Uno de los grandes riesgos que corremos los hombres en nuestras relaciones humanas es el de quedarnos solo con la identidad de nuestro interlocutor que descubrimos en unas primeras de cambio. La primera impresión que nos produce se convierte prácticamente en su carta de identidad. Evidentemente, cuando actuamos así lo más probable es que cometamos una injusticia, por cuanto nos estamos quedando solo con el ropaje externo, con los "adornos" del ser, y no entramos en lo que realmente identifica a la persona, como pueden ser sus valores, sus virtudes, sus principios, sus pensamientos, sus motivaciones, sus intenciones. Identificar a alguien y etiquetarlo solo por lo que vemos exteriormente es darle un valor máximo a lo que realmente es mínimo, a lo que podríamos decir es lo menos importante. Viene a la mente aquella historia del nuevo pastor recién nombrado para una comunidad de cristianos, que el día de su "toma de posesión" se disfrazó de mendigo y se colocó como un feligrés más de la comunidad, en medio de los asistentes. Estos, viendo los harapos con los que vestía, lo evitaban, se alejaban de él, descubrían con sus actitudes el temor que tenían de ser robados o perjudicados de alguna manera por el mendigo. Cuando llegó el momento de la presentación formal del nuevo pastor, la sorpresa de todos fue mayúscula al acercarse el mendigo que todos habían rechazado y tomar posesión de su cargo. A todos los invadió la vergüenza y la culpabilidad, pues se habían dejado llevar solo por la apariencia externa. Era un experimento que había hecho el pastor para descubrir en qué nivel se encontraba la comunidad a la que le habían encomendado pastorear. Así lo dijo a los feligreses. Y, evidentemente, apuntó que debían trabajar denodadamente desde ese momento en adelante para cohesionar a la comunidad, para no tener acepción de personas, para no quedarse solo con el ropaje externo, para procurar profundizar en la identidad real de las personas y, por supuesto, para entregar su corazón con más pasión a los más necesitados de la misma comunidad. En efecto, no podemos decir que conocemos a una persona si no nos acercamos desde un corazón noble, que quiera descubrir su identidad profunda, sin prejuicios y sin dejarse llevar por la primera impresión o por la apariencia externa.
Santiago, con su claridad proverbial, pone el acento en esto, al referirse a la vida comunitaria: "Supongan que en su asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra un pobre con traje mugriento; si ustedes atienden al que lleva el traje de lujo y le dicen: 'Tú siéntate aquí cómodamente', y al pobre le dicen: 'Tú quédate ahí de pie' o 'siéntate en el suelo, a mis pies', ¿no están haciendo discriminaciones entre ustedes y convirtiéndose en jueces de criterios inicuos?" Nos pone ante la vergüenza de lo que todos lamentablemente hacemos. El ropaje externo, el "adorno" de la persona pesa más que los tesoros que pueda tener en su interior. Muy pocos de nosotros escapamos de esta conducta. Hemos aprendido a valorar a la persona por lo que viste más que por lo que realmente es. Paradójicamente, la realidad nos explota en la cara pues entre los más humildes y sencillos encontramos a las personas que son más solidarias, que viven más los valores de la fraternidad, que tienen un trato más frecuente con Dios, que son menos materialistas o idólatras, que tienen más cercanía a la justicia, que son más fuertes y tolerantes ante el mal. Su preocupación principal no apunta a cómo obtener más bienes, sino a cómo disfrutar mejor de lo que tienen. También el apóstol nos pone ante la realidad más frecuente en referencia a los ricos: "Escuchen, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman? Ustedes, en cambio, han ultrajado al pobre. ¿No son los ricos los que los oprimen e incluso los arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que injurian el hermoso Nombre que ha sido invocado sobre ustedes?" En general, los ricos tienden más al mal que los pobres, son menos solidarios y están más preocupados por mantener su estatus a como dé lugar, sin importarles la justicia verdadera. De nuestra parte está, entonces, la labor de no valorar a la persona por lo que simplemente aparece a nuestros ojos, sino poner el acento en lo que realmente importa, aceptando con agrado a quien verdaderamente vive una auténtica vida humana.
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