Existe entre los cristianos una continua inquietud acerca de la "convivencia" entre perdón y justicia. Con frecuencia se escuchan cuestionamientos sobre lo "injusto" que puede llegar a ser Dios al ofrecer su perdón a todos cuantos se han arrepentido, máxime cuando estos han procurado mucho mal, llegando incluso a ser personajes funestos y letales para miles de personas. Para los que así piensan, con esta conducta abrumadoramente misericordiosa, Dios estaría dando al traste con su propio amor a las víctimas, pues no considera insoslayable el escarmiento que justamente se merece quien ha actuado en contra del amor y en contra del servicio debido por amor a sus hermanos. Sería inconcebible una misericordia que se tapa los ojos ante el mal que se ha procurado, con el agravante de que se haría además insensible también ante el sufrimiento de los perjudicados. Sería, según esta argumentación, un Dios que ampararía la impunidad, lo cual es un acicate para otros a asumir la misma conducta, pues al final simplemente bastaría con arrepentirse para alcanzar un perdón que Dios no negaría a nadie. Lo cierto es que Dios no es injusto. No puede serlo, pues su misma naturaleza es esencialmente amor y justicia, por lo cual es imposible que actúe ni en contra del amor ni en contra de la justicia. Ciertamente perdona a todos los que se arrepienten. Incluso llega al extremo de perdonar siempre anticipadamente, como lo hizo con el hijo pródigo. Pero también es cierto que la recepción de su perdón está siempre condicionada al arrepentimiento humilde y sincero de quien ha actuado mal, a su determinación de convertirse y abandonar la senda pecaminosa, y al acercamiento a la fuente del perdón, que es el mismo Dios, para poder ser "bañados" con su misericordia. Fue el itinerario que siguió el hijo pródigo, que en su arrepentimiento y su determinación de cambio volvió a la casa del Padre dispuesto incluso a ser tratado como un obrero más de la casa. En efecto, Dios es infinitamente misericordioso, pero en la misma medida es también infinitamente justo. Así como es teológicamente repugnante pensar en un Dios que odie a sus hijos, es también repugnante pensar en un Dios injusto que apruebe, apoye o promueva la impunidad. Todo pecado tiene un escarmiento, aun cuando haya sido perdonado. Y este escarmiento será siempre proporcional al daño que se haya procurado, por lo que ninguno quedará impune, ni siquiera en su magnitud. De allí que en nuestra fe, sobre todo en las consideraciones del desarrollo de la teología moral y sobre el más allá, se hable de la necesidad de purificación del mal que se haya cometido en vida, lo que sustenta la idea de la existencia del lugar en el que se hará esa purificación, que es lo que conocemos como "Purgatorio", en el cual "se purgará" el reato de culpa, es decir, el efecto del daño causado a los demás, resultante del pecado cometido.
No es justo, entonces, decir que Dios es injusto. Sería absurdo pensar que después de un discurso clarísimamente a favor del amor y de la misericordia, estos sean aplicados solo a los que han hecho mal, quedando excluidos de recibir justicia los que hayan sido perjudicados por tales hechos. Dios es amor y misericordia para todos. Y es justo con todos. Y la justicia no tiene solo el aspecto positivo del premio, lo cual la hace muy atractiva, sino que contempla también la realidad del escarmiento e incluso de la condenación, que puede llegar a ser eterna. La idea de la misericordia no está reñida con la idea del castigo eterno, pues toma en cuenta el daño procurado a los inocentes por el malo que se ha obcecado en hacer el mal. Y tampoco está reñida con la idea del escarmiento debido al que se ha arrepentido de su pecado, por cuanto debe resarcir espiritualmente el daño que haya procurado a las víctimas, aun cuando se haya convertido, pues ese daño no puede quedar impune. La misericordia, en estos casos, aplica el amor a las víctimas y va en la línea de la defensa de aquellos más débiles y desprotegidos, que recibirán la justicia divina, incluso en el caso de que la justicia humana se desentienda de ello. Todo el que haya actuado mal recibirá un escarmiento, mayor o menor, proporcional al daño que haya infligido, aun cuando se haya arrepentido de su pecado. Esto no está reñido con la figura del Dios infinitamente misericordioso y justo, pues lo es ante todo con el débil y el indefenso, al cual se ha ofendido gravemente. Así lo enseña Jesús: "'Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?' Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda". Dios es consecuente con lo que enseña. Y solo enseña lo que Él mismo está dispuesto a hacer, sirviendo así de modelo y de ejemplo para la conducta de sus fieles. Así como le exigimos a Dios el ser misericordioso y justo, y en esta exigencia incluimos también la del escarmiento a los malos, así mismo debemos estar dispuestos nosotros a comportarnos como Él. No podemos nosotros ser por nuestra parte injustos exigiendo a Dios que sea justo, si no estamos nosotros mismos dispuestos a cumplirlo primero. Lo que pone Dios como perspectiva para sus fieles es lo que Él hace: "'Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?' Jesús le contesta: 'No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete'". Dios no escatima su perdón y su justicia para nadie. Tampoco nosotros debemos hacerlo.
El perdón y la misericordia no son nuestros. Son de Dios. Nosotros somos solo sus instrumentos. Por ello, porque no somos la fuente ni del perdón ni de la misericordia ni de la justicia, no tenemos derecho a negarlos a nadie. Dios ha colocado en nosotros la prerrogativa de perdonar y de aplicar la justicia, solo como una extensión de su propia capacidad. Podríamos decir que al habernos creado a su imagen y semejanza, con la capacidad de amar, nos ha hecho iguales a Él en todas las conductas concomitantes al amor: el perdón, la misericordia, la justicia y el escarmiento. Por ello, no somos propietarios que decidan a quién aplicarlas, sino solo administradores de estas conductas estrictamente divinas. Propiamente tiene sentido cuando decimos "que te perdone Dios", pero solo si la decimos porque tenemos conciencia de que nosotros no podemos negar el perdón, pues es una acción en la que somos instrumentos de Dios. Esto se alinea con lo que predicaba San Pablo a los cristianos: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos". Porque somos del Señor, Él pone en nuestras manos sus capacidades personales, y confía en que nosotros las administremos con la misma finalidad con las que Él las usa y las pone en práctica. No podemos traicionar la confianza que Él ha puesto en nosotros. Al final, el juicio será más rígido no sobre los que ignoraban la manera como actúa Dios, sino sobre los que conociéndola actuaron de manera diversa: "El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados. Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados. Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados? Si él, simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados? Piensa en tu final y deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte y sé fiel a los mandamientos. Acuérdate de los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo". Es muy sencillo el modo de actuar de Dios. Él lo hace de acuerdo a su amor, a su misericordia y a su justicia, y a cada uno de sus fieles le exige lo mismo. A todos nos pide que seamos reflejo suyo. Nuestra alegría plena está en ser cada vez más similares a Él y en implantar en nuestro mundo con solidez creciente y con ilusión su manera de ser y de actuar, para así lograr un mundo verdaderamente mejor para todos.
Perdonar no es fácil, sino que es un requisito indispensable para nuestra vida🤗
ResponderBorrarCuanta verdad... Jesús, mi Señor... ayúdame a perdonar a quienes están haciendo tanto daño a mí País... Venezuela... Especialmente la separación de la Familia y amigos, que en busca de oportunidades mejores, dejan padres, hermanos y amistades. Tu, Jesús, fuiste víctima de situaciones similares cuando niño. Tus padres, María y José, emigraron contigo para protegerte. Pero luego regresaron cuando pasó el peligro y disfrutaron de la compañía de familiares y amigos. Pues, eso queremos, que vuelva a unirse las familias, para compartir con los amigos, los logros de cada miembro. Y así vivir con alegría la Fe en ti nuestro Salvador. Ahora lloramos... Pero volveremos cantando. Amén.
ResponderBorrarTodo el que haya actuado mal recibirá un escarmiento, aun cuando se arrepienta de ello, púes no hay proporción entre el perdón recibido de Dios y el perdón otorgado a los hermanos..
ResponderBorrarTodo el que haya actuado mal recibirá un escarmiento, aun cuando se arrepienta de ello, púes no hay proporción entre el perdón recibido de Dios y el perdón otorgado a los hermanos..
ResponderBorrarTodo el que haya actuado mal recibirá un escarmiento, aun cuando se arrepienta de ello, púes no hay proporción entre el perdón recibido de Dios y el perdón otorgado a los hermanos..
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