Jesús es el Buen Pastor. Así se identificaba Él mismo, dando una descripción que, quizás, era la que consideraba más entrañable y la que para Él tenía mayor sentido y lo identificaba más plenamente: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas". La imagen cercana para el pueblo de Israel, familiarizado con esta imagen del pastor, podía entender perfectamente esta descripción que daba Jesús de sí mismo, y todo lo que ella implicaba. Jesús es cercano, no se queda alejado de sus ovejas, se preocupa por cada una de ellas, al extremo de que es capaz de dar la vida por ellas si es la única forma de defenderlas. De tal manera era acertada esta descripción de sí mismo que daba Jesús, que quedó totalmente confirmada por los acontecimientos de su Pascua. Como Buen Pastor entregó su vida por las ovejas, en vez de ellas, las rescató de una muerte segura, muriendo en su lugar. Hizo la obra total de amor que había prometido Dios desde que el hombre había pecado. Con ello, el Buen Pastor alcanzó la salvación de su rebaño y logró la restauración del orden perdido. Sin embargo, debía asegurar que esa obra de rescate, que esa entrega por todos, fuera beneficio para toda la humanidad, en todo tiempo y lugar. Había que asegurar de alguna manera que los efectos de salvación pudieran ser distribuidos a todos los que formarían parte de ese rebaño que Él sabía que trascendía su momento y su lugar. Él mismo decía que había otras ovejas a las que era necesario llegar también: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor". Por ello, para asegurar que su salvación llegara a todos los hombres, era necesario que hubiera quienes asumieran la tarea de llevar adelante esta obra en el gran instrumento de salvación que instituyó Jesús, la Iglesia. Al frente de esta tarea ponía a sus pastores, a los que encomendaba la obra de distribución de la gracia. Así se cumplía también la promesa del Padre: "Les daré pastores según mi corazón".
Cuando inició su obra de predicación y anuncio de la llegada del Reino de Dios, Jesús eligió a doce hombres para que estuvieran con Él. Fueron esos que iniciaron una formación para ser los continuadores de esa obra de pastoreo. Ellos fueron los testigos primordiales de la obra de Cristo. Escucharon cada una de sus palabras y presenciaron cada uno de sus portentos. Convivieron con Él en lo cotidiano y en lo extraordinario. El día a día con Jesús fue su mejor formación. Esta formación no se trataba de un conocimiento intelectual adquirido en el repaso de ideas. Fue, sobre todo, la experiencia viva de lo que era Jesús. Era el contacto con Él lo que les sirvió más para luego ser esos buenos pastores que continuarían su obra. Tener la vivencia de Jesús era lo importante. Experimentar su amor en sus corazones, ver su trato con la gente, su cercanía, su estilo de pastoreo. Fue un tiempo de asimiliación en el que apuntaban a ser "otros Cristos", reflejos de ese Buen Pastor que Él era. Por eso, San Pablo es capaz de atreverse a decir: "Vivo yo, mas ya no soy yo; es Cristo quien vive en mí". Ese grupo de doce tenían esa primera tarea: adherirse de corazón y asimilarse cada vez más al Buen Pastor. San Pedro era el primero de ellos, pues quedaría encargado de dirigir la nave de la Iglesia, una vez que Cristo ya no estuviera físicamente presente. "Simón Pedro tomó la palabra y dijo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo'. Jesús le respondió: '¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos'". Jesús iba asegurando la existencia de ese grupo de pastores que estarían al frente de la Iglesia, al servicio de las ovejas en todos los confines del mundo y en todos los tiempos. Y al frente colocaba al primer Papa, a Pedro, como Vicario suyo.
La labor de los pastores es, entonces, la misma de Jesús. Se trata de que a todas las ovejas, por su intermedio, les llegue ese efecto de salvación que logró el Buen Pastor con su obra redentora. Los pastores deben procurar que ninguna de las ovejas por las cuales entregó su vida Jesús se quede sin disfrutar de la gracia que Jesús quiere derramar sobre cada una. La salvación de Jesús es para todos los hombres: "Dios quiere que todos los hombres se salven". Y acercarles esa salvación es la tarea de los pastores, de los ministros a los que el Señor se la ha encomendado. El pastor que deja Jesús al frente de la comunidad no se presenta a sí mismo. Presenta a Jesús para que sea a Él a quien se decidan a seguir las ovejas: "Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor". Y debe hacerlo, además con el estilo de Jesús. Presta sus labios, su corazón, su personalidad, pero en todo debe reflejar al Buen Pastor. Por eso Pedro insistía a los pastores de su época, y a los de todas las épocas, a cumplir fielmente con su tarea: "A los presbíteros entre ustedes, yo, presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y participe de la gloria que va a revelar, les exhorto: pastoreen el rebaño de Dios que tienen a su cargo, miren por él, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa; no como déspotas con quienes les ha tocado en suerte, sino convirtiéndose en modelos del rebaño". Modelos del rebaño... No porque sean muy buenos, sino porque reflejan a Jesús, el Buen Pastor, a quien es en última instancia a quien debemos seguir todos, incluso los mismos pastores. San Pablo lo entendió muy bien: "Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Sería una osadía presentarse a sí mismo como modelo, por sí mismo. Si se atreve a hacerlo es porque él sigue el modelo de Jesús, el Buen Pastor que da su vida por todos. Así deben ser los pastores hoy y siempre: los que viven con Jesús cotidianamente, los que asumen sus criterios y actitudes, los que viven su mismo amor por las ovejas, los que les llevan la gracia salvadora de la redención, los que no se presentan así mismos sino a Jesús, los que están dispuestos incluso a dar su vida por sus ovejas, como lo hizo Jesús.
Seamos buenas ovejas pero también buenos pastores para llevar a otras a la presencia del mejor y más grande Pastor. Dios le Bendiga y lo cuide en su total recuperación Padre Viloria
ResponderBorrarAsí es, todos nosotros somos ovrjad y al mismo tiempo pastores porque de una u otra forma debemos de estar pendientes de aquellos que forman parte de nuestra vida y que depende de nosotros o se relacionan con nosotros, los de muestra comunidad etc. Gracias monseñor por compartir su reflexión y papá Dios le siga bendiciendo y que pronto este totalmente bien para seguir cumpliendo con su mision de conseguir fieles psrs el reino de Dios.
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