En nuestra sabiduría popular existen frases y máximas que enmarcan perfectamente las experiencias que vamos teniendo los hombres y que le dan una connotación fabulosa de aprovechamiento y de instrucción. Entre ellas, tenemos esta: "No hay mal que por bien no venga". El objetivo de ella es que no nos quedemos simplemente en la contemplación o en la lamentación de aquello que nos sucede, sino que vayamos más allá, tratando de extraer de cada vivencia lo que de positivo pueda tener para nosotros, con la consecuencia válida de no verlo todo como solo una tragedia, sino como algo de lo que necesariamente podremos extraer algo bueno para nosotros. En cristiano, se nos ha dicho siempre que Dios nunca permitirá que suceda nada que no sea bueno para nosotros, aunque de momento no seamos capaces de descubrir qué puede haber de bueno en algo doloroso que nos haya sucedido. San Agustín, palabras más o palabras menos, afirmaba que Dios es experto es extraer siempre algo bueno de las experiencias negativas que podamos vivir los hombres. Todo esto es muy consecuente con el ser amoroso de Dios y con su esencia providencial en referencia a los hombres. Quien nos ha hecho venir a la existencia porque nos ama, y ha puesto en nuestras manos todo lo creado para que sea nuestro sustento de vida, no solo en lo material sino también en lo espiritual, no puede haber dejado simplemente al arbitrio del mal nuestras experiencias personales. No tiene sentido pensar que Dios nos ha hecho existir y nos ha traído a la vida solo para sufrir. En todo caso, el sufrimiento, que sin duda es una posibilidad real en la vida de todo hombre, tendría una categoría superior que puede ser entendida como purificadora y didáctica. No está presente la posibilidad del sufrimiento solo como destrucción o pérdida del sentido de la vida, sino como promotora de una vida más intensa, purificada, formada para la solidez y encaminadora hacia la plenitud. Solo quien lo asume así podrá avanzar sólidamente hacia la altura superior de su propia existencia. Quien es probado en el dolor, si lo asume en este sentido superior, gana mucho para sí mismo y puede convertirse en referencia para otros. Por el contrario, quien jamás ha pasado por una experiencia de dolor, aun cuando podría concluir que su vida ha sido marcada solo por la felicidad y la ausencia de sufrimiento, realmente ha perdido el tesoro que significa el dolor en cuanto es una invitación a descentrarse de sí, a huir del egoísmo y la vanidad, a sentir la necesidad de unirse a Aquel que lo puede llenar de consuelo y a los demás que pueden ser apoyo y compañía gratificante en medio de los tormentos.
Sin duda, en medio del dolor es difícil adquirir esta mentalidad tan diáfana. En ocasiones esa bondad que tiene toda experiencia de dolor que podemos vivir la percibimos muy oculta, incluso inexistente por excesivamente misteriosa. Se necesita dar, entonces, un paso más adelante en el enriquecimiento personal, en cuanto se debe variar la comprensión de la vida propia como algo que solo nos incumbe a nosotros. Nuestra vida, así se debe entender, incumbe también y sobre todo a Dios, por lo cual debemos desmontar toda pretensión de exclusividad y llenarnos de humildad, dejando en su mano aquello que le corresponde a Él. Es totalmente acorde con la confesión que hacemos de Dios como de nuestro Creador y Sustentador, motivado por un amor eterno e infinito hacia nosotros, única razón que lo mueve, pensar también que es en Él que podemos llegar a poseer una comprensión superior de lo que nos suceda, para concluir que siempre será algo positivo para cada uno. Así lo vivió Job, a quien le vinieron todas las desgracias juntas, después de la absoluta bonanza en la que vivía. No se le ocurrió a él asumir que su desgracia era la debacle total de su vida, sino que dejó en su espíritu el sosiego de pensar que en el plan amoroso de Dios eso tenía su sentido. Ante él se presentaban las dos opciones: o dejarse morir asumiendo que ese dolor era destructivo y asesino y que Dios mismo lo enviaba para su humillación e incluso su muerte, o asumir con humildad que era algo que Dios mismo permitía y que, aun cuando fuera profundamente misterioso comprenderlo, al final tendría alguna consecuencia positiva para él y para toda su vida, e incluso para los suyos: "Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo: 'Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor'. A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios". Job optó por el camino del enaltecimiento del dolor como purificador y didáctico. De alguna manera logró con ello hacer que la experiencia del dolor pasara de tener la posibilidad de ser solo destructiva, a convertirse, aunque parezca absurdo, en un tesoro que tenía en sus manos y del cual podía sacar excelente provecho. A él le tocó optar. Y optó por lo que lo ayudaba a construir su propia vida en el abandono confiado en las manos del Dios amoroso. Nunca consideró como una opción echarse a morir y asumir que su vida perdía todo el sentido porque se había presentado en ella el dolor. El dolor, por el contrario, hizo que asumiera mejor la capacidad de enriquecerla al hacer más presente a Dios y al aceptar que el sufrimiento, cuando se presenta, no anula todo lo que de bella y de atractiva pueda tener. Ese dolor, por otro lado, no será la única realidad, sino una opción posible y real. La vida seguirá teniendo siempre la componente insoslayable de gozo y alegría que es también parte esencial en ella.
De hecho, en la asunción de la centralidad de Dios como constructor de la vida y como fundamento en el que ella adquiere su mayor solidez, está la posibilidad real de encontrar el sentido final de la vida, sea en medio del gozo, sea en medio del dolor. No se trata de darse a sí mismo los reconocimientos. Hacerlo así es arriesgarse a no poder adquirir la mayor solidez. La soberbia que invita a desplazar a Dios, deja en la absoluta indigencia pues hace tener que confiar solo en sí mismo. Nuestro tesoro no está en nosotros sino en Dios. Así lo enseñó Jesús a los apóstoles, y en ellos, nos lo enseñó a todos nosotros: "Se suscitó entre los discípulos una discusión sobre quién sería el más importante. Entonces Jesús, conociendo los pensamientos de sus corazones, tomó de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: 'El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de ustedes es el más importante'". Se debe apuntar, por lo tanto, a colocar a Jesús en el primer lugar de la importancia, abandonando la pretensión de hacerse a sí mismo el centro de todo. El verdaderamente importante es el que ha dejado a un lado su soberbia, su vanidad, su egoísmo, el que se ha desplazado del centro y se ha puesto en la periferia dejando la centralidad a Dios y a los demás, y en esa actitud asume todo lo que vive como acciones que Dios permite para su enriquecimiento y su exaltación. No es la auto exaltación lo que le da sentido a la vida, sino el permitir que sea Dios el que tenga la última palabra, pues Él es el experto que hará que todo, sea gozoso o doloroso, se transforme en gracia y en bien para el hombre. Y a eso debe apuntar lograr ese avance en la centralidad divina, por cuanto tendrá influencia no solo en el sujeto, sino en todo aquel que esté alrededor, y que por su testimonio alcanzará el mismo punto de confianza en ese Dios que solo quiere el bien del hombre y que misteriosamente lo encamina todo para que cada uno pueda avanzar en esa misma solidez: "'Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros'. Jesús le respondió: 'No se lo impidan: el que no está contra ustedes, está a favor de ustedes'". El actor principal es Dios y su amor. No pretendamos ser nosotros. Podemos equivocarnos. Y de hecho muchas veces lo hemos hecho, cuando Dios no ha sido puesto en el centro. Fácilmente concluimos que nuestra vida pierde su sentido cuando aparece el dolor, mientras que si está puesta en Dios, entendemos que es una concesión divina que nos enaltece y nos enriquece, y nos hace más sólidos.
Preguntemonos hoy si seremos considerados grandes en el Reino de Dios?
ResponderBorrarMuy difícil de entender esta interpretación del sufrimiento. En nuestra humana inteligencia no le damos cabida a que lo negativo pudiese esconder algo positivo. pienso que abandonarse a la misericordia del Señor, teniendo una inmensurable fe como Job, nos hace "entender" por qué Dios permite que ocurran cierto acontecimientos. Señor creo, pero aumenta mi fe como un granito de mostaza!!!
ResponderBorrarSeñor, ayúdame a tener CELO por ti para poder aceptar con la misma actitud, lo bueno y lo malo... Amén...🙏🛐
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