El amor o es total o no es. Se ama siempre plenamente, no parcialmente. No se puede ni se debe parcelar al amor. Ni tampoco se puede amar más o menos. Cuando se ama está implicado no solo el corazón, sino el ser del hombre completo. El amor, más que un simple sentimiento, es una decisión que compromete y que lanza hacia el otro. Hay que huir y evitar siempre la idea de un amor puramente romántico, en el que solo se busca la compensación personal en la ilusión del amor correspondido, pues eso, siendo una parte comprensible y posible de la experiencia del amor, se queda en lo superficial. En la vivencia del amor hay que dar siempre entrada al dolor. El amor, en muchas ocasiones, duele. Más aún, el dolor muchas veces es el acicate ideal para la experiencia más profunda del amor, y el que lo pone a prueba en su solidez. El amor que no resiste el dolor se convirtió en algún momento en simple capricho o en búsqueda infructuosa de la sola compensación. El amor descentra al hombre de sí mismo y coloca al amado en el centro, por lo cual apunta así a la procura de la mayor felicidad del otro, llegando incluso a dejar en segundo plano la propia felicidad, pues ella existirá solo en la medida que el otro alcance su felicidad. La felicidad de quien ama pasa por la felicidad del amado. Esto no tiene que ver solo con el amor de la pareja humana. Va mucho más allá. Tiene que ver con toda la gama inmensa de amores que puede existir: el de los esposos, el de los padres, el de los hijos, el de los novios, el de los amigos, el de los compañeros, el de los consagrados, el de los religiosos, el de los sacerdotes, el de las autoridades, el de los súbditos, el de los ciudadanos, el de los deportistas, el de los artistas, el de los músicos, el de los profesionales, el de los servidores públicos y privados, el de los funcionarios, el de los políticos, el de los médicos, el de los pacientes, el de los militares, el de los policías, el de los profesores, el de los alumnos. Todos son amores diferentes, que tienen una única fuente, que es el mismo Dios creador, quien puso en nosotros su misma capacidad de amar. Al fin, Él es la fuente de todo amor, pues "todo amor viene de Dios". Si nosotros somos capaces de amar es porque Dios nos ha dado esa capacidad y si seguimos teniendo esa capacidad es signo de que Dios sigue presente en el mundo. Aunque no seamos conscientes de ello, al amar estamos haciendo a Dios presente una y otra vez en nuestro mundo y en nuestra vida. Es fundamental que entendamos que toda esa gama de amores existen por un expreso deseo de Dios que nos ha enriquecido con ellos para que podamos hacer realidad un mundo mejor para todos, poniendo cada uno nuestro granito de arena. "Llenen la tierra y sométanla", se cumplirá solo haciendo presente el amor en todo lo que hacemos. Es un sometimiento al amor, lo que lo hace finalmente un sometimiento dulce y añorado.
Ese amor, en Dios, tiene una mutación maravillosa. Habiendo sido en el origen un amor creador y providente, que salió de Él para trasladarse al hombre y procurar para él toda clase de bienes espirituales y materiales, y con ello hacerlo feliz, recibió de parte de su criatura un desaire mayúsculo, pues el hombre, en vez de valorar ese amor que buscaba solo su felicidad, prefirió encaminar su añoranza hacia otras rutas, no correspondiendo debidamente al amor que Dios derramaba sobre él. Fue su pecado, que lo hizo caer en la ruina total y llevarlo a su mayor desgracia pues perdía la conexión con la fuente de su felicidad, y desde entonces lo único que alcanzó para sí fue la tristeza y el dolor. El hombre mutó su amor y lo que realmente logró fue su debacle definitiva. Pero Dios nunca dejó de amarlo, por lo que nunca dejó de desear la felicidad de su amado. El amor de Dios, habiendo sido herido, se mantuvo fiel y leal al hombre. Podríamos decir que al haber sido probado por el rechazo del hombre, salió airoso de la prueba ya que jamás disminuyó un ápice. Al contrario, Dios lo hizo mutar hacia un amor más intenso y más sólido, invencible en el dolor, transformándose en amor de perdón y de misericordia, que es el amor más grande que puede existir. Habiendo recibido el desprecio, se mantuvo siempre firme y de pie, y se hizo incluso maravillosamente más insistente, pues era lo que necesitaba ser el amor: en el dolor, transformarse en añoranza que perdona y que se conduele de la miseria del amado, aun cuando esa miseria la haya descargado sobre Él. Aunque Dios desee sin duda ser amado, no condiciona jamás su amor a ello. Él amará siempre. Él perdonará siempre. Él será misericordioso siempre. Él es el amor, la personificación del amor, por lo que no puede actuar de manera diversa. Si lo hiciera significaría que ya no existe en sí mismo, y eso no puede pasar jamás. Al ser amor, existe únicamente para amar. Y así nos quiere a todos los hombres, surgidos de sus manos poderosas, a su "imagen y semejanza". Nos quiere a todos viviendo el amor perfecto, el de benevolencia, el de donación. Quiere que demostremos que somos de su misma raza, que "somos estirpe suya", amando no solo porque esperemos una respuesta similar, sino simple y llanamente porque deseamos por encima de todo la felicidad de aquellos a quienes amamos: "Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midieran se les medirá a ustedes". Por eso tiene sentido el amor por encima de todo, incluso a los que en nuestra "sabiduría humana" deberíamos despreciar por habernos hecho daño.
El amor así entendido nos lleva a comprender que cumplir con su exigencia nos eleva, en cuanto nos pone en el mismo nivel divino, que ama, perdona y es misericordioso con todos. Así como nosotros nos acercamos con humildad a Dios para pedir su perdón y añoramos recibir ese perdón que nos hace retomar nuestra dignidad, así todo hombre desea tener la misma experiencia del perdón. Incluso el malo que se ha arrepentido. Y aun por encima de eso, al igual que Dios desea perdonarnos cuando imploramos su misericordia, lo quiere también hacer con los malos que también se la piden. Sin embargo, siendo ello una demostración de su infinito amor que no muta jamás, llega aun más lejos, pues perdona anticipándose al arrepentimiento y a la solicitud del perdón. Lo afirmó Jesús, cuando nos dijo que el Padre de la parábola salía todos los días al camino, con la esperanza de vivir la vuelta de su hijo que se había ido a malgastar su herencia lejos de la casa paterna. Ya en el corazón del Padre el perdón había sido dado. Solo faltaba que el hijo volviera para recibirlo. Así actúa con todos nosotros. En el corazón de Dios solo hay perdón para nosotros, faltando solo nuestra vuelta a su casa para que nos llene de su amor y de su misericordia. Así es el amor, pues solo quiere la felicidad y el bien del amado, nunca su mal. Es un amor que nos invita al perdón sin condiciones, que es feliz solo en el gesto de perdonar sin esperar nada a cambio, que cuida con delicadeza de los gestos que puedan desdecir de ese amor y por ello evita contrariar o escandalizar para no desairar la felicidad que desea para todos. Es lo que entendió San Pablo que, para no desairar el amor que sentía por sus discípulos, llegó al extremo de negarse incluso lo que era lícito con el fin de no herir ese amor que sentía por ellos: "Por tu conocimiento se pierde el inseguro, un hermano por quien Cristo murió. Al pecar de esa manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, ustedes pecan contra Cristo, por eso, si por una cuestión de alimentos peligra un hermano mío, nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro". Es un amor elegante, delicado, detallista, que no se para en contemplaciones sobre la conveniencia personal de nada, sino solo en el bien que se quiere procurar al amado. "Lo que importa es amar", como dijo el hermano Carlos de Foucauld, a quien solo lo movía ser en medio de los trashumantes del desierto, testimonio del amor. O como dijo Santa Teresa de Calcuta, cuando atendía a los moribundos en las calles de Calcuta: "Ni siquiera busco que se vuelvan a Cristo. Lo único que me importa es que mueran sabiendo que alguien los amó, aunque fuera en el último suspiro de sus vidas". Así debe ser nuestro amor. Como el de Dios. Limpio, misericordioso, puro y transparente. Sin añadidos.
Amar es darnos a nosotros mismos😉
ResponderBorrarAunque Dios desee sin duda ser amado, no condiciona jamás su amor a ello, el amará siempre,perdonara siempre y su amor siempre será misericordioso por eso le pido, Señor enseñanos a mirar la vida con tu mirada.
ResponderBorrarAunque Dios desee sin duda ser amado, no condiciona jamás su amor a ello, el amará siempre,perdonara siempre y su amor siempre será misericordioso por eso le pido, Señor enseñanos a mirar la vida con tu mirada.
ResponderBorrarAunque Dios desee sin duda ser amado, no condiciona jamás su amor a ello, el amará siempre,perdonara siempre y su amor siempre será misericordioso por eso le pido, Señor enseñanos a mirar la vida con tu mirada.
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