La obra de redención que vino a realizar Jesús, que constituyó la obra más grandiosa en favor de la humanidad en toda la historia, pues significó la recuperación de la altísima dignidad con la cual había sido creado el hombre en su origen y que había perdido por su propia torpeza, se inició y prácticamente se llevó a cabo toda ella en medio de la mayor sencillez. Jesús, el Hijo de Dios que se había hecho hombre para rescatar al mismo hombre desde lo más íntimo de su propia naturaleza, empezó a recorrer los caminos en solitario y fue convocando a aquellos hombres que lo acompañarían en esa travesía. Fueron hombres nada versados, desconocedores en absoluto de quién era Aquel que los iba llamando, incluso algunos con ideas muy erradas sobre la esperanza que debían guardar acerca del Mesías prometido y sobre cómo haría su irrupción en la historia para lograr la liberación que Dios había prometido desde antiguo y de cómo la llevaría a cabo. No es imaginable poder concluir que una obra tan grandiosa tuviera ese signo tan claro de humildad y sencillez, alejada de toda la grandiosidad que era dada esperar. Pero así creyó Jesús que era más conveniente y así diseñó su plan de acción. Quizás porque haberla iniciado con bombos y platillos, revestida de toda la pomposidad auspiciable por ser la obra más grande que Dios emprendía en favor de la humanidad, lograría, sin duda, reacciones maravilladas en los testigos, pero solo arrancarían una admiración extraordinario sin llegar a lo profundo y a lo íntimo. Hubiera sido un baño de portentos que asombraría a todos, pero que convencería y conquistaría a muy pocos. Jesús hubiera sido así, poco más que el personaje del momento, el que arrastraría masas entusiasmadas y admiradas, pero que estaría sobre el tapete lo que durara su presentación hasta que apareciera otro personaje más que hiciera obras iguales o mejores que las de Él. Hubiera sido el ídolo del momento, con innumerables fans, que luego cambiarían su preferencia por el nuevo ídolo que surgiera. Los suspiros que se lanzaran por Él irían a ser lanzados por ese supuesto nuevo ídolo. Es la naturaleza humana, basada en la maravilla y en la admiración mutable, la que determina a cuál personaje va a seguir y a cuál va a dejar, dependiendo del arrastre que vaya teniendo. Jesús no quería esto. Él no quería admirar a nadie. Él no quería ser el espectáculo de moda. Él no quería ser recibido como el ídolo del momento, sino que quería que le fueran abiertas las puertas de los corazones para dejarlo habitar en ellos. Él no quería subyugar a nadie, sino conquistar suavemente, con amor. Él quería ser recibido como el Dios que ama, que se entrega, que salva, demostrando verdadero amor por cada uno de los que viene a salvar, y no un simple poder que admirara y que pasara hasta que viniera un nuevo ídolo que ocupara su lugar. Allí está la clave de todo. La figura de Jesús debe ser para cada hombre una figura que no pasa, que conquista, que arrastra a un seguimiento fiel y no pasajero. Su obra es una obra que prevalece y no una que pasa y se queda en el pasado. Su influencia no es temporal, sino que quiere ser eterna. Mientras esto no suceda en nuestros corazones, la obra de Jesús, siendo eterna, no será influyente para nosotros.
El proceso, entonces, empieza echando unas bases sólidas. No empieza por el techo, que sería la admiración y el deslumbramiento. Eso lo deja, en todo caso, para el final, con su resurrección y su ascensión a los cielos. Es entonces, después de haber echado las bases sencillamente con sus palabras y sus obras, cuando está todo preparado para producir la admiración. Quien es conquistado por lo maravilloso, esperará siempre la maravilla para sustentar su fe. Y aunque no hay nada que impida a Dios poder hacerlo, no es ese el itinerario que Él quiere seguir, por cuanto sabe muy bien que lo que lograría sería subyugar por el deslumbramiento, pero no conquistar por el amor. Jesús, sin aspavientos, no desvía su ruta, sino que avanza por el camino emprendido, pavimentado en ladrillos de humildad y de sencillez: "Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero él les dijo: 'Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado'. Y predicaba en las sinagogas de Judea". No era por falta de poder o por ausencia de obras portentosas que Jesús se retiraba, sino, precisamente lo contrario. Su decisión de apartarse la tomaba después de haber realizado obras maravillosas en medio de todos: "Al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: 'Tú eres el Hijo de Dios'. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías". Un ídolo, aprovechando la admiración que iba produciendo en todos, se hubiera aprovechado al máximo y hubiera seguido atrayendo a más a fuerza de obras maravillosas. Esa no era la intención de Jesús. Lo primero que había en su mente era demostrar, no el poder infinito de Dios que Él poseía naturalmente, sino el amor de quien había sido enviado por el Padre para atraer sutilmente con los lazos de ese mismo amor, anunciando la llegada del tiempo de gracia en el que Dios había establecido la instauración de su Reino en el mundo. Las obras maravillosas de Jesús no eran el fin de su misión, sino elementos que le servían para sustentar, en el momento en que fuera necesario, la presencia del amor del Dios que ama y que quiere salvar a la humanidad por la llegada de su Reino y del año de gracia que Él había decretado.
Este mismo procedimiento que siguió Jesús en su itinerario de misión es el que debe ser seguido por cada enviado de Jesús. No se trata de la presentación y realización de maravillas, por muy llamativas que fueran, sino la revelación de ese amor infinito del Dios que quiere salvar al hombre y habitar en su corazón, conquistando con la fuerza de ese amor su inteligencia y su voluntad de manera que para él no hubiera ya otra realidad por la que valga la pena vivir e incluso llegar a entregar la vida, que la del amor redentor y liberador de Dios. No se sigue a Dios por la cantidad de milagros que pueda hacer en nuestro favor, a pesar de que los pueda hacer y efectivamente los haga, sino por el inmenso amor que nos demuestra claramente al enviar a su Hijo a entregarse por nosotros para liberarnos y que confirma el mismo Jesús cuando acepta la misión y, desde la cruz, muriendo, siente la satisfacción de la misión cumplida: "Todo está consumado". Por ello, la conquista de Jesús no se hace desde lo admirable, sino desde el amor. No es al ídolo que subyuga, sino al único que ha sido capaz de entregarse por amor, al que debemos seguir. No son otros nombres los que deben conquistarnos, a los que debemos seguir, sino solo el de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Nadie más lo ha hecho: "Si uno dice 'yo soy de Pablo' y otro, 'yo de Apolo', ¿no se comportan ustedes al modo humano? En definitiva, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Servidores a través de los cuales ustedes accedieron a la fe, y cada uno de ellos como el Señor le dio a entender. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer". Mientras esto no sea plenamente entendido, y nos centremos solo en las maravillas, confundiendo a Jesús con un gran ídolo, estaremos necesitados de aclarar lo que hay en nuestro corazón. Necesitaremos de lo más básico: "Hermanos, no pude hablarles como a seres espirituales, sino como a seres carnales, como a niños en Cristo. Por eso, en vez de alimento sólido, les di a beber leche, pues todavía no estaban ustedes para más. Aunque tampoco lo están ahora, pues siguen siendo carnales". La misión del que anuncia es apuntar a ir alcanzando la madurez de los beneficiarios, de manera que vayan disponiendo bien su corazón para recibir el amor infinito de Jesús y empiecen a caminar en la salvación, no quedándose solo en lo aspaventoso y portentoso, sino en la experiencia personal del amor que los conquista, el del Dios que envió a su Hijo, y el de ese Hijo que se despojó de su rango no para admirar a los hombres sino para atraerlos a la salvación, liberándolos de las sombras del pecado, demostrándoles su amor infinito que llegaba hasta la entrega de la propia vida con tal de que todos tuviéramos la Vida.
Que linda reflexión en las que se nos recuerda que el mayor influencer, es decir El Influencer es Jesucristo. Bendito seas Señor por darnos tu Amor infinito en Jesús. "Él no quería ser recibido como el ídolo del momento, sino que quería que le fueran abiertas las puertas de los corazones para dejarlo habitar en ellos"...Te ruego Señor que mi corazón siempre esté atento a tu presencia, a tu amor inmensurable, que siempre me abandone a ti , el perfecto Influencer. Amen, amen y amen
ResponderBorrarA esta reflexión se me ocurre decir "Señor quiero ser sanado por tu amor, y ponerme al servicio de mis hermanos".
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