Dios es el actor principal en la vida y en la existencia de todos los seres. Desde el momento de la creación en cierta manera se cargó una responsabilidad nueva que no tenía, pues el existir de todo lo creado lo comprometía a la tarea de la sustentación y la conservación de aquello que había surgido de su mano. Él es el origen de todo y le dio un orden específico. La ley natural hace que en cierto modo el funcionamiento de la creación esté regulado. El ciclo del día y la noche, la sucesión de las horas, la secuencia de las estaciones, los momentos clave para la siembra y la cosecha, la lluvia y la sequía..., todos los fenómenos que llamamos naturales se dan en ese cierto orden que Dios mismo ha establecido, por lo cual, de alguna manera ya ha actuado en su providencia regulándolo de la forma que lo hacen. Todos los seres, podríamos decirlo, responden a una cierta "programación" previa que ha ideado Dios. Es decir, en su actuación sería antinatural que lo hicieran de una manera diversa a la que les corresponde. Esa cierta programación suprime totalmente la posibilidad de que haya rebeldía en ellos. El sol nunca decidirá dejar de surgir por las mañanas, la lluvia nunca decidirá dejar de caer de las nubes hacia abajo, el perro nunca decidirá maullar como un gato, el árbol de mango nunca decidirá dar naranjas... La razón es muy sencilla. Nunca lo decidirán pues no han sido enriquecidos con la inteligencia y la voluntad con las que creó a los hombres, sus criaturas predilectas, a los que colocó por encima de todas las demás criaturas y a los que dio el mando sobre todas ellas. En todo caso, el que se mantenga cada uno de los seres en la programación original sí le corresponde a Dios, que pasaría a ser así una especia de "vigilante" de que todas las cosas sigan el orden pautado en el origen. Esa tarea ocupa a Dios continuamente, desde que Él decidió embarcarse en la aventura de la creación. Él sustenta y conserva lo creado utilizando su voluntad infinita y su poder amoroso. Y lo conserva por una única razón: el hombre, al cual ha donado todo lo creado y ha colocado en el centro mismo del universo. El hombre ocupa el primer lugar en todo. Principalmente en el corazón de Dios.
Esto nos coloca a todos los hombres en un lugar privilegiado. Todo lo que existe está ahí para nosotros. "Dominen la tierra", fue la orden expresa que nos dio Dios. Al crearnos, nos dio el regalo mayor de hacernos a su "imagen y semejanza", es decir, con inteligencia y voluntad, como Él; capaces de amar, como Él; y libres, como Él. Esto último fue el regalo más riesgoso que nos pudo hacer, por cuanto esa libertad se convierte en un arma de doble filo. Si desde esa capacidad nos decidimos a servirle, a seguir una programación establecida que asumiríamos voluntariamente y que nos especifica el hacernos conscientes de ser hijos de Dios y por lo tanto la necesidad de comportarnos cumpliendo su voluntad, que nos afirma como hermanos al ser todos hijos del mismo Padre, que nos coloca como los reyes de la creación para que usemos de ella sin abusar, conservando todo lo que ha sido puesto en nuestras manos en el lugar y el uso que le corresponde..., entonces todo estará muy bien. La constatación que hace Dios al ver que "todo era muy bueno", tendrá sentido solo en el caso en que en el hombre se dé este buen uso de su libertad. Pero si, por el contrario, el hombre se decide a ir en contra de esa "programación" original que había colocado Dios en él haciéndolo responder a todo desde el amor, y yendo en contra del amor que debe ser natural en él, comienza a odiar, a desentenderse de Dios, a aprovecharse malamente de sus hermanos y de todo lo creado, se da un trastocamiento de todo el orden natural que Dios en su providencia infinita había pensado originalmente, y ya todo no estará tan bien. La libertad que Dios dio al hombre, mal entendida, puede resultar en la destrucción del plan original de Dios. No es libre quien va en contra de la voluntad de Dios, pues su final será, con toda seguridad, la esclavitud. Es libre quien sabiendo que tiene otras posibilidades, se decide voluntariamente a seguir la senda que lo mantiene en esa libertad y lo engrandece en ella. No es libre quien se decide a hacer lo que le viene en gana, sino el que se decide a hacer lo que debe hacer porque le viene en gana. Dios "ha hipotecado su tranquilidad" asumiendo este riesgo. En la historia nos encontramos con aquellos que han hecho buen uso de su libertad, pero también con aquellos que han destruido el plan original de Dios al usarla mal. Y nos encontramos a un Dios que está siempre dispuesto a resarcir el daño que el hombre ha provocado...
David usó bien de su libertad hasta que decidió dejarse llevar por la pasión. Cometió el pecado mayor y quedó en evidencia delante de Dios: "David respondió a Natán: 'He pecado contra el Señor'. Y Natán le dijo: 'También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás. Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá sin remedio'. Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David y cayó enfermo. David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra". David recibe el escarmiento. Había utilizado mal su libertad y tenía que pagar las consecuencias. Aún así se arrepintió y confió en la misericordia de Dios, abandonándose en ella. Dios es un Dios que no se desentiende de la suerte de los suyos. Quiere que todos tengamos la experiencia de su providencia amorosa que ha actuado siempre y estará siempre a nuestro favor. Que vivamos lo mismo que vivieron los apóstoles, cuando temieron morir en medio de la tormenta: "'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?' Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: '¡Silencio, enmudece!' El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: '¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?' Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: '¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!'". Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno: "¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?" No temamos en el uso de nuestra libertad correctamente. Si así lo hacemos Dios en su providencia amorosa e infinita, nos sustentará en su amor. Si lo hacemos confiados en que esa programación original que Él ha colocado en nosotros es el mejor camino, confiando en su amor, teniendo fe en nuestro caminar de que no equivocaremos el camino, nos sentiremos cada vez más libres en el amor, pues nos sentiremos cada vez más cercanos a Dios y Él nos compensará con la seguridad de su presencia y de su providencia. Seamos libres. Defendamos nuestra libertad. No permitamos que nada ni nadie la destruya y nos esclavice. Los hijos de Dios son los hombres libres que Él quiere seguir teniendo para sí y que se colocan voluntariamente en sus manos amorosas.
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