En la historia de la salvación nos encontramos siempre con un Dios que cuenta con el hombre para hacer llegar esa salvación a todos. Desde el mismo momento de la creación en cierto modo ya ha manifestado su intención, colocando al hombre en el centro del universo, haciéndolo dueño de todo lo que ha surgido de su mano poderosa, dándole el mando sobre toda la creación, ordenándole llevar adelante con su dominio al mundo: "Crezcan y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla". Dios ponía en las manos del hombre la posibilidad de conducir la creación a su plenitud. No es que fuera imperfecta habiendo surgido de su mano. La misma revelación nos descubre la perfección de lo creado: "Dios vio que todo era muy bueno". Pero sí manifiesta su intención de asociar al hombre en la conducción del universo hacia su propia plenitud, que consistirá en el retorno glorioso de todo a las manos de su Creador. En las manos del hombre, socio de Dios, está el llevar adelante esta empresa. Es de las manos del hombre que todo lo creado volverá a su plenitud retornando al Padre. Dios es el Alfa, es decir el principio de todo lo creado, y es también la Omega, el fin hacia el cual todo debe tender, guiado por el socio de Dios, el hombre. Así, vemos como en esa historia van surgiendo personajes principalísimos y destacados, a los cuales Dios va eligiendo y convocando para que sean suyos y para que se pongan al frente de esa empresa delicada y gloriosa que es conducir todo hacia la presencia del mismo Dios. La elección que Dios hace de un pueblo, de Israel, nos descubre también una intencionalidad clara en Él: Ese camino de salvación y de retorno a su gloria de todo lo creado, será hecho viviendo una vida comunitaria sólida, perteneciendo todos a una misma fraternidad, teniendo la experiencia del amor solidario y caritativo, bajo las normas de un ordenamiento que hace que la vida comunitaria sea llevada adelante con justicia y paz. Al frente de esa comunidad, de ese pueblo elegido, Dios pondrá a esos personajes que Él ha elegido para que lo conduzcan bajo su guía, siguiendo las indicaciones que Él les dé, cumpliendo su voluntad, por lo tanto, sometidos a su autoridad. En la medida en que sean fieles a la elección y a la finalidad de la misma, el camino será hecho de manera suave y sostenida. Por el contrario, si el elegido se desentiende de la voluntad divina, el camino se entorpece y se hace impracticable. Éste se hace culpable, pecador, y arrastra en su infidelidad al pueblo que lo sigue.
En esa historia vemos cómo algunos de los elegidos por Dios se mantienen fieles y cumplen perfectamente con su tarea. Pero nos encontramos también con personajes que han dado la espalda a Dios. Han sido fieles y cumplidores por un tiempo, pero llegan a un momento en el que hacen reclamo de su "libertad" y prefieren dejarse guiar por sus propios intereses egoístas, dejándose llevar solo por su conveniencia guiada por los placeres, por el poder, por la vanidad, por la soberbia. Es el caso de David que, habiendo sido elegido como Rey, cumplió perfectamente con su misión hasta que la tentación del placer tocó su corazón y se dejó arrastrar por ella. Usó de su poder y se dejó caer en las garras de la soberbia para ponerse directamente en contra de la voluntad de Dios: "Divisó a una mujer que se estaba bañando, de aspecto muy hermoso. David mandó averiguar quién era aquella mujer. Y le informaron: 'Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías, el hitita'. David envió mensajeros para que la trajeran. Ella volvió a su casa. Quedó encinta y mandó este aviso a David: 'Estoy encinta'". La pasión desmedida le hizo adueñarse de la mujer de otro. Y no contento con eso, cae más en el abismo mandando a morir a Urías para quedarse con su mujer: "Pongan a Urías en primera línea, donde la batalla sea más encarnizada. Luego retírense de su lado, para que lo hieran y muera". Su soberbia estaba desenfrenada y decide colocarse al servicio de su egoísmo adúltero y asesino. Ciertamente, no estaba nunca oculta para Dios esta posibilidad, por cuanto desde el mismo primer momento de la existencia del hombre lo creó plenamente libre, capaz de tomar sus propias decisiones, por lo tanto, capaz de ponerse también en contra de su voluntad divina. Cuando Dios elige asume el riesgo que representa la elección de alguien que se le puede oponer. Él sabe muy bien que su criatura predilecta es capaz de las más grandes maravillas de acuerdo con su voluntad salvífica, pero que es también capaz de las más grandes torpezas, oponiéndose radicalmente a esa voluntad divina, poniéndose al servicio del mal, instigado por el demonio. Sucedió desde el principio con Adán y Eva y se ha repetido a lo largo de toda la historia. Pero así como sabe muy bien que el hombre es capaz de ponerse radicalmente en contra de su voluntad, también está continuamente presente en Él el amor por el que lo ha creado, por el que lo ha elegido, por el que lo ha puesto al frente de su creación. Es un amor que nunca desaparece y que por más de que el mismo hombre con su pecado pretenda herirlo y destruirlo, siempre resurge firme y sólido. Ese amor nunca desaparece o disminuye.
En efecto, Dios es un Dios empedernido y obstinado, constante en su amor. Es fiel a su naturaleza y a su esencia, que es el amor. Nunca hará revocatoria de sus dones. No dejará nunca de llenar de su amor al hombre, aun cuando éste sea empedernido en su camino de alejamiento de ese amor. Dios siempre le dará una nueva oportunidad, pues tendrá siempre su mano tendida para que el hombre se tome de nuevo de ella. En el corazón de Dios estará siempre la espera de la vuelta el hijo que se ha alejado. Por más grande que sea el pecado del hombre, es mayor el amor que Dios le tiene. Lastimosamente habrá siempre quienes se nieguen a volver. Pero todos tiene la posibilidad de hacerlo, porque Dios lo posibilita. Incluso lo facilita. En su obstinación de demostrar su amor infinitamente grande y eterno, habrá siempre esa posibilidad. Lo explica el mismo Jesús con las parábolas: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo". La única explicación posible es el amor que va conduciendo a su plenitud todo. El reino de Dios es una realidad que estará siempre presente porque estará siempre presente el amor de Dios. "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra". El reino de Dios es para todos. Pasa por encima de todo. Sortea todos los obstáculos, incluso los que pueda poner el hombre con su pecado y se coloca siempre como la posibilidad más clara, facilitando su elección. Casi es impensable la posibilidad de la condenación, con la cantidad de posibilidades que ofrece Dios. Aún así hay obstinados que prefieren no ser terreno fértil en el que fructifique la semilla que echa Dios. Hay quienes se empeñan en quedarse en los abrojos, en la cizaña, y no acercarse al árbol de mostaza que ofrece Dios a todos. Es el misterio de la libertad del hombre que prefiere el abismo a la cumbre. Dios es un Dios de amor y misericordia, que está dispuesto al perdón siempre, que tiende su mano amorosa a todos. Es su esencia y su naturaleza. No puede actuar de otro modo. Nos ha elegido para ser suyos. Nosotros decidimos si nos hacemos dignos de esa elección o si nos oponemos a su plan de salvación sobre nosotros.
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