En el judaísmo el sábado era el día santo, el día que se debía dedicar a la oración para entrar en relación con Dios, al descanso en el Señor, al abandono de las actividades cotidianas, atendiendo al ejemplo que el Creador había dado en su gesta, cuando después de haber emprendido toda la obra creadora, luego de haber hecho existir todo portentosamente de la nada, al séptimo día descansó. Fue el último día del relato de la creación del universo y de todo lo que hay en él, habiendo sido colocado en el medio de todo, como dominador y beneficiario de todo al hombre, su criatura predilecta, por el cual había hecho existir todo y al que le había entregado todo, porque a él es al único de todos los seres creados a los que Yahvé amó por sí mismo. Así concluye la narración del acto creador: "Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que Él había creado y hecho". Ese descanso de Dios no es simplemente un día de "no hacer nada", sino que es un día bendecido y santificado, el día principal de toda la "semana" de creación que Dios había empleado para hacer existir todo. Atendiendo a la importancia que el mismo Yhavé había dado a este último día del relato, fue que el pueblo judío asumió este modelo divino y colocó al sábado como día santo y bendecido, pues así lo había establecido Dios y porque fue entendido que era su deseo el que se asumiera como tal en adelante. En principio nunca hubo conflicto en esta práctica, y aún hoy para el pueblo judío el día sábado es un día respetado como día de descanso y de oración, pues es el día bendecido y santificado por Yahvé. Esta práctica común entre los judíos fue tergiversándose al irse radicalizando las posiciones por la obra de las autoridades religiosas más conservadoras, que llevaban las restricciones a medidas extremas, impidiendo y prohibiendo absolutamente toda acción, inclusa aquellas que tenían que ver con acciones que favorecieran al hombre. El absurdo era tal que era permitido atender a los animales que se poseían, pero no al hermano que tuviera alguna necesidad. Se había desvirtuado totalmente el sentido que Dios quiso darle a este día de descanso, en el que Él era el centro, y junto a Él estaba el mismo hombre. Se perdía así el sentido de bendición y de santificación que debía tener el descanso. Si éste no reflejaba una unión más profunda con Dios y no desembocaba en una práctica santa del amor mutuo, no tenía ningún asidero donde sustentarse. Había perdido su razón de ser y había caído en el vacío del legalismo deshumanizado y deshumanizador. Jesús, evidentemente, se opuso frontalmente a esta desnaturalización de la práctica religiosa, y se lo echaba en cara a los fariseos.
Entre los desencuentros que tuvo con los fariseos, que fueron muchos, en los cuales destacó siempre la hipocresía de estos por la pretensión de un dominio malsano sobre el pueblo que debían dirigir espiritualmente, de lo cual se aprovechaban malignamente para subyugarlo, con el disfraz de ser vigilantes fieles de las tradiciones religiosas, estaba el haber desvirtuado la centralidad de Dios y del hombre en la santificación y en la bendición que significaba vivir el auténtico sábado. "Un sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero Él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: 'Levántate y ponte en medio'. Y, levantándose, se quedó en pie. Jesús les dijo: 'Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?' Y, echando en tomo una mirada a todos, le dijo: 'Extiende tu mano'. Él lo hizo y su mano quedó restablecida". En la exacerbación de su absurdo no fueron capaces de responder correctamente a favor del hombre. Cobardemente prefirieron callar, aun a sabiendas de que Dios de ninguna manera censuraría la actuación en favor del hombre. Ellos, indignamente, preferían no ver su autoridad en peligro. Por eso, "ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús". Jesús les demostraba con esto quién era y qué había venido a hacer al mundo. Él era el Mesías enviado por Dios a los hombres para su liberación de la opresión del mal, incluso del de aquellos que pretendían manipularlos y pisotearlos con el poder espiritual que ejercían sobre ese pueblo sencillo. Él era "Señor del sábado", por lo que tenía pleno poder para restablecer la bondad de la práctica inaugurada por Yahvé, con la bendición y la santificación del sábado. Con la llegada de la nueva ley del amor y la segunda creación realizada por Jesús con su obra de redención, alcanzada con su entrega y su muerte en cruz y con su resurrección, ese signo de la presencia de Dios en la vida de los hombres y el del amor mutuo elevado a la categoría de esencia insoslayable para la identidad de los cristianos, quedaba superada la antigua ley y se establecía en medio de los hombres la nueva ley, la que marcaba una nueva pauta, que no se quedaba solamente en un descanso santificador y bendecido, sino que comprometía más radicalmente a una vivencia de la novedad absoluta que se había alcanzado con la obra re-creadora de Jesús y lanzaba a los cristianos al cumplimiento de la responsabilidad concreta de hacer llegar esa redención a todos. No se trataba ya simplemente de entrar en contacto con Dios y de sentir amor hacia los hermanos, sino de que, por el amor a Dios, se tenía que asumir el compromiso de llevar la salvación de Jesús a todos.
La nueva creación debía tener un nuevo signo. Así, el día más importante para los cristianos pasó a ser el domingo. Ya no se trata del "último día", día en el que descansó Yahvé de su obra creadora, sino de "el primer día de la semana", en el que se inaugura la gesta libertaria de la humanidad por la resurrección de Cristo. Es el día de la "pascua" de Jesús, cuando "pasa" de la muerte a la vida, cuando "pasa" por la vida de cada uno de los hombres y deja su impronta de amor y de libertad. El domingo es ahora "el día del Señor", el día que caracteriza el nuevo orden, el del amor nuevo, el de la nueva creación, el que marca una nueva pauta que no culmina solo en la santificación y la bendición del descanso, sino que hace alcanzar la bendición del amor liberador de Dios y que debe desembocar en la asunción del compromiso de hacerse liberadores de todos los hermanos. Por eso es igualmente una invitación no solo a la siembra del amor liberador, el que promueve la dignidad de cada hombre, sino un llamada acuciante a no transigir con nada de lo que pueda pretender una nueva esclavitud entre los hermanos: "¿No saben ustedes que un poco de levadura fermenta toda la masa? Barran la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que ustedes son panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad". La celebración del domingo para nosotros los cristianos indica el nuevo régimen del amor al que debemos estar sometidos, que se ha inaugurado con la resurrección de Jesús, con su triunfo sobre la oscuridad y la muerte que lo encerró en el sepulcro, acontecida ese "primer día de la semana", y el cumplimiento de la promesa del envío del Espíritu Santo, que es la prenda de esa novedad de amor que acompañará a la Iglesia por todo el tiempo que le quede por delante, de modo que tenga la mayor solidez posible en ese camino hacia la plenitud que se dará en el último día, cuando "Cristo sea todo en todos y todas las cosas sean puestas como escabel de sus pies", que se dio el día de Pentecostés, también "el primer día de la semana", con lo cual el mismo Dios manifestaba con la acción en los dos grandes acontecimientos de la renovación de todas las cosas -"He aquí que hago nuevas todas las cosas"-, como lo fueron la resurrección de Jesús y el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, su intención clara de que fuera el domingo el nuevo hito de novedad para todos. Es en el domingo donde los cristianos ahora santificamos el tiempo, donde manifestamos nuestro amor a Dios, donde nos hacemos presentes ante Él para alabarlo y adorarlo, y donde procuramos vivir a tope nuestra fraternidad amorosa, haciéndonos cargo del anuncio de la salvación a todos nuestros hermanos, procurándoles el mayor bienestar posible atendiendo a sus necesidades espirituales y materiales. Así lo quiere Dios, como signo de la verdadera novedad que estamos viviendo.
Preguntemonos como estamos con nuestras prioridades en la vida☺️
ResponderBorrarMuy fatigados por solo pensar en este mundo y no en la vida eterna
ResponderBorrarExcelente forma de explicar sobre el Domingo, día del Señor y sobre la nueva creación. Nos toca a nosotros que vivir esa nueva creación y dar testimonio de palabra y obra de esa "Buena Nueva"....
ResponderBorrarMuy bonita explicación de la importancia de resolver una necesidad en nuestro hermano y nos recuerda a cumplir con el refrán "Haz el bien y no mires a quien".
ResponderBorrarMuy bonita explicación de la importancia de resolver una necesidad en nuestro hermano y nos recuerda a cumplir con el refrán "Haz el bien y no mires a quien".
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