El término "Alianza" es un término muy frecuente en la relación entre Dios y los hombres. Estrictamente, Alianza hace referencia a la acción que llevan a cabo dos o más personas, organizaciones o naciones al firmar un pacto, un acuerdo o una convención, según el caso. Normalmente, la propuesta de la alianza se da cuando los actores están más o menos igualados. Esta igualdad se puede dar en lo económico, lo político, lo militar, lo social, lo ambiental, lo ideológico. De alguna manera debe darse un cercanía en algunos de estos ámbitos y una comunión de intereses en los que se da la búsqueda de un fin común. Cuando se forma una alianza, todos lo actores deben salir beneficiados. Nunca se firmará si desde uno de ellos solo habrá donación sin que reciba nada a cambio o en compensación. En nuestro caso, es una acción de la que Dios es el actor principal y el promotor ante el pueblo. Y sorprendentemente la propuesta de la alianza de parte de Dios se da desde la posición de absoluto privilegio y superioridad que le corresponde naturalmente, por lo que llama la atención que surja de Él, quien hubiera podido más bien hacer sus exigencias como una imposición desde esa misma superioridad en la que se encontraba. De esta manera podemos entender, en primer lugar, que desde Dios no existe un interés distinto al del amor para acercarse al pueblo que Él se escoge. Es el amor el que hace que Dios, además de crear y de facilitar todas las condiciones para la vida de sus criaturas, se acerque para ofrecerse y pedir un trato diverso del que pudiera tener un propietario sobre su propiedad. Él quiere tener un trato prácticamente de iguales en el que rija una relación personal que se base en el respeto mutuo, en la confianza, en la compensación. En definitiva, en el amor. Y en segundo lugar, entendemos que Dios al proponer un pacto, está elevando al hombre a una condición de cierta igualdad con Él, asumiendo que aquella frase que Él mismo utilizó en la creación: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", debe ser una realidad y debe hacerse efectiva. El hombre ha sido creado con las mismas cualidades divinas. El hombre es libre, tiene inteligencia y voluntad y es capaz de amar. Como Dios. Allí está el interlocutor válido, el que tiene una cierta igualdad con Dios, por lo cual está la base ideal para la propuesta de una alianza entre ambos.
De esta manera, todas las relaciones de Dios con los hombres, desde el origen, se dan bajo el principio de la alianza, en la que ambas partes hacen sus aportes y ambas reciben sus beneficios. Dios, al hombre, su contraparte en el acuerdo, le pide que lo coloque siempre en el primer lugar y no lo sustituya con otros dioses, le pide el cumplimento de su voluntad, le pide que lo ame sobre todas las cosas y con todas las fuerzas. Y se compromete a estar siempre de su lado, a apoyarlo en todas sus empresas, a darle sentido a todos sus esfuerzos, a seguirlo amando por encima de todas las demás criaturas, a seguir siendo providente y generoso, a ser misericordioso y clemente ante el arrepentimiento y la humildad de su criatura. Podemos verificar que estas son las pautas propuestas por Dios siempre. Las dos partes se comprometen a cumplirlo, de manera que hacerlo es mantener una relación mutuamente enriquecedora. Paradójicamente, en esta alianza solo una de las partes tiene la capacidad de incumplir. El compromiso que Dios asume es invariable. La voluntad de Dios es inquebrantable, pues su naturaleza es la inmutabilidad. Una vez asumido un compromiso, jamás será infiel. Por el contrario, el hombre sí es capaz de incumplir su parte. Y allí reside el pecado. La tragedia humana se verifica cuando usando mal de su libertad decide ir por caminos diversos al acordado en la alianza. El reclamo absurdo de una autonomía ilegítima, lejos de elevar al hombre, lo lleva a su propia perdición. Es la pérdida de todos los beneficios por el incumplimiento de la alianza, cuyo cumplimiento, por el contrario, lo haría más hombre, más libre, más persona. Así lo entendió el Rey David, cuando al final de sus días le dice a su hijo Salomón: "Guarda lo que el Señor tu Dios manda guardar siguiendo sus caminos, observando sus preceptos, órdenes, instrucciones y sentencias, como está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en todo lo que hagas y adondequiera que vayas. El Señor cumplirá así la promesa que hizo". El acuerdo contempla la fidelidad a lo que Dios pide y la compensación por el éxito en todas las empresas. Es un acuerdo razonable en el que ambas partes se benefician.
Punto fundamental y exigencia básica para llegar a los acuerdos que propone una alianza es la confianza mutua. Dios confía en que el hombre cumplirá su parte y el hombre confía en que Dios hará la suya. Es la fidelidad que se espera siempre. Y por eso se basa en el amor y no simplemente en un intercambio "mercantil". Los beneficios aquí no son principalmente materiales, sino que apuntan a una riqueza infinitamente superior. Si se obtienen algunos beneficios materiales es porque antes ha habido el beneficio del amor que llena completamente el corazón de ambas partes. Es la espera confiada de que desde ambas partes se dará un abandono radical pues habrá una confianza absoluta e indestructible. Dios confía radicalmente en el hombre y espera nunca ser traicionado. Por eso lo vemos siempre esperando del hombre casi empecinadamente una respuesta positiva a su voluntad, y dando una y otra vez nuevas oportunidades a pesar de las continuas traiciones que recibe. Y el hombre espera de Dios siempre su amor y su comprensión, su favor y su providencia para llevar adelante todas sus iniciativas. Así se pueden afrontar empresas que para la parte más débil pueden llegar a pensarse imposibles. Jesús da una muestra clara de esa fidelidad divina en la alianza prometida: "Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. y decía: 'Quédense en la casa donde entren, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marcharse sacúdanse el polvo de los pies, en testimonio contra ellos'". Está totalmente dispuesto a cumplir la parte que le correspondía. La de los apóstoles era la de ir confiados a la tarea que se les encomendaba, por encima de las aparentemente negativas condiciones de inferioridad en las que iban. Y la cumplieron, confiando en el poder de quien los enviaba. Por eso la empresa fue cumplida perfectamente: "Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban". Solos, era imposible hacerlo, pues es un poder que tenía solo Dios. Pero confiados en Dios, cumpliendo su parte de la alianza, Él hizo su parte. Y así la alianza producía los mejores frutos para todos. Dios podía derramar todo su amor y el hombre podía confiar totalmente en ese amor todopoderoso y providente del Dios de la Alianza. Es lo que podemos vivir todos. Si hacemos nuestra parte en el pacto con el Dios de amor, Él hará la suya. Y saldremos siempre ganando pues la parte que ponemos es ínfima comparada con la que somos compensados por Dios, quien nos llena de todo su amor y pone todo su poder en nuestras manos.
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