Nuestra vida está en las manos de Dios. De Él hemos surgido y nunca podremos separarnos de nuestro origen. Ni siquiera el pecado que cometamos nos desconecta de quien es la causa final de nuestra existencia. Por su providencia infinita y amorosa, seguimos recibiendo los dones que hacen posible nuestra vida. Toda la creación se sostiene porque sigue en la mente y en el corazón del Creador. Si así no fuera, todo desaparecería instantáneamente. En el momento en que Dios dejara de pensar en nosotros, se acabaría nuestra existencia. Por eso, todo lo que Dios permite que suceda es bueno para nosotros, sea lo que sea. Misteriosamente, sin que nosotros terminemos de comprenderlo del todo pues podemos verlo todo muy oscuro, lo que Dios permite que suceda, de alguna manera, siempre tendrá consecuencias positivas para nuestras vidas. Podremos disfrutarlas en el momento en que sucedan o muy posteriormente, a lo mejor incluso cuando ya lo hayamos olvidado. Puede darse también que tenga los efectos positivos solo en nuestra eternidad y no sea sino hasta cuando la estemos viviendo cuando entendamos el beneficio que haya representado. Es comprensible, sin duda, que en algún momento lleguemos a rebelarnos ante lo que nos sucede y que hasta nos acerquemos dolidos a nuestro Dios para preguntarle cómo es posible que nos sucedan tales cosas. Sólo una fe sólida y una confianza filial extrema nos podrá convencer de que algo doloroso y triste que nos suceda pueda resultar en algo positivo para nosotros. Cuando llegamos a tener esta convicción, a la que no accedemos sino solo después de un itinerario pedagógico dentro del mismo dolor, podremos concluir como San Pablo: "Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio", por lo cual, desde nuestro corazón convencido de ello, podemos decir con él: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo". Tiene sentido, de esta manera, la invitación que nos hace: "Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús".
Esta experiencia la tuvo David cuando enfrentó la rebelión de su propio hijo Absalón, cumpliéndose así lo que el mismo Dios le había vaticinado, que de su propia casa surgiría su ruina. Mientras huía, salía alguien a su encuentro y lo maldecía: "El Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario". Los que aún se mantenían fieles querían enfrentarlo: "¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza". La respuesta de David es admirable, por cuanto en medio de la desgracia que vive, lucha por entender la voluntad de Dios: "¿Qué hay entre ustedes y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: 'Por qué actúas así'? Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores: 'Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Déjenlo que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día'". En medio de toda la tribulación David, hombre de Dios que, habiendo cometido pecados y habiendo sido infiel a Dios había también experimentado su amor y su misericordia, pugnaba en su corazón por descubrir en lo que le pasaba una bendición del Señor, aun cuando ciertamente era terrible lo que le esta sucediendo. Todo significaba la debacle de su persona como rey elegido por Dios y ungido con su poder. Pero él entendía que si lo que le estaba pasando estaba siendo permitido por Dios, en cuyas manos él había colocado su vida, algo positivo tenía que tener y alguna bendición acarrearía para él y para su vida. En medio de ese inmenso dolor y de la experiencia terrible que vivía, su convicción sólida y profunda era la de que, si su vida estaba en manos de Dios, nada de lo que lo que le sucediera podía destruirlo. Sabía que misteriosamente era algo que concurriría para su bien, por lo cual, a pesar de todo lo negativo que pudiera aparecer, debía agradecerlo a Dios.
Es una experiencia en la que todos debemos entrenarnos. Es el abandono total en la voluntad de Dios que actúa directamente en nuestras vidas. No se trata solo de que hagamos la voluntad de Dios, sino de que permitamos a Dios cumplir su voluntad en nosotros, de manera que su actuación la entendamos siempre como una bendición. En cierto modo, se trata de que actuemos como actuó María ante la propuesta del Arcángel Gabriel: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Notemos que la Virgen no dice que intentará actuar según la palabra de Dios, sino que abre su corazón para que sea Dios el que actúe. El "Hágase" de María es el abandono de su voluntad y de todo su ser en la acción de Dios que es quien actuará. Ella tiene la convicción de que si es de Dios, es lo mejor. Es el mismo itinerario que debemos recorrer. No fue el que recorrieron aquellos que presenciaron el milagro de Jesús liberando de la legión de demonios a aquel poseído, haciéndolos entrar en la piara de cerdos que luego se lanzaron al abismo. Lejos de agradecer al Señor y estar felices por el milagro que había hecho en favor de aquel desgraciado, del cual habían sido testigos, "se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca". La reacción fue pedirle a Jesús que se marchara de allí. No fueron capaces de reconocer la bendición que había recibido ese hombre, sino que se quedaron en la contemplación de lo que habían perdido al perder a sus cerdos. Se quedaron en la desgracia y no miraron más allá. La bendición no importó nada para ellos, sino que pesó lo malo que tuvo que suceder para que su hermano fuera liberado de los demonios. Cuidémonos mucho nosotros de no ser como los paisanos de este endemoniado. Sepamos ver hacia la bendición antes que a la desgracia. Que cada momento de nuestras vidas sea un verdadero entrenamiento para poder descubrir en todo lo que nos sucede una acción de la gracia de Dios, por lo tanto, lo de bueno que podemos descubrir en ella, por lo cual podremos concluir que todo es beneficio para nosotros, que todo es siempre una bendición que Dios derrama, por la cual debemos dar gracias en toda ocasión, sea la que sea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario