El misterio de Dios es insondable. Jamás podremos los hombres llegar a introducirnos en él con pie firme, pues nuestro conocimiento será siempre limitado, como es limitada nuestra mente. Aunque tengamos infinitas posibilidades a nuestro parecer, esas posibilidades nunca podrán llegar a satisfacer las ansias que podamos tener de conocer y sondear el misterio infinito de Dios. A pesar de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, Él mismo se cuidó de mantener esa imposibilidad de entrar plenamente en su misterio. El conocimiento es dominio. Y el conocimiento total es dominio total. Por eso, jamás el hombre podrá dominar a Dios, pues su conocimiento siempre será parcial e inacabado. Nadie nunca podrá dominar a Dios. Por eso, es absurdo el empeño de las artes esotéricas en las que existe la pretensión del dominio de Dios para que haga lo que le viene en gana al brujo de turno. Nadie puede conocer el futuro, nadie puede colocar a Dios en un ring para que se bata en una batalla contra el demonio, nadie puede dominar la naturaleza dominando al poder divino y poniéndolo como aliado, nadie puede ir contra las leyes naturales aduciendo una sociedad con Dios. Esos son atributos divinos y solo Él los posee. Y los ha reservado para sí mismo. Cuando el hombre puede hacer alguna cosa que corresponde solo a Dios y a su poder, es porque se ha asociado de tal manera al mismo Dios, viviendo la fe y abandonándose en su amor con la mayor humildad, que a Dios no le quedará otra opción que actuar de acuerdo a esa confianza infinita. Por eso Jesús en su momento afirmó: "En verdad les digo: el que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque Yo voy al Padre". No se logra por una pretensión de dominio sobre Dios, sino exactamente por lo contrario. Es la fe y el amor, vividos con la mayor humildad, lo que hará que Dios actúe. Es la anulación total del ego la que logrará la presencia y la actuación portentosa de Dios desde nosotros: "Vivo yo, mas ya no soy, es Cristo quien vive en mí".
Esto lo dejó muy claro Dios, ante la pretensión de los reyes de Israel de usar la presencia de Dios en medio del pueblo como una suerte de talismán que asegurara siempre el triunfo ante los enemigos de alrededor. Para que comprendieran este absurdo les hizo sufrir las más duras y cruentas derrotas en batalla, aun habiendo colocado el Arca de la Alianza en medio del ejército judío. Como también lo deja claro cuando pretenden construirle una casa en la cual "confinar" y asegurar se presencia. Así lo hizo saber a Salomón, el Rey magnífico: "Cuando salieron los sacerdotes del santuario —pues ya la nube había llenado el templo del Señor—, no pudieron permanecer ante la nube para completar el servicio, ya que la gloria del Señor llenaba el templo del Señor". No son los judíos, ni siquiera los sacerdotes, los que podían decidir sobre Dios. El haber construido un templo para Él no lo limitaba de ninguna manera, pues Él conservaba su absoluta trascendencia. Él decidía sobre sí mismo. Conservaba su libertad infinita. Su poder se mantenía incólume y nada ni nadie podían dominarlo. El camino para encontrarlo era exactamente el contrario que el que pretendían. Para llegar a Él había que desapegarse de sí mismos y entender que sólo desde la fe y el amor a Él se podía tener acceso a Él. Era en el abandono radical en su amor, en su poder y en su providencia, que se podía obtener su favor. La conclusión que saca Salomón es definitiva: "El Señor puso el sol en los cielos, mas ha decidido habitar en densa nube. He querido erigirte una casa para morada tuya, un lugar donde habites para siempre". Él "ha decidido habitar en densa nube", es decir, aunque se ha hecho cercano, ha decidido mantener intocable su misterio profundo. Aunque se muestre a los hombres, aunque permita un cierto conocimiento de sí, aunque se acerque amorosamente para anunciar su presencia en medio del pueblo, su misterio lo guarda muy bien y lo mantendrá oculto. Será absolutamente claro solo cuando estemos ya eternamente en su presencia. "Ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido".
Esa cercanía que Dios ha decidido, en su absoluta e infinita libertad, tener con los hombres, se hace patente y diáfana en la encarnación del Verbo: "En el principio era el Verbo ... Y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Él nos ha traído el mejor conocimiento de Dios que podemos tener. Nos ha revelado de manera vivencial el infinito amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Y experimentar ese amor es la mejor manera de conocerlo. Dentro de las limitaciones que podemos tener para conocer a Dios, Él ha decidido que en la experiencia de su amor no exista absolutamente ninguna limitación. Ha querido que tengamos la experiencia más profunda. Y por ello, para nosotros en nuestro nivel, el mejor conocimiento que podemos tener, y que nunca será superado, es el que podemos tener en la experiencia de su amor. En primer lugar, siendo beneficiarios de su entrega: "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna". El amor del Hijo donado y entregado en sacrificio es la mayor demostración de amor posible en Dios. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Y en segundo lugar, demostrando ese amor en las obras maravillosas y portentosas que realizó en medio de los hombres. "Cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban". Es la obra que hacía verdaderas las palabras profetizadas por Isaías, en las que se anunciaba la venida de Aquel que inauguraba el Año de Gracia del Señor: "Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor". Jesús es ese Dios que se ha hecho hombre para hacer patente el amor de Dios por nosotros. Es el Dios que, manteniendo su misterio infinito, nos lo ha hecho cercano y claro en la vivencia del amor. La experiencia personal del amor de Dios no nos hace sus dominadores, pero sí nos aclara su esencia más profunda, que es la del amor. El Dios absolutamente trascendente, se hizo uno como nosotros y nos aclaró de la manera más bella su esencia. Dios es amor y su amor lo derrama en nosotros con portentos y maravillas y con su perdón misericordioso para cada uno.
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