Dios nos ha creado a los hombres donándonos sus propias cualidades. La expresión que usa en el momento de nuestra creación revela lo que está en su intención más profunda: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Como Él es eterno, ha puesto en nosotros la condición espiritual, regalándonos un alma que no muere y que trasciende la temporalidad. Como Él tiene la capacidad de amar, más aún, como Él mismo es amor esencial, ha puesto entre las capacidades del hombre la de amar al igual que lo hace Él. Como Él es comunidad trinitaria de amor, ha creado al hombre con la esencia natural de la vida comunitaria, cuando estableció que "no es bueno que el hombre esté solo". Como es libertad absoluta, por tener la capacidad de raciocinio y la voluntad que, combinadas, le dan la capacidad de discernimiento y de decisión que le permite ejercer esa libertad sin que pueda haber algún obstáculo que se lo impida, así mismo le imprimió al hombre esas mismas capacidades de inteligencia y voluntad absolutas para que ejerciera la misma libertad que Él poseía. Evidentemente el hombre tendrá su plenitud en la asimilación cada vez más cercana a lo que es Dios y a lo que lo identifica más con Él, es decir, en el ejercicio cada vez más cercano a la plenitud de esas capacidades con las que ha sido enriquecido su ser. El hombre será más él mismo, avanzará más en el camino de la perfección y, por lo tanto, se acercará más a su propia plenitud, en la medida en que se parezca más a Dios ejerciendo esas capacidades que han sido puestas por Él en su ser. Lamentablemente, en la torpeza de hacer caso a las insinuaciones del demonio, que lo convenció de que su plenitud la alcanzaría en el camino de alejamiento de quien es la causa última de su existencia y de su subsistencia, quien le habría impedido esa plenitud al ponerle prohibiciones a las que debía acatar para afirmar la aceptación voluntaria de su inferioridad delante de Él, quien era el que estaba por encima de todo y le había hecho existir, comenzó así su debacle y su caída en el abismo de la oscuridad y de la muerte. El demonio convenció al hombre de que Dios le impedía su desarrollo absoluto por una supuesta especie de celo que buscaba impedir que surgiera un competidor a su prevalencia sobre todo. Y el hombre se lo creyó, dejando que surgiera una soberbia que lo impulsaba a querer hacerse un dios como el Creador, atendiendo a la frase cautivante de Satanás: "Serán como Dios". Esa libertad, fruto de la inteligencia y de la voluntad que eran un don maravilloso de Dios, al haberla utilizado mal, se convirtió en la más letal de las espadas de Damocles que se puso el mismo hombre sobre su cabeza, alcanzando con ella su propia destrucción.
Desde ese momento en el que reinó la soberbia, la condición de eternidad pasó a ser el riesgo mayor de muerte eterna, la condición de amor se desvirtuó en el sentimiento letal del odio, la cualidad de ser comunitario se trastocó en explotación de los más débiles de los hermanos, y la característica de hombre libre mutó en la mayor esclavitud. La "sabiduría" humana demostró no ser tan sabia, pues se enroló en las filas de la rebeldía demoníaca que no logró otra cosa que truncar por completo el camino hacia la plenitud que estaba marcado, con la condición de un seguimiento fiel y constante con el Dios del cual se había surgido. La plenitud del hombre será tal solo en la sumisión amorosa, fiel y confiada a Dios. Nunca será alcanzada extrañándose de Él, pues Él es la única fuente de la plenitud posible. Fuera de Él todo es oscuridad, tristeza y muerte. De allí la insistencia de reconocer lealmente la inferioridad propia delante de Dios que de ninguna manera nos hace menos, sino que, por el contrario, nos hace más, pues nos encamina hacia nuestra plenitud que será lograda solo en el sometimiento al Todopoderoso: "Que nadie se engañe. Si alguno de ustedes se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: 'Él caza a los sabios en su astucia'. Y también: 'El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos'". La "sabiduría" humana nos destruye cuando no está alineada con la sabiduría de Dios. Esa sabiduría es la que por esencia pertenece a Dios, propietario de todo, nuestro Señor, el que actúa no por otra razón que la de su amor por nosotros y que, en el ejercicio de esa sabiduría, nos aclara que todo es de Él y lo pone en nuestras manos para facilitarnos el seguir encaminándonos hacia Él: "Que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es de ustedes: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios". Al final de nuestro camino llegaremos a la presencia de Dios, cuando Él "será todo en todos", y nos llevará a la vida que nos espera y que es la que Él ha establecido como la que nos corresponderá, en la que estaremos viviendo la única plenitud posible, la de su amor y la de la felicidad que Él hará una realidad para todos eternamente. Para ello nos ha creado. No nos ha creado para hacer que nuestro fin no sea superior al de nuestro origen. El ser "imagen y semejanza" del origen, se hará pleno, viviendo la misma vida eterna de felicidad y de amor que Él vive ya.
Mientras tanto, nosotros debemos avanzar en ese camino de confianza extrema en Él, en su amor y en su poder, como lo vivieron los apóstoles en su periplo terrenal con Jesús: "Dijo a Simón: 'Rema mar adentro, y echen sus redes para la pesca'. Respondió Simón y dijo: 'Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes'. Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse". La palabra de Jesús hizo aparecer los peces que habían estado ausentes toda la noche en la brega de la pesca nocturna. Bastó que fuera su orden para que esto sucediera. Es la confianza que debemos tener todos delante de Dios, que hace que lo imposible sea posible. Y debe desembocar en el abandono radical en su amor, en su poder y en su misericordia: "Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: 'Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador'. Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón". Al constatar que de Él viene todo beneficio, se debe reconocer también que de Él viene la piedad y la misericordia. La sabiduría no se trata solo de conocimiento, sino de vivencia. Y la sabiduría que podemos tener de Dios pasa por reconocer que Él es el Dios del cual provenimos, que nos sostiene con su providencia y que viene en ayuda de nuestra debilidad, produciendo en nosotros nuestro arrepentimiento y el abandono confiado en ese amor que se transforma en misericordia infinita y que posibilita nuestro avance apoyados en su poder, no en el nuestro. Es el reconocimiento de nuestra nada delante de Él, que se trasforma en el todo que Él nos proporciona, por lo cual nos hace capaces de abandonarnos en su amor y en su poder, que hace que lo podamos todos, no por nuestras fuerzas débiles delante de las suyas, sino por esa fuerza invencible del Dios que se pone de nuestro lado. Al hacernos suyos y al dejarnos invadir por ese poder, por esa misericordia y por ese amor que todo lo puede, nos coloca de su lado, nos confía la tarea de llevar ese mismo amor y ese mismo poder a todos los hermanos. Por eso le confía a Pedro lo que será de su futuro de abandono en las manos todopoderosas y amorosas de su Creador: "Y Jesús dijo a Simón: 'No temas; desde ahora serás pescador de hombres'. Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron". Es el abandono que no se resuelve en la pasividad, sino en el accionar extremo, pues es la sabiduría de reconocer como único Dios y único Señor al que nos convoca y nos hace suyos, y que nos encamina a la única plenitud posible que es la que podremos vivir unidos a Él y sometidos con ilusión bajo las alas de su amor y de su poder.
Me quedo con esta para mi meditación:
ResponderBorrar*"El hombre será más él mismo, avanzará más en el camino de la perfección y, por lo tanto, se acercará más a su propia plenitud, en la medida en que se parezca más a Dios ejerciendo esas capacidades que han sido puestas por Él en su ser"*
(Mons. Ramón Viloria Pinzón)
Gracias Señor por revelarme tu corazón misericordioso😉
ResponderBorrarQue nuestro corazón siempre este dispuesto a abandonarse confiado a tu Misericordia, Señor!
ResponderBorrarEste relato nos enseña a la confianza que debemos tener de la presencia de Dios, él hace que lo imposible sea posible, por todo eso debemos decir "confió en ti Señor,tu palabra me da vida"
ResponderBorrarEste relato nos enseña a la confianza que debemos tener de la presencia de Dios, él hace que lo imposible sea posible, por todo eso debemos decir "confió en ti Señor,tu palabra me da vida"
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