Todas las acciones de los hombres tienen consecuencias. Lo que hacemos puede favorecernos o favorecer a alguien más, o perjudicarnos o perjudicar a otros. Nuestra realidad, en general, nunca será neutral, como tampoco lo que hagamos en ella. Incluso, podemos influir tanto, que podemos cambiar el rumbo de la historia personal o el de la historia de otro o hasta de una comunidad. En la historia ha habido personajes que por una decisión personal han cambiado el rumbo de la misma. Somos tan responsables de ello que puede darse el extremo de que alguien quiera huir del compromiso de tomar una decisión, pero que esa misma supuesta neutralidad sirva para que el rumbo quede determinado fatalmente. Recordemos el caso de Pilato que en su pretendida neutralidad, que llegó incluso a querer demostrarla al lavarse las manos, influyó totalmente para que se decidiera la muerte de Jesús. No oponerse al mal alegando neutralidad es, finalmente, complicidad con el mal y con quienes lo realizan. En efecto, nuestra acción o nuestra omisión influye en la marcha de la historia, y tiene consecuencias. Por ello debemos hacernos responsables de ella, sea la que sea. Al contar cada uno de nosotros con los tesoros de la inteligencia y la voluntad, lo que nos hace seres que viven en libertad, tenemos la capacidad de discernir y poder distinguir entre el bien y el mal. En todo momento la vida nos podrá presentar las dos rutas que nos conducen hacia uno u otro. Cada segundo, cada instante, está marcado por la presencia de esas opciones, lo que nos impulsará a un continuo discernimiento para la toma de decisiones. En medio de esas alternativas y de la experiencia que iremos adquiriendo en ella, se dará nuestro proceso de maduración y nos estaremos haciendo lo que se llama hombres de bien u hombres de mal. En ese proceso no estamos solos. A nuestro alrededor habrá siempre personas con las cuales podremos contar para no sentirnos abrumados ante las decisiones que debamos tomar. Incluso los personajes más influyentes cuentan siempre con consejeros y asesores. La posibilidad de discernir entre varias cabezas de alguna manera ayuda a tener confianza y solidez en las decisiones. Y para nosotros los cristianos, cuando se nos presenta el momento de la decisión, también están a la mano nuestros consejeros espirituales a los que podremos recurrir. Y, en la intervención providente de Dios, tenemos además su auxilio, que nos ilumina y nos inspira en cada momento.
Por ello, aun cuando debemos ser responsables al tomar decisiones, debemos también serlo al asumir sus consecuencias. Esa responsabilidad asumida con seriedad, nos lleva a tener el cuidado necesario en el discernimiento. Mi decisión puede ser determinante en mi vida o en la vida de los demás. Y Dios, en esa perspectiva, me lanza una cuerda para que me tome de ella y me sujete sólidamente. Es su gracia, que me pertenece desde que Él me ha creado. Al dotarme de mis tesoros personales, se ha comprometido conmigo a no dejarme solo en ese tipo de responsabilidades. Por eso siempre podremos contar con su iluminación. Es de tal magnitud el compromiso de Jesús con nosotros, que nos ha prometido el envío del Espíritu Santo para que nos ilumine y nos inspire el mejor camino. De esa manera, al tener que tomar una decisión, puedo ver claro cuál es la más conveniente, la más enriquecedora, la que influya más positivamente en la vida mía y la de los demás. Dios nos pone delante toda la realidad. Y con ella frente a nosotros, debemos optar: "Pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo les declaro hoy que morirán sin remedio". Al poner la opción ante nosotros, nos pone también las consecuencias, con lo cual podremos discernir correctamente. La alternativa es vida o muerte, bien o mal. Y la decisión influirá en la vida de todo un pueblo. Es necesario que hagamos el discernimiento correcto y que tomemos la decisión que más favorece a todos. El final será de bendición o de maldición. Somos nosotros los que lo asumimos.
Esa decisión debemos tomarla también ante la alternativa definitiva de nuestra salvación, de nuestra eternidad. Jesús ha realizado una obra salvadora que ha dependido exclusivamente de su entrega y de su determinación de rescatar con su muerte y su resurrección al hombre pecador. Esa obra de redención fue llevada a cabo perfectamente, a plenitud. No ha quedado nada por hacer, pues ha sido derrotado el demonio y vencida la muerte, con lo cual hemos sido favorecidos todos, pues la victoria de Jesús se nos ha anotado a cada uno de nosotros, aunque no hemos tenido ningún concurso en ella. Nuestro concurso, sin embargo, sí es determinante para el disfrute pleno de esa redención de nuestra parte. Jesús ha culminado totalmente la obra de redención, pero corresponde ahora al hombre abrir su corazón y enrolarse para vivir como redimido, con lo cual esa redención lo hará efectivamente un hombre nuevo. Mientras no se dé ese paso en el mismo hombre, la obra de redención quedará solo como una intención muy buena de parte de Jesús. Completada, pero no hecha efectiva aún, hasta que el hombre la acepte, con sus consecuencias definitivas para él, para su vida, y para la vida de quienes lo rodean. "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?" Es la alternativa que ofrece Jesús para el hombre que quiera disfrutar de los efectos de su redención. Perder la vida por Jesús para ganarla. O conservarla a todo trance, con lo cual la perderá. Es la decisión más importante a la que nos enfrentaremos jamás, pues tiene que ver con nuestra eternidad, lo que viviremos plenamente en toda nuestra vida futura y que nunca se acabará. La decisión que tomemos marcará absolutamente todo nuestro futuro. Por ella, estaremos felices eternamente ante el Padre Dios, o viviremos eternamente frustrados en la lejanía de su amor. Es una decisión que tiene las consecuencias más determinantes para nuestra vida y la de nuestros hermanos que pueden ser conducidos a la salvación por nuestro testimonio. Es nuestra vida o nuestra muerte. Y está en nuestras manos. Ya Jesús hizo su parte. Nos corresponde a nosotros hacer la nuestra. No dejemos frustrada su entrega por amor.
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