Cuando el niño Jesús fue llevado al Templo para ser presentado ante Dios por su padre José y su madre María, salió a su encuentro un personaje "llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo", al que se le había anunciado "que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor". Simeón era un anciano que se presenta en este momento del inicio de la vida de Jesús, cuando apenas era conocido prácticamente solo por sus padres, con una revelación extraordinaria, pues con la sencillez de sus palabras, iluminado por el Espíritu Santo que lo había tomado como instrumento suyo en este inicio de la plenitud de los tiempos que se estaba dando con el nacimiento del Redentor, afirmó: "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel". Ni siquiera sus mismos padres se esperaban una afirmación de tal género, aun cuando en sus experiencias anteriores habían vivido la maravilla de lo que se tejía alrededor del niño. María, en la anunciación que le hace el Arcángel Gabriel sobre su elección como Madre del Redentor, recibe de éste el anuncio de lo que será el niño que Ella concebirá en su seno: "Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin (...) El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios". Todo lo que estaba alrededor de este acontecimiento era sin duda para esta jovencita y para su joven esposo, absolutamente extraordinario. Jamás se hubieran ellos podido imaginar que estarían envueltos en semejantes maravillas, las que se estaban dando, pues era ya el preludio de la llegada del restablecimiento de todo, como había sido ya prometido desde antiguo por el mismo Dios. Estos dos jovencitos estaban en el centro de todos los portentos que empezaba a realizar Dios para salvar al hombre y al mundo. Por eso, todos estos acontecimientos los sobrepasaban: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él". Y finalizando su encuentro, Simeón lanza un vaticinio fundamental sobre el futuro del niño y el de María: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones". Jesús hará que el mundo pase por un momento en el que deberá decidirse a seguirlo o a rechazarlo, y María, quien estará en medio de todo por ser su Madre, sufrirá lo mismo que tendrá que sufrir su Hijo en su misión futura.
Ciertamente esta mujer que había sido elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo, que había recibido anticipadamente todos los beneficios que traería su Hijo sobre toda la humanidad con su pasión, su muerte y su resurrección, que había cuidado de su Hijo con amor maternal desde su nacimiento hasta el momento en que se decidió a iniciar ya la tarea para la que había sido enviado por el Padre y que Él mismo había aceptado llevar adelante, y que vio como su Hijo se independizaba de Ella, pues tenía que ocuparse estrictamente "de las cosas de mi Padre", como se lo comunicó Él mismo a sus padres cuando fue hallado después de haberse perdido en el Templo, no porque su Hijo iniciara ya su tarea de rescate del hombre y se fuera a los caminos a anunciar la llegada del Reino de Dios, con lo cual se hacía realidad lo que había anunciado el profeta: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor", quedaba desentendida y alejada de lo que viviría su Hijo en adelante. Ella era la Madre, y en diversas ocasiones demostrará que se mantiene cerca de su Hijo, ciertamente como la Madre, pero también como la primera discípula que lo seguirá fielmente en todas sus correrías. Más aún, en el misterio de la comunión perfecta que existía entre la Madre y el Hijo, el paralelismo de sus vidas sería absoluto. La obediencia y la disponibilidad del Hijo eran la obediencia y la disponibilidad de la Madre -"Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad" ... "He aquí la esclava del Señor"- , la humildad del Hijo era la humildad de la Madre -"Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón" ... "El Señor ha mirado la humildad de su esclava"- , la fidelidad del Hijo era la fidelidad de la Madre -"No he venido a hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado" ... "Que se cumpla en mí según tu palabra"-, la entrega del Hijo era la entrega de la Madre -"Yo doy mi vida en rescate por muchos" ... "El Señor ha hecho obras grandes por mí ... su misericordia llega a sus fieles"-. No podía ser de otra manera por cuanto la vida humana toda de Jesús tenía como única fuente la vida de su Madre, por lo que la continuidad entre ambas vidas tiene una solución de continuidad perfecta. Por ello, tal como le había sido vaticinado, Ella vivirá exactamente la misma pasión de su Hijo: "Una espada te atravesará el alma".
La unión de la vida de Jesús y de María es de tal magnitud que habiendo sido esencial desde el principio, jamás dejará de serla. Así como Jesús es "el varón de dolores", por el cual seremos salvados, pues "por sus llagas hemos sido curados", también la Madre se unirá a su dolor, por lo cual Ella se convierte en "la Mujer de dolores", cuyos dolores maternales, al ver el sufrimiento y el dolor extremo de su Hijo, que llegará a su colmo en la visión terrible del Hijo de sus entrañas clavado en la cruz en agonía, entregando su vida por amor a todos los hombres, luchando contra los terribles dolores de las heridas y de la muerte inminente, añorando un aire limpio para siquiera respirar con algo de alivio, sufriendo la sed extrema que pretendió ser calmada con el vinagre agrio del verdugo, entregando su vida satisfecho de la misión cumplida en medio de tantos tormentos cuando se escuchó de sus labios "Todo está consumado... Padre, en tus manos entrego mi espíritu", derramando hasta la última sangre de su cuerpo exprimida por la lanza del soldado cuando ya había entregado su vida, fueron asumidos también al extremo, sufriendo exactamente lo mismo que sufría su Hijo. No podía la Madre quedar sustraída de aquello, cuando toda su vida era la vida de su Hijo, que recordaba desde su disposición a la voluntad de Dios, pasando por el nacimiento glorioso, los cuidados maternos que contemplaban incluso su alimentación de sus propios pechos para amamantarlo, la despedida al decidirse Él a iniciar su tarea salvadora. No quería quedarse Ella fuera en el momento culminante de esa misión salvífica, por ello: "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena". No podía Ella faltar a la cita con el dolor que le había sido anunciada. El soldado atravesó el corazón de Jesús, extrayendo de Él la última gota de sangre que le quedaba. Lo que no sabía este soldado era que estaba también atravesando el corazón de la Madre, con lo cual Ella, unida esencialmente a su Hijo, también estaba entregando todo su ser al dolor, para asociarse al dolor redentor de su Hijo. Jesús, "siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna". También su Madre María asumió este itinerario. Sufrió, y en medio de ese sufrimiento aprendió perfectamente la obediencia. También en esto Ella se puso totalmente a la disposición de Dios. No quiso sustraerse de la experiencia de su Hijo. Por ello, por haber estado unida perfectamente a su Hijo Jesús desde el inicio de su vida, Él nos la regala para que nosotros nos unamos a Él por la unión a Ella: "Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: - 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'. Luego dijo al discípulo: - 'Ahí tienes a tu madre'. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa". Es nuestra Madre, la que incluso en medio de su dolor nos sigue animando siempre a hacer "lo que Él nos diga".
Oh virgen gloriosa y bendita ayúdanos a vivir según la voluntad de Dios. Amén 🙏
ResponderBorrarEs nuestra Madre. Jesús nos la dio como Madre "Cuando el dolor nos oprime y la ilusión ya no brille, enseñamos a decir AMÉN.
ResponderBorrarEs nuestra Madre. Jesús nos la dio como Madre "Cuando el dolor nos oprime y la ilusión ya no brille, enseñamos a decir AMÉN.
ResponderBorrarMadre amada, enséñanos a.aceptar la.voluntad de Dios aunque ello.implique dolor en esta vida, enséñanos a amar incondicionalmente,enseñanos a.abandonarnos por completo a la.voluntad del Padre. Perdona junto a Jesús nuestras miserias, nuestras limitaciones de no entender los designios de.Dios. Y danos la Fe.y la Confianza en tu amor.maternal.que siempre nos lleva al Amor.infinito de tu hijo.Amen, amen y amen
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