitándolos a estar vigilantes ante una corriente de "falso irenismo", en la que había que callar para no profundizar las diferencias de los cristianos con los criterios del mundo. Una cosa es buscar la paz y el acercamiento y otra muy distinta es transigir con el mal. Así lo afirmaba San Pablo: "Los gentiles ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a Dios; y no quiero que ustedes se unan a los demonios. No pueden beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O vamos a provocar los celos del Señor? ¿Acaso somos más fuertes que Él?" Lamentablemente, y quizá motivados por un buena intención, muchos cristianos hemos preferido aceptar muchas cosas que, en el peor de los casos, son cosas claramente contrarias a nuestra fe. Hemos permitido que la avalancha del relativismo nos afecte totalmente aceptando, por ejemplo, categorías de las religiones orientales, cuando hablamos de "karma", de "buena vibra", de "energías espirituales", de "declaraciones de sanidad", de afirmaciones de un "Yo soy" personal supuestamente poderoso arrebatándolo al uso exclusivo del nombre de Dios e incluso sustituyéndolo, o nos dejamos arropar por la tan atractiva proclamación de la libertad absoluta del hombre, cuando se habla de la ideología de género, del matrimonio homosexual, de la adopción de hijos por parejas homosexuales, de la planificación artificial de la familia, del "amor libre", del aborto, de la eutanasia, del divorcio. No queremos muchas veces aparecer como retrógrados o como que nos hemos quedado anclados únicamente en lo tradicional, y para no descuadrar con los demás, asumimos incluso lo que es dañino para nuestra propia fe y nos callamos hasta lo que es inmoral y pecaminoso. Esta es la aceptación más clara y dolorosa de nuestra derrota ante el mal. Ser hombres de nuestro tiempo, que es a lo que nos llama el Magisterio de la Iglesia cuando nos dice que los cristianos somos "hombres del mundo en el corazón de la Iglesia y hombres de Iglesia en el corazón del mundo", no significa de ninguna manera comulgar con todos los criterios del mundo y mucho menos asumirlos como propios. Es precisamente lo contrario. En vez de hacerlo, se trata de que, porque somos hombres de Iglesia, en ese mundo al que nos ha lanzado el mismo Dios del amor, debemos insistir en seguir dando nuestro testimonio de solidez y de convicción en nuestra fe.
Todo depende de lo que llevemos sólidamente fundado en nuestro corazón. Cuando vivimos profundamente comprometidos con lo que es nuestra fe y con aquello a lo que ella nos llama, por un lado, debemos alimentarlo, convencidos de que esa es la Verdad, que está fundada en el ser de Cristo, que es "el Camino, y la Verdad, y la Vida", por lo cual nos hacemos plenamente conscientes de que esa es la única Verdad y de que no hay otra, pues no nos puede engañar quien nos ha demostrado un amor eterno e infinito, y por el otro, debemos asumirlo como nuestra única y más firme norma de vida, sin búsqueda de transigencias con el mal o con el pecado, viviendo la verdadera solidez y dando testimonio de ella, de modo que presentemos el mismo modelo atractivo que presentó Jesús en su paso por la historia. Un cristianismo edulcorado, suavizado, rebajado en su pureza, narcotizado, no es atractivo. Paradójicamente, aunque pensemos lo contrario, al hombre de hoy lo atraen más los modelos puros que los amalgamados o contaminados. Debemos siempre preguntarnos qué tenemos en el corazón. A ello nos invita Jesús: "El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca". Hagamos memoria de nuestras conversaciones y de nuestras conductas, y percatándonos de lo que han sido, sabremos bien lo que llevamos por dentro y lo que sale hacia fuera. Debemos, por lo tanto, apuntar a la solidez que nos haga inquebrantables y firmes, resistiendo a los embates del relativismo y del falso irenismo (la falsa paz), como es la enseñanza de Jesús: "Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, les voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa". Nuestra fe no quiere hombres indemnes, sino hombres que muestren orgullosos las heridas de la batalla que enfrentan por ser fieles a Jesús y a su amor, que vivan con alegría el compromiso al que los llama, conscientes de que en ello se les puede ir la vida. Que asuman que su testimonio es fundamental para la salvación de un mundo al que aman y en el que Dios los ha colocado quizá como piedra de choque porque también lo ama y lo quiere suyo. Esa será la salvación del cristiano y será la ruta de la salvación de todos los hombres y hasta del mismo mundo.
Roguemos a Nuestro Señor que nos ayude a ser firmes y coherentes y no dejarnos influenciar por el maligno.
ResponderBorrarPadre Santo, ayúdanos a producir frutos buenos y abundantes😉
ResponderBorrarExcelente Reflexión,lamentablemente muchas personas le han dado la espalda a Dios y a las enseñanzas, ejemplos de caridad y amor por el prójimo. Yo, particularmente tengo mis raíces católicas sembradas desde mi niñez,cuando los padres o curas hacían las visitas domiciliarias,acá en Rancho Grande el padre José Joaquín, compartía con la chiquillería y nos narraba la historia de Jesús,como un abuelo,que contaba cuentos a sus nietos,llevaba la comunión a los ancianos que no podían asistir a la iglesia, hacia bautizos y matrimonios colectivos en una misa a campo abierto en el mismo barrio; en fin a través de sus verdaderas acciones cristianas,se ocupó de regar esas semillas,que florecieron y se convirtieron en árboles que dieron frutos de entrega a Dios...
ResponderBorrar“Que la palabra de ustedes sea siempre sí sí, no no".
ResponderBorrar... Más allá de las consecuencias... No quiero que Dios me vomite...🙏🏻🛐♥️🙌
Cuando hablamos de alguien de buen corazón, nos referimos a sus buenas acciones porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca. Señor transforma mi corazón!
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